Esta era la primera vez en mi vida que iba al puerto de Acajutla y llegué ahí porque tenía una asignación cerca de la zona. Y conocía información sobre la descarga de gas del barco BW Tatiana, un barco bastante grande, y sobre los contenedores con productos de toda clase que ahí se descargan. En mi segunda visita la misión era: buscar los restaurantes que hacen de Acajutla un lugar predilecto para aquellos amantes de las bondades del mar.
Lo primero que hicimos fue buscar en Google Maps a Acajutla, exactamente sobre la avenida Miramar. Justo en la línea de la costa, encontramos algunos de los más prominentes restaurantes de la zona. Aquí están todos sobre el filo de un risco que se asemeja a una muralla donde chocan las olas. El calor es más abrumador, pero la brisa compensa. Es preciso venir con prendas cómodas y frescas para no quejarse tanto del clima y concentrarse en lo importante: la vista y la comida. Creo que las horas más bonitas comienzan desde las 4:30 de la tarde, el sol comienza a descender y el ambiente se llena de tonos dorados.
El primer restaurante al que llegué fue La Cueva. Ahí conocí a una mesera que me explicó que este restaurante funciona desde 1999 y su menú tiene variedad de mariscos, aves y cortes de res que van acompañados de una vista frente al mar. Me contó que se bautizó de esta forma porque la estructura se cimentó sobre una cueva de donde se dice que se esconde un tesoro pirata enterrado hace cientos de años y que nadie nunca logró encontrar.
“¿Qué es lo más atractivo de este lugar?”, le pregunté. “La vista al mar con un atardecer. Es una chulada y espectacular sobre todo en Semana Santa. No hay palabras concretas para expresarlo”, me respondió con una sonrisa en la cara y con un notable orgullo de ser de Acajutla. La vista viene adornada de barcos de carga en el horizonte y la domina el BW Tatiana, que llega a descargar gas directamente desde Singapur.
Según una reseña histórica de Acajutla elaborada por la Comisión Ejecutiva Portuaria Autónoma (CEPA), a la llegada de los conquistadores españoles a este lugar ya era llamado por los locales Acaxual. En una carta que Pedro de Alvarado a Hernán Cortez de 1525, señala que hubo una batalla de los pueblos originarios con sus tropas españolas y sus aliados tlaxcaltecas y cholutecas.
“(…) vi los campos llenos de gente de él, con sus plumajes y divisas, y con sus armas ofensivas y defensivas en mitad de un llano que me estaban esperando […] y fue tan grande el destrozo que en ellos hicimos, que en poco tiempo no había ninguno de todos los que salieron vivos”, señala el documento citado por CEPA denominado “Segunda carta de relación enviada a Hernán Cortez en 1525”. Se dice que, durante la batalla contra los nativos, Alvarado resulto lesionado de sus ojos y en una de sus piernas y quedó cojo de por vida. Ya no volvió a caminar ni ver igual.
De las batallas y otros hechos históricos se fueron creando mitos, hasta se dice que en los acantilados de Acajutla los piratas ingleses que conocieron estas playas enterraron tesoros que alguno que otro aventurero ha buscado sin tener éxito. El puerto de este pueblo costeño fue al inicio una base militar contra los nativos que no se querían rendir ante la autoridad española y luego se fue convirtiendo en el centro de comercio más importante de la colonia en nuestro territorio. De acá salieron hacia Europa y al resto del territorio colonial en América las riquezas que se extraían del territorio, iniciando con el cacao, luego el añil y las maderas preciosas de los gigantescos árboles de los bosques entonces intactos. También llegaron esclavos de origen africano que eran luego vendidos en Sonsonate. En el siglo 19 llegó al puerto el ferrocarril que dinamizó el comercio de materias primas hacia los países del norte.
Es imposible imaginarse todas las pequeñas y grandes historias que pasaron en este puerto que hasta hoy en día sigue siendo una puerta comercial entre El Salvador y el mundo. Esto pensaba desde el balcón con vista al mar en La Cueva viendo los barcos atracados y las playas de arena negra.
Este es el lugar favorito de Dubal Cruz y Lorena García quienes tienen cariño a esta playa. Lo conocieron hace tiempo y vienen siempre que pueden. Me confirman lo que la mesera me contentó minutos: “La vista es preciosa con los atardeceres y los mariscos se sienten frescos, del día. Aquí se viene a relajar y a ver lo bonito”, me dijo Dubal.
Para comer, lo que me recomiendan los comensales es el coctel de conchas, de $8, y otros el de camarones en salsa rosada, de $9.95. Los pescados son frescos y vienen de la pesca del día desde el muelle artesanal, ubicado a un kilómetro. Los precios de estos inician desde los $15.
Un pequeño escondite
A 200 metros de la cueva, sobre la avenida Miramar, se encuentra un escondite secreto. Es un callejón cuesta abajo después del centro judicial de la localidad. No se encuentra en buenas condiciones, pero en cada paso que daba me acercaba más al mar. El panorama se abrió al encontrarme en un mirador con tres mesas de cemento al borde d un risco, una vista muy bonita. El viento marino pega directamente en la cara y el único sonido es el de las olas.
Al seguir por ese mismo camino, me llevó hasta la playa desde donde se pueden apreciar con más detalle las grietas en el risco que han esculpido mar. El lugar es hermoso, pero está bastante descuidado; hay demasiada basura y eventualmente se puede sentir un mal olor.
Al regresar al recorrido por los restaurantes, encontré al Carricón, otro espacio que no tiene nada que envidiarle al resto. Es un espacio cómodo con un balcón amplio que da al mar. Allí me atendió Omar Machuca, un mesero entusiasta, originario de Acajutla, que de buenas a primeras me explicó que su especialidad son la crema de mariscos frescos a $16. El menú es amplio, pero si es usted un amante de las langostas rellenas y camarones, este es el sitio adecuado.
El lugar se siente tropical, adornado con plantas ornamentales y árboles frutales que crean un ambiente más fresco. “El platillo más fuerte que tenemos es la puesta de sol, es lo que más le gusta a las personas”, me explicó. Semana Santa y fin de año son las festividades donde se llenan y generan mucho más entusiasmo para los lugareños como Omar, ya que aumentan los ingresos.
Contiguo al Carricón está el bar Las Peñas, llamado así por estar sobre un peñasco de buena altura. El espacio es rústico: tiene manteles de colores y cerca de la barra está colgado un tiburón de gran tamaño, es una escultura de aspecto bastante real. Está ahí como un tributo a la belleza del mundo marino. Las bebidas predilectas del bar son las cervezas nacionales e internacionales, servidas bien frías y acompañadas de “perreo intenso” o una que otra tonada. Ideal para compartir con amigos y bailar.
El último de los restaurantes en la avenida Miramar es El Tayacán y se distingue de los otros por está distribuido en plataformas construidas sobre rocas que sobresalen del mar y están unidas por puentes. Hay un muelle que entra bastante en el mar, pareciera un lugar perfecto para una pequeña boda. También una piscina donde niños y grandes se pueden dar un chapuzón.
Luis García es el gerente de El Tayacán y me cuenta que este lugar comenzó en 2015. Fue un legado que le dejó su papá y fundador, Salvador García, y lo bautizó así por su significado: “guía espiritual”. Este peculiar nombre tiene orígenes nativos en Nicaragua, país donde vivió su juventud. “¿Por qué cree que la gente debería visitar Acajutla?”, le pregunté. “Aquí se disfruta la vista de los barcos, de los atardeceres y de la brisa marina con un ambiente tranquilo”, señaló sin titubear.
Al desglosar los precios de sus productos resalta los cócteles de conchas, camarones; los platillos con una boca colorada frita y un bagre acompañado de ensalada y arroz. Los precios varían y van desde los $5 hasta $20. La mariscada está llena de langosta, bagre, cangrejo y camarones.