En la década de los años 60, la actriz y cantante española Rocío Dúrcal mantuvo una cordial proximidad con estudiantes salvadoreños, residentes en España, donde estaban ocurriendo importantes sucesos económicos y sociales en los inicios de su carrera. Son los años del “Boom turístico” y la migración de trabajadores españoles a Alemania y a los países de Europa que aún se recuperaban de la destrucción sufrida por la región, durante la Segunda Guerra Mundial.
Para ubicación histórica, el generalísimo Francisco Franco gobernaba con mano dura sobre los españoles, un pueblo austero, orgulloso de sus raíces y tradiciones, de sus literatos, filósofos, artistas en general y celoso guardián de los valores morales y religiosos que le habían valido su trascendental protagonismo cultural en la civilización de Occidente.
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Se presentaba España ante las naciones libres que, recientemente, habían reconocido al régimen de Franco —la última de las dictaduras fascistas de Europa— con el aperturismo de un país casi desconocido, después de su propia Guerra Civil y la conflagración mundial de los años 30 y los 40. Papel decisivo en este proceso tuvo el empuje propagandístico del ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, quien procuraba alejarse de la imagen dictatorial del falangismo franquista y que proclamaba a todos los vientos el eslogan: “Spain is different” “España es diferente”. “Visit Spain”.
Rocío Dúrcal, aunque sin vínculo alguno con la gestión oficialista, contribuía con sus películas, en lo que pronto se convirtió en el boom turístico español. El público la quería por su imagen de chica bonita, alegre, inocente, en filmes de libreto ingenuo, pero refrescante y limpio, con telón de fondo de paisajes del Mediterráneo y otros de la soleada geografía española.
Era un “cine de afiche”, de tarjeta postal que ofrecía un país cargado de historia, insonorizado por la emotiva voz del cante jondo; las guitarras, el taconeo y el tabletear de botas y castañuelas en “los tablaos” flamencos; las tristes saetas a la Virgen, durante la Semana Santa Sevillana; los alegres pasodobles y los olés en las coloridas plazas de toros, así como la riquísima gastronomía de los cocineros españoles, geniales alquimistas de la olla y la sartén.
Esta variada oferta hacía las delicias de millones de turistas que, sobre todo en los veranos, eran atraídos por el infinito menú de diversión y cultura a los muy bajos precios de aquel naciente mercado: 60 pesetas por un dólar para pagar un almuerzo de tres platos, ensalada, sopa, plato fuerte con vino y postre en las docenas de restaurantes, fondas y tascas que proliferaban en cada cuadra de las ciudades.
Mientras tanto miles de españoles emigraban a Alemania, a trabajar en las minas carboníferas, los altos hornos y los pujantes puertos de ese país donde se operaba entonces el llamado “Milagro alemán” de la posguerra. Las remesas, enviadas por los obreros a sus familias en España, contribuyeron asimismo al desarrollo económico nacional.
Faltaban muchos años para que la mayoría de la población española, aún conservadora, se desorbitara con el cine erótico, popularmente conocido “como cine del destape” o “cine del despelote”.
Los españoles se aproximaban cautelosos a la transición democrática y a la reinstauración de la monarquía borbónica ya insinuados por Franco; pero, incluso dentro de la cuasi medievalista moral de aquella sociedad que entonces ansiaba ponerse a la altura de Europa, los jóvenes, sin faltar entre ellos los estudiantes salvadoreños, se iban a hurtadillas a los cines de Hendaya, ciudad al otro lado de la frontera con Francia, a ver las atrevidas películas de la “sex symbol” francesa, Brigitte Bardot y de las no menos dionisíacas de “Cinecittà”, las italianas, Gina Lollobrigida y Sofía Loren.
Rocío acaparaba audiencias multitudinarias, mientras el cantante Raphael, un jovenzuelo desconocido, daba sus primeros pasos en medio del gracejo de sus compatriotas que pronunciaban su nombre “Rapael, por fastidiar”; Joan Manuel Serrat desafiaba al régimen franquista, cantando en catalán, lo que le valió el retiro de su representación oficial de España en el Festival de Eurovisión de 1968. Y en la radio, la televisión y el cine eran también populares, jóvenes artistas como Joselito, Marisol, el Dúo Dinámico, Miguel Ríos, los Brincos y las gemelas Pili y Mili, entre otros.
Estos y otros sucesos gravitaban alrededor de Rocío, cuando ella había alcanzado merecida fama por sus taquilleras películas: “Más bonita que ninguna”, “Rocío de La Mancha”, “La chica del trébol”, “Tengo 17 años”, “Acompáñame”, “Amor en el aire”, “Las Leandras”, “La novicia rebelde”, “Buenos días condesita” y muchas más con temas musicales cantados por la actriz que, casi de inmediato, ocupaban los primeros lugares en ventas de discos.
En septiembre de 1968, la Asociación de Estudiantes Salvadoreños en España, junto a las otras asociaciones centroamericanas, preparaban la celebración de la Fiesta Patria. En esa ocasión conocimos a don Tomás de Las Heras, el padre de Rocío, por medio de la familia Fiallos, presidida por el Cnel. Pablo Fiallos y la bien recordada dama salvadoreña doña Enma de Fiallos, así como las hijas de la pareja, Soledad y Ana Gladys, quienes mantenían una estrecha amistad con Rocío y la familia de esta. En solemne comité solicitamos a Rocío —su verdadero nombre era María de los Ángeles de Las Heras— que fuese madrina de los festejos independentistas centroamericanos, lo cual aceptó de muy buen grado.
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El 15 de septiembre de 1968, los grupos nacionales cantamos uno tras otro nuestros himnos e izamos las cinco banderas desde los ventanales del salón de recepciones del Instituto de Cultura Hispánica. Nos acompañaba en aquella ocasión, la eterna jovencita, Pachita Tennant Mejía de Pike; Elena María Lacayo Castro, “Neni”, años más tarde empresaria, presidenta de la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador; Margarita Hernández, Primera Normalista de la República y otros destacados centroamericanos residentes.
Por la noche, los estudiantes hicimos de galante escolta a la joven actriz que entonces contaba con unos 23 años. Rocío asistió a nuestra fiesta de gala juntamente con su padre y otros miembros de su familia quienes actuaban como sus chaperones. Cabe mencionar que, en aquellos hermosos años, ella mantuvo una vida decorosa, no exenta de sana alegría.
La última vez que Rocío estuvo en el país actuó en el Anfiteatro de la Feria Internacional, en mayo de 2003.