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Nohemy Mejía “Robotina”: “Lo que más cuido es a mi hija”

La popular bailarina del parque Libertad revela los avatares de su vida, así como también las alegrías que experimenta cada día al lado de su hija Hazel.

Por Osmín Monge | May 11, 2023- 06:52

"Lo que más cuido es a mi hija" comentó Nohemy. Foto EDH/ Francisco Rubio

Nohemy Mejía “La Robotina”, de 43 años, es uno de los personajes más populares del parque Libertad. Esta anérgica bailarina es todo un furor en ese espacio público del Centro Histórico de San Salvador gracias a sus singulares pasos de baile, los cuales suelen ser comparados con los de Vitola, aquella recordada actriz de la época de oro del cine mexicano.

Todos los fines de semana, esta singular bailarina llega desde el municipio de Mercedes Umaña, Usulután, hasta la concurrida plaza capitalina, para bailar hasta más no poder y olvidarse por un rato sus tristezas y penas. Luciendo siempre leggins ajustados, gafas oscuras y bien maquillada ella entretiene al público con sus enérgicos movimientos de piernas, pelvis y cadera.

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Pero, Nohemy no llega sola al parque Libertad. Siempre va acompañada por Hazel, su hija de once años.

Y es que “Robotina”, sobrenombre al que ya se acostumbró, nunca deja sola a su retoño, pues sabe que a su alrededor hay al acecho peligros que podrían atentar contra la integridad de la menor.

Detrás de la apariencia sonriente y feliz -y a veces dura- que Nohemy muestra al público, se esconde una historia muy triste. Y es que a lo largo de su existencia ha vivido episodios desgarradores, entre ellos la pérdida de sus padres, el abuso de un pariente cuando a penas era una niña y la inesperada muerte de su hijo de seis años. Sumado a todo esto, tiene que sobrellevar cada día la enfermedad que, de manera repentina, la hace perder la conciencia por unos instantes.

Robotina
Foto EDH/ Francisco Rubio

El Diario de Hoy tuvo la oportunidad de visitar a Nohemy en su morada y platicar con ella por un largo rato. En la conversación recordó los momentos tristes de su vida, pero también expresó lo orgullosa y feliz que se siente al lado de su hija Hazel, de once años.

Nohemy, ¿cómo fue su niñez?

Mi mamá murió cuando yo tenía siete años. Ella era una mujer humilde a la que le gustaba el oficio y mantener aseada la casa. Mi padre quedó en una situación bastante difícil; no hallaba qué hacer conmigo. Me fue a dejar donde una señora para que se hiciera cargo de mí. Ella me puso a estudiar primer grado. Pero, debido a los celos de una hija de la señora tuve que salir de ese hogar.

Luego me llevaron donde un tío, que terminó de criarme. Solo hice primer grado, pero no lo terminé.

¿Qué pasó en su adolescencia?

Mi papá me fue a traer donde mi tío, pues ya estaba más anciano. Éramos seis hermanos, pero yo asumí toda la carga. Yo era la Cenicienta de la familia. Tenía que lavar, planchar y cocinar para todos, sino lo hacía me pegaban. Fue una tortura para mí.

Aprendí a leer y escribir yo solita; lo hice porque no quería que me engañaran.

Fui abusada sexualmente por alguien de mi familia; ocurrió antes de que me fueran a dejar donde mi tío; eso me afectó muchísimo.

¿Y su juventud cómo fue?

Cuando cumplí los 18 años comencé a trabajar en una maquila de San Salvador. Porque donde vivía (Santiago de María), solo en las cortas de café se trabajaba. Me fui a vivir a Valle Verde, Apopa.

Cuando iba a las discotecas del centro (de San Salvador) a chotear conocí al que después sería mi esposo. Me casé a los 21 años y me vine a vivir con su familia a Mercedes Umaña. Con él tuve un niño que, lastimosamente se murió.

¿De qué murió su hijo?

Se llamaba Marcos Antonio, tenía seis años, iba a preparatoria. Una mototaxi lo atropelló en 2006. Cuando oí el grito de mi cuñado, con quien iba mi niño, salí de la casa y cargué en brazos a mi hijo; anduve con él como una hora. “Mi niño no está muerto”, le decía a la gente. Pero él ya estaba muerto.

En ese momento mi esposo estaba en Estados Unidos.

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Robotina
Foto EDH/ Francisco Rubio

Nohemy relata que después de la muerte de su hijo su matrimonio llegó a su fin. Además, sostiene que toda esta situación le desencadenó la epilepsia que hasta el sol de hoy aún padece. Fue durante una de sus convulsiones que ella sufrió una quemadura severa en unos de sus brazos, la cual le ha dejado una visible cicatriz.

Para controlar esa afección ella toma 18 pastillas al día.

¿Cuándo tuvo a su hija Hazel?

Después de cinco años de haberme separado de mi esposo. Yo no quería una relación con otro hombre; solo quería tener otro hijo para llenar el vacío que había quedado después de que murió mi niño. Pero, ese vacío no se llena; en realidad solo quería una compañía.

Le dije a un muchacho que, sin ningún compromiso, me “diera” un hijo. Y así lo hizo. Fue así como tuve a mi criatura.

Robotina
Foto EDH/ Francisco Rubio

En su papel de madre, ¿cómo ha sido usted con Hazel?

Siempre le he hablado con la verdad. He sido muy protectora. En un par de ocasiones tuve que dejarla con otras personas para poder ir yo a trabajar a San Salvador.

Luego me regresé a Mercedes Umaña, ya no la dejé sola. Volví a trabajar en el campo.

Le he puesto mano dura a mi hija; he sido estricta con ella, pero no maltratadora. Mi relación con ella ha sido con mucha confianza y amor. Lo que cuido más es a mi hija.

A ella le digo que se prepare, para que le vaya mejor en el vida.

¿Cuándo decidió ir a bailar al parque Libertad?

Hace más de un año. Al principio dejaba a mi hija donde una hermana en Soyapango, pero, después de ciertos problemas, decidí llevármela al parque.

Desde la primera vez que bailé a la gente le gustó. Un turista me dio 20 dólares, otro me dio diez. “Dios mío, si yo no he trabajado, solo me he divertido”, me dije esa vez. Entonces dije: “aquí está mi solución” (a sus problemas económicos). Desde entonces comencé a ir al parque, aunque no lo hago todos los días. Me voy los sábados y me vengo los lunes. Nos quedamos en un hospedaje cerca del mercado Ex Cuartel. Pago ocho dólares por noche; ese lugar es bien aseado.

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Robotina
Foto EDH/ Francisco Rubio

¿Es difícil el ambiente en el parque?

Sí. Imagínese la envidia hasta donde llegó, que hasta una 

llamada anónima hizo alguien para que interviniera el Isna (Instituto Salvadoreña de Niñez y Adolescencia) por el caso niña. Alguien dijo que yo andaba vendiendo y explotando a mi niña, cosa que no es así.

Hasta una abogada se ofreció para representarme en el Isna. Por el momento la niña no debe bailar en el parque.

A pesar de su precaria situación económica y de su enfermedad, Nohemy sigue mostrando su entusiasmo y optimismo en todo momento, especialmente en la tardes de los fines de semana cuando baila en parque. Asimismo, ella es feliz a lado de su inseparable hija. 

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