A Tori McCumiskey todavía le dan escalofríos al pensar en la muerte de Diana hace 25 años. Como ella, los turistas que visitan Windsor admiran todavía a la princesa de Gales, un "ícono" real que encarnaba a la "mujer normal".
Un cuarto de siglo después de su muerte, la imagen de "Lady Di" sigue muy presente en esta ciudad estrechamente vinculada a la monarquía británica: en tazas y cajas de té, dedales, campanas, postales, cucharas de plata o tartanes escoceses, la primera esposa del príncipe Carlos está en todas las tiendas de recuerdos.
En las calles adoquinadas cerca del castillo, donde vive la reina Isabel II desde la pandemia, nadie olvida ese 31 de agosto de 1997, cuando la princesa de Gales murió a los 36 años en un accidente de tránsito en París.
"Estaba en un centro comercial en Australia y anunciaron su muerte por los altavoces. No lo podía creer. Me da escalofríos solo de recordarlo", explica Tori McCumiskey.
Para esta australiana de 52 años, que se define como una "ferviente monárquica", Diana inspiraba a la gente.
"La veíamos como una realeza menos cerrada de espíritu, fácilmente abordable", asegura la mujer, orgullosa de haberse encontrado en persona con la princesa durante un torneo de polo en Melbourne en los 1980.
"Era bella, trabajó para tantas obras caritativas y tenía los pies en la tierra", dice Muthucumara Samy Kesavan, gerente de la tienda de recuerdos "House of Gifts".
En su local a los pies del castillo todavía ofrece numerosos objetos con la efigie de la princesa de Gales, desde imanes a réplicas de cartón de la invitación a la boda en 1981 de Carlos y Diana, quien entonces tenía 20 años y llevaba su apellido de soltera, Spencer.
Las ventas "son estables", explica. "La gente me pide específicamente por Diana, todavía es muy popular", afirma Kesavan.
Recuerda con emoción la noche de la muerte de "Lady Di", perseguida por paparazis en moto por París un año después de su divorcio. Entonces, el comerciante trabajaba en una estación de servicio en el centro de Londres.
"Normalmente cerrábamos por la noche, pero entonces seguimos abiertos porque la gente venía a comprar flores. Es algo que no puedo olvidar", dice.
Aaron Perks estaba en una concentración de motoristas ese día. "Me desperté y por todo el camping decían que estaba muerta, estaba en todos los diarios, en todas las gasolineras en el camino de vuelta", explica este inglés de 55 años que visita Windsor con sus sobrinos y sobrinas.
"Lloré delante del televisor", admite de su parte Anna Szymnaczak, una polaca de 48 años. "Era una persona normal, amaba a la gente".
A 40 kilómetros de Windsor, en los jardines del palacio londinense de Kensington, Amelia Irving fotografía a sus niños ante una estatua de bronce de la princesa de Gales, inaugurada el año pasado por sus hijos Guillermo y Enrique en una extraña aparición conjunta de los hermanos, ahora distanciados.
"Quería venir a Londres para el Jubileo pero atrapé el covid", lamenta esta estadounidense de 47 años, hablando de la celebración en junio de los 70 años de reinado de Isabel II.
"Quería venir a ver la nueva estatua. Es bueno que esté aquí", opina.
El fenómeno Diana, promovido nuevamente por la serie The Crown, perdurará todavía largo tiempo, estima de su parte Heike Schuler, una turista alemana de 73 años que visita Londres por primera vez.
"Aportó algo nuevo a la monarquía que no hemos encontrado después", asegura. "La veíamos como alguien como nosotros. Era guapa, estaba maltratada por la familia real, su muerte fue trágica... ¡Por menos de eso te conviertes en un icono!", exclama.