En aquellos años de la guerra, la parrilla televisiva de El Salvador estaba compuesta por tres canales comerciales (2, 4 y 6) y los dos estatales (8 y 10), dedicados a temas educativos, culturales y propaganda oficial.
Las emisiones comenzaban al mediodía y duraban hasta la medianoche.
Entre 1982 y 1984, la señal de Canal 4 dedicaba un espacio semanal a la cultura. Para un adolescente como era yo entonces, ver un programa de ese tipo era una novedad. En aquellos pocos minutos, el presentador hablaba de pintura, escultura, libros, presentaciones de teatro y entrevistaba a algunas de las cumbres del escenario intelectual de aquel país que se desangraba por muchos lados y forzaba al exilio a cientos de miles de personas. Ese fue el aporte de Estudio 4, conducido por el artista plástico Roberto Galicia, nacido en Ahuachapán, el 22 de diciembre del último año de la Segunda Guerra Mundial.
Mientras dirigía ese programa en la televisión comercial del país, el maestro Roberto Antonio Galicia se desempeñaba también como director (1978-1985) de la Escuela de Artes Aplicadas Carlos Alberto Imery, en la primera sede de la Universidad Dr. José Matías Delgado. Exalumno del artista Carlos Cañas en la carrera de Arquitectura de la Universidad de El Salvador (1967-1969) e integrante de la Galería Forma (1968) de Julia Díaz, fue catedrático y director del Centro Nacional de Artes (CENAR, 1969 y 1972-1975), que fue su primer contacto con la administración oficial del sector cultural salvadoreño.
En 1976, fue nombrado jefe de la Dirección de Artes del Ministerio de Educación, cargo al que le siguió la jefatura de la Dirección General de Cultura, que desempeñó hasta 1978.
Durante la década de 1970, la estética de Galicia estuvo inspirada en motivos de la mitología y cultura mayas y del futurismo, muchas veces plasmados en óleo sobre cartón o en el mural del que fue cocreador en el vestíbulo del Teatro Presidente, en la colonia San Benito de San Salvador.
Durante su paso por la escuela de diseño de la Universidad Matías Delgado, le imprimió el sello necesario de que los estudiantes conocieran diversas materias de artes, arqueología, historia, filosofía y otras disciplinas para su formación en el sapere videre o saber cómo ver, que propugnaba Leonardo da Vinci. A su juicio, todo profesional del diseño o de las artes plásticas debía poseer una amplia cultura general, al igual que dominio profundo de los conocimientos necesarios para el desempeño de sus funciones y habilidades profesionales.
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Mientras el país se ahogaba en una larga lucha bélica, entre 1977 y 1983, Galicia empleó materiales de uso cotidiano (clips, hojas de libreta, tirro, fólders, cartas, recortes de periódicos, etc) y los plasmó al óleo sobre cartón o lienzo. Surgió así su serie Papeles, en la que asomó mucho de su crítica personal ante la realidad circundante, con documentos que evidenciaban burocracias para evidenciar u ocultar situaciones por las que atravesaba el pueblo salvadoreño. Además, su bandera nacional, enrollada, desgarrada y ensangrentada, se convirtió en todo un símbolo dentro de la plástica salvadoreña de la guerra, al igual que sus paisajes telúricos y casi cósmicos, con grietas de intensos colores rojizos, de las que brotaban fuego y lava entre el naturismo y la abstracción.
Durante mi primera etapa como estudiante en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA, 1989-1993), me tocó presenciar varias exposiciones del maestro Galicia. Fue pro entonces cuando tuve oportunidad de saludarlo y entrevistarlo. En 1995, el Banco Cuscatlán publicó Momento de reflexión, un volumen de gran formato compuesto por 75 páginas dedicadas a su obra, la cual también figura en otros libros de arte salvadoreño y centroamericano.
Fue por entonces cuando mi yo estudiante de Letras, con camisetas de cuello amplio y cabellos rebeldes, comenzó su relación de amistad con aquel hombre al que ya antes había conocido desde la pantalla blanco y negro del Sharp de tubos de la casa de mi familia en Santa Tecla.
Entre 1994 y 1995, Galicia fungió como presidente de la Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador (ADAPES). Entre 1994 y 1999, el presidente de la república Dr. Armando Calderón Sol lo nombró presidente del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, Concultura.
Fue durante su gestión cuando esa institución fundada en 1991 abandonó su casa original en la colonia Flor Blanca y se trasladó a uno de los edificios del Plan Maestro en el Centro de Gobierno. Además, fue la primera ocasión en que el máximo jefe de la entidad se trasladó a cada una de las Casas de la Cultura de entonces, para conocer de primera mano sus necesidades y ver la mejor manera en que pudieran ser solventadas con negociaciones administrativas dentro del gabinete central de gobierno.
En muchas ocasiones, tuve oportunidad de visitarlo en aquella amplia oficina, donde siempre me recibió con cordialidad y con suma diligencia atendió mis solicitudes y recomendaciones. Sobre su escritorio, siempre estaba acompañado de sus infaltables libretas de taquigrafía para tomar notas, redactar discursos o trazar ideas. Además, nunca le faltaba algún libro para leerlo mientras tuviera unos minutos de descanso en aquellas jornadas maratónicas que iniciaba temprano y que casi siempre terminaban hasta más allá de las 9 de la noche, pues le tocaba asistir a eventos diversos en centros cívicos, embajadas, instituciones gubernamentales, universidades y demás centros de desarrollo educativo y cultural en aquel El Salvador de la década de la posguerra.
En 1997, me permitió reunir una breve antología de textos de los siglos XIX y XX, para que acompañaran al pequeño catálogo institucional que acompañó a la exposición de Juan Francisco Wenceslao Cisneros Guerrero (1823-1878), primer pintor salvadoreño con nombres y apellidos conocidos, cuya obra fue exhibida en el Palacio Nacional, gracias a un convenio entre Concultura y el Museo de Bellas Artes de La Habana, Cuba.
Como aporte al país dentro de su gestión al frente de la principal institución oficial del sector cultural salvadoreño, el maestro Galicia desarrolló el plan para la construcción del nuevo edificio del Museo Nacional de Antropología Dr. David J. Guzmán -cuya sede anterior tenía daños estructurales desde el terremoto de 1986 y diversas estaciones lluviosas-, se publicaron los 30 tomos de la Biblioteca Básica de Literatura Salvadoreña -de cuya segunda fase fui prologuista en los volúmenes de las fábulas de León Sigüenza y los cuentos del Dr. José María Méndez p.- y se recuperó para el uso público la Sala Nacional de Exposiciones dentro del parque Cuscatlán, en cuya noche de reinauguración tuve ocasión de estar presente.
Luego de finalizar su etapa en la máxima dirección de Concultura, el maestro Galicia se tomó un tiempo de vacaciones. Igual hizo a inicios de la década de 1970, cuando tras el mural del Teatro Presidente se marchó a visitar los países de la Cortina de Hierro. Después, contrajo nupcias con Margarita, la médica con la que formó un hogar cuyas ramificaciones ahora se extienden por diversos hogares y países.
No recuerdo la fecha exacta del año 2000 en que me llamó y me invitó para que lo visitara en su nueva oficina. Acudí a plaza Kalpataru, donde en aquel pequeño salón resultaba descomunal una naturaleza muerta de grandes dimensiones, pintada a inicios del siglo XX por Pascasio González Erazo. Fue entonces cuando me contó del nuevo proyecto que llevaría adelante: la construcción y equipamiento del Museo de Arte de El Salvador, Marte. Una vez más, el gestor cultural se lanzaba a un reto, con la colaboración de un importante grupo de apoyo, compuesto por diversas personalidades del sector empresarial del país. Casi al mismo tiempo, aceptó volver a la televisión, para conducir Encuentro con Galicia por Tecnovisión-canal 33, 2001-2004, a la vez que se integraba a las actividades del senado consultivo de la Universidad Tecnológica de El Salvador.
En los siguientes tres años, todas sus energías se concentraron en el desarrollo de ese inmenso proyecto cultural, al que el gobierno encabezado por el presidente Lic. Francisco Flores cedió en comodato por 99 años un terreno adjunto al Teatro Presidente y atrás del Monumento a la Revolución “El chulón”, en la colonia San Benito. La empresa privada aportó los fondos y, tras diversas rondas de dinamitado, el edificio comenzó a surgir, entre lodazales, tubos negros para cables, paredes de ladrillo y cemento hasta convertirse en el hermoso centro cultural inaugurado, con toda pompa y boato, en la noche del 22 de mayo de 2003. Entre los asistentes se encontraban Rosa Mena Valenzuela, Carlos Cañas y Camilo Minero, tres de los grandes exponentes de las artes nacionales y quienes fueron objeto de sendas exposiciones en la apretada agenda cultural del Marte.
El surgimiento del Marte hizo posible que El Salvador estuviera entre los circuitos del arte internacional. Exposiciones como las de Picasso, Dalí, Goya, colección Cisneros y muchas más permitieron al público salvadoreño apreciar piezas de maestros extranjeros, a la vez que varias exposiciones en la sala central del recinto hicieron sus propias propuestas para recorrer el desarrollo histórico de la plástica nacional. Por invitación del maestro Galicia y del equipo gestor del Marte, tuve ocasión de participar en el diseño y gestión de reVisiones. Encuentros con el arte salvadoreño, tanto en la parte de exposición como de redacción de su catálogo, impreso gracias al generoso convenio que entonces el Marte tenía con la empresa Telefónica.
Entre 2003 y 2010, el Marte fue mi casa intelectual y mi escenario. Un día, el maestro Galicia me preguntó que si sabía quién era Juan J. Laínez, autor de dos cuadros de gran formato, pintados a inicios del siglo XX y dedicados a la erupción del Lago de Ilopango entre 1879 y 1880 y otra a las ruinas del templo católico de Izalco, devastado en 1773. Le dije que no tenía respuesta, pero que en un año podría ofrecerle una conferencia acerca de ese personaje, nacido en 1864 y fallecido en 1934. Y así lo hice. Además, en diversos momentos ofrecí otras charlas, contribuí a montar una pequeña muestra de Salarrué en el Centro de Ferias y Convenciones (Cifco, 2009), serví como corrector de estilo de decenas de documentos, catálogos y fichas museográficas, etc. Sería larga la lista de actividades en las que al maestro Galicia y su equipo me hicieron partícipe en esos años, hasta mi salida definitiva del país con rumbo a esta ribera del Mare Nostrum desde donde escribo ahora.
En diciembre de 2019, el maestro Galicia anunció su retiro de la dirección del Marte. El jueves 10 de noviembre de este año, me reuní con él durante unas horas en Madrid. Platicamos largo y tendido sobre muchos temas y personas, compartimos recuerdos, me contó de sus nuevas experiencias de vida y de trabajo pictórico y almorzamos un cabrito asado de altísima calidad.
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A los 77 años, el maestro Galicia desarrolla una nueva serie de cuadros para volver pronto a los ciclos de exposiciones nacionales. Sus lienzos y pinceles quedaron quietos por casi 25 años, desde que asumió la jefatura de Concultura. Volver a retomarlos no sería nada fácil y él lo sabía, pero decidió asumir ese nuevo reto desde su situación de retiro.
Roberto Galicia y su esposa Margarita han sobrevivido a muchos vaivenes sociales y a enfermedades serias, incluida la reciente pandemia. Ahora se dedican a su vida familiar en sus respectivos retiros, dentro de su amplia y acogedora casa de la calle Motocross. En ese espacio, el pintor y patriota lee, escribe, pinta y sueña, como lo ha hecho siempre. La República de El Salvador le debe un homenaje oficial. Es de justicia otorgárselo. El Marte le debe una exposición retrospectiva y también será otro acto de justicia para alguien que se ha entregado en cuerpo y alma, durante muchos años, a impulsar la cultura salvadoreña dentro y fuera de nuestros linderos.