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Pablo Neruda y El Salvador

El poeta, político y diplomático chileno nunca estuvo en el territorio salvadoreño, pero en Madrid, Santiago, Valparaíso, México, París y la Cortina de Hierro trató con diversos intelectuales nacionales.

Por Carlos Cañas Dinarte | Abr 06, 2024- 06:00

En las décadas de 1930 y 1940, el intelectual salvadoreño Ricardo Trigueros de León fue uno de los grandes entusiastas de la poesía nerudiana.

Madrid, década de 1930. Aquella capital de la Segunda República española se encuentra en plena ebullición cultural y muchos intelectuales iberoamericanos se dan cita en las tertulias y peñas literarias. Allí discuten, leen o actúan Federico García Lorca, Pablo Neruda (alias del chileno Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, Parral, 1904-Santiago, 1973), Rafael Alberti, los hermanos Manuel y Antonio Machado, Ramón del Valle-Inclán, León Felipe, Américo Castro, Salvador de Madariaga, José Bergamín, Juan Ramón Jiménez y otros. Entre aquellos contertulios es común ver a salvadoreños como el poeta cojutepecano Raúl Contreras Díaz (1896-1973) y al estudiante de derecho y futuro historiador y diplomático Rodolfo Barón Castro (1909-1986). En esas mesas surgirán muchas amistades y solidaridades.

En los meses más cruentos del cerco militar contra Madrid tras el alzamiento militar de julio de 1936, desplegado por el bando nacional encabezado por el general Francisco Franco Bahamonde, la representación diplomática salvadoreña -encabezada por Contreras Díaz como ministro plenipotenciario y con Barón Castro como secretario- se dio a la tarea de proteger a 200 refugiados en sus instalaciones. Bajo las balas y el acoso de grupos de anarquistas y otros militantes, todas aquellas personas fueron evacuadas hacia un edificio más seguro gracias a los buenos oficios de la Legación de Chile, que era la que atendía los asuntos salvadoreños durante aquel tiempo, luego de que el régimen del brigadier Maximiliano Hernández Martínez le retirara su reconocimiento al gobierno de la Segunda República. Así, la Legación salvadoreña quedó anexada a la chilena, para que dicha bandera suramericana –protagonista de una masiva evacuación de republicanos, en una operación iniciada por el cónsul Neruda- protegiera a Barón Castro y a las 200 personas asiladas durante aquellas jornadas de sangre y fuego que desembocarían en la “larga noche de piedra” de 1939 a 1975.

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Para las décadas de 1930 y 1940, casi ningún vate joven salvadoreño podía alegar desconocimiento de la poesía de Neruda, un alias que había empezado a usar en octubre de 1920. Uno de los más entusiastas con aquella obra innovadora fue el poeta, abogado y editor ahuachapaneco Ricardo Trigueros de León (1917-1965). En julio de 1940 publicó su texto Bajo el signo de Neruda en la prestigiosa revista cubana América, que desde La Habana servía como órgano de difusión de la Asociación de Escritores y Artistas Americanos. Ese escrito fue retomado en ese mismo año por la revista América Española y tuvo amplia difusión iberoamericana. El intelectual salvadoreño entrevistaría a Neruda en su casa en la ciudad de México y le dedicaría otros espacios en sus libros Labrando en madera: cabeza, poesía y muerte (San Salvador, Imprenta Funes, 1947, 164 págs.) y Perfil en el aire (San Salvador, Ministerio de Cultura, 1955, 260 págs.).

A inicios de la década de 1940 y mientras se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial, diversas dictaduras latinoamericanas y europeas habían provocado los exilios de muchísimos intelectuales. Como recordaría Neruda en su volumen de memorias Confieso que he vivido: “La sal del mundo se había reunido en México. (…) pululaban los exiliados voluntarios o forzosos de Centroamérica, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños. Todo esto llenaba a México de un interés multinacional y a veces mi casa, vieja quinta del barrio de San Ángel, latía como si allí estuviera el corazón del mundo.” Entre aquellos visitantes salvadoreños estaban la escritora Claudia Lars (1899-1974) y el fabulista, educador y promotor cultural Adolfo de Jesús Márquez (Sensuntepeque, 1898-1954). Este último entrevistó a Neruda y el chileno le manifestó su interés abierto por “visitar la tierra de Francisco Gavidia”. Influida por la palabra nerudiana desde hacía un par de décadas, Lars sería muy explícita con la poesía del chileno en un verso de Canción del fuego para el fuego (revista Repertorio americano, San José, Costa Rica, volumen 39, no. 9, 1942, p. 132): ‘“Porque el fuego no muere…” Ya Neruda lo escribe…’.

Arriba, partes de la edición original del Canto general de Neruda, publicado en 1950. Abajo, la caricatura de Toño Salazar en el poemario del chileno (1948).

Por esa época comenzaron sus actitudes mutuas de roces e inquinas con el poeta y abogado salvadoreño Hugo Lindo Olivares (1917-1985), con quien chocó por razones poéticas, religiosas y de ideales políticos.

De regreso en su tierra natal, el militante Neruda fue propuesto por el Partido Comunista Chileno y electo para ocupar una silla en el Senado, cargo en el que permanecería entre 1945 y 1948. En uno de sus discursos dentro de aquellos debates en el hemiciclo parlamentario, desarrollado el 10 de diciembre de 1946, el senador militante reconoció a El Salvador como uno de los países que aventajaron a Chile en el otorgamiento del derecho al voto para las mujeres, como lo hizo la dictadura martinista en 1939. Esa pieza quedó recogida en Discursos parlamentarios de Pablo Neruda, 1945-1948 (recopilación y edición de Leonidas Aguirre Silva, Santiago de Chile, Antártica, noviembre de 1996, pág. 105).

Poco después, Neruda sufriría persecución a manos de la tiranía presidencial chilena de Gabriel González Videla. En ese marco, tuvo que permanecer en la clandestinidad y diversos intelectuales del mundo solicitaron que algunos países le concedieran asilo político y salvaguarda para su integridad personal. El caricaturista salvadoreño Antonio “Toño” Salazar (1896-1984) resumió aquella situación en una de sus más duras criticas gráficas. Hizo una referencia explícita de un águila que defeca mientras vuela, en clara alusión a la negativa del gobierno de México de otorgarle asilo y protección al suramericano. Sobre una yerma “residencia en la tierra” -sugerencia de las arenas del desierto chileno- a una cabeza decapitada de Neruda le brotan sangre y raíces que germinan, como espacios posibles para la esperanza y la resurrección.

Esa caricatura del salvadoreño fue recogida en la página 9 del poemario nerudiano Que despierte el leñador (La Habana, Félix Ayón II, 2 de julio de 1948, 29 págs.), un opúsculo solidario encargado por los intelectuales cubanos Juan Marinello Vidaurreta, Nicolás Guillén y Ángel Augier. Entre mayo de 2007 y abril de 2010, el original de esa obra de Salazar fue mostrado en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE) dentro de la sección surrealista de la magna exposición semipermanente reVisiones. Encuentros con el arte salvadoreño, organizada por el curador Jorge Palomo O’Byrne.

Texto completo del poema del salvadoreño Pedro Geoffroy Rivas, leído en la ciudad de México en la cena de desagravio para Neruda, en noviembre de 1948. Imágenes cortesía de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano” (San José, Costa Rica).

En noviembre de 1948, en la ciudad de México, varios intelectuales latinoamericanos le ofrecieron una cena a Neruda, debido a que no fue apoyado por el gobierno mexicano cuando solicitó asilo político frente a la persecución política en su contra desatada en Chile. En esa noche de reconocimiento, los versos de estilo estuvieron a cargo del intelectual y exiliado salvadoreño Dr. Pedro Geoffroy Rivas (1908-1979), mediante el poema Introducción a un recital de desagravio para Pablo Neruda, publicados por revista literaria costarricense Repertorio americano (San José, no. 12, tomo XLV, año XXIX, no. 1087, jueves 30 de junio de 1949, págs. 185-186).

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Casi dos años después, Neruda dio fin a doce años de trabajo y concluyó los 231 poemas y quince secciones de su poemario Canto general (ciudad de México, Talleres Gráficos de la Nación, 1950, 500 ejemplares numerados, con ilustraciones de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros). Uno de esos textos poéticos se lo dedicó al brigadier Maximiliano Hernández Martínez, quien fue el dictador salvadoreño entre el 4 de diciembre de 1931 y el 9 de mayo de 1944, además de responsable directo de la represión militar contra el alzamiento etnocampesino de filiación comunista de enero de 1932 y del exilio, encarcelamiento y fusilamiento de miles de opositores:

Martínez (1932)

Martínez el curandero
de El Salvador reparte frascos
de remedios multicolores,
que los ministros agradecen
con prosternación y zalemas,
El brujito vegetariano
vive recelando en palacio
mientras el hambre tormentosa
aúlla en los cañaverales.
Martínez entonces decreta:
y en unos días veinte mil
campesinos asesinados
se pudren en las aldeas
que Martínez manda incendiar
con ordenanzas de higiene.
De nuevo en palacio retorna
a sus jarabes, y recibe
las rápidas felicitaciones
del Embajador norteamericano.
«Está asegurada -le dice-
la cultura occidental,
el cristianismo de occidente
y además los buenos negocios,
las concesiones de bananas
y los controles aduaneros.»
Y beben juntos una larga
copa de champagne,
mientras cae
la lluvia caliente en las pútridas
agrupaciones del osario.

En la década de 1950, el Canto general nerudiano estremeció a muchos jóvenes militantes de la izquierda latinoamericana. Diversos poetas se vieron influidos en su propia obra por aquellos versos cuestionadores de la historia, la política y la realidad socioeconómica del continente. Unos de ellos fueron los integrantes del Grupo Octubre, del Círculo Literario Universitario y de la Generación Comprometida, tres de las agrupaciones culturales salvadoreñas de mayor compromiso político. Mientras tanto, Neruda se dedicaba a la diplomacia, a la gastronomía y a las giras poéticas por los países de la Cortina de Hierro, vinculados con la Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS) y el Pacto de Varsovia.

La Revolución Cubana y la militancia político-militar de muchos escritores acabó pronto con aquellas expresiones nerudianas, tan difundidas, tan traducidas. Fue el caso de Roque Dalton García (1935-1975). En una entrevista concedida al escritor uruguayo Mario Benedetti en 1969, ese poeta y periodista salvadoreño declaró: “al igual que un gran número de poetas latinoamericanos de mi edad, partí del mundo nerudiano, o sea de un tipo de poesía que se dedicaba a cantar, a hacer la loa, a construir himno con respecto a las cosas, el hombre, las sociedades. Era la poesía canto. Si en alguna medida logré salvarme de esa actitud, fue debido a la insistencia en lo nacional. El problema nacional en El Salvador es tan complejo que me obligó a plantearme los términos de su expresión poética con cierto grado de complejidad, a partir, por ejemplo, de su mitología. Y luego, cierta visión del problema político para la cual no era suficiente la expresión admirativa o condenatoria, sino que precisaba de un análisis más profundo”.

Desde la década de 1970, en donde debió funcionar el Jardín de los Poetas, al norte del parque Cuscatlán (San Salvador), se exhibe un medallón metálico con el rostro de Pablo Neruda. Otro parecido permaneció expuesto durante varios años en la plaza Chile, en la colonia Escalón.

En reiteración a esas palabras, Dalton García señaló: “(…) yo quisiera ser uno de los nietos de Vallejo. Con la familia Neruda no tengo nada que ver. Hemos roto nuestras relaciones hace tiempo. De todos aquellos que surgimos impulsados por el clima de Vallejo (aunque a esta altura no sé si quedará algún rastro de nuestra expresión formal), descarnado y humano, me siento cerca de poetas latinoamericanos como Juan Gelman, Enrique Lihn, Fernández Retamar, Ernesto Cardenal.” En ese mismo año, también dedicaría algunos versos de burla contra Neruda en su poemario Taberna y otros lugares, uno de los más simbólicos dentro del universo poético daltoniano y en el que criticaba la situación real del socialismo en Checoslovaquia y otros puntos europeos.
En su novela póstuma Pobrecito poeta que era yo, publicada en 1976, Dalton García dejó escritos varios diálogos contrarios a los aportes literarios y políticos de Neruda:

“Lo que no me gusta de la poesía del viejo es que es poesía de cantor. Claro que eso es culpa de la tradición latinoamericana, tan superficializante, que nos llega por la vena de Darío y sigue imponiéndosenos por las arterias de Neruda. Si no aparece Vallejo, a esta hora, para escribir poesías en nuestros países habría que usar trompetas y atabales”.
“¿Qué es un poeta marxista? A ver, Gabino.
Yo sólo conozco a dos o tres. Lenin es uno. Y Brecht.
Y Neruda. ¡Nunca me hagas eso! Neruda es Rubén Darío, con menos tragos”.

En agosto de 2007 se frustró un proyecto de exposición binacional dedicada a la vinculación de Neruda con El Salvador, que debió ser inaugurada de forma simultánea en ambos países. Mientras un proyecto así no se haga, acompañado de un libro o un documental, estos apuntes pueden arrojar alguna luz acerca de cómo la vida y obra del Premio Nobel de Literatura en 1971 mantuvo proximidades con diversos intelectuales salvadoreños e, incluso, más allá de su tiempo vital hasta este presente cambiante en extremo y tan frágil y cuestionador de todo lo políticamente incorrecto.

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