El cojutepecano León Sigüenza Mineros (1895-1942) se trasladó del puerto californiano de San Francisco a New York, para desempeñarse como secretario del consulado salvadoreño en esa urbe de la costa este.
El 28 de noviembre de 1920 fue electo secretario de junta directiva y uno de los cinco directores propietarios del New York Committee for the Union of Central America o Comité Unionista Centroamericano, un organismo de raigambre obrera y carácter político y social, fundado en septiembre de ese año y que agrupaba a más de dos mil emigrantes del istmo residentes en la Gran Manzana. Una de sus primeras acciones grupales fue protestar contra las intenciones de un sector del gobierno estadounidense para lograr la excarcelación del mentalmente inestable dictador guatemalteco Lic. Manuel Estrada Cabrera, sustraído del Poder Ejecutivo tras 22 años en el solio, gracias a masivas manifestaciones del Partido Unionista y a la proclamación del decreto legislativo 1020 del 8 de abril de 1920.
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Como miembro directivo de esa organización neoyorquina, Sigüenza remitió una carta a las secretarías de las sociedades de obreros del istmo centroamericano: "La unión de los Obreros es el porvenir de las naciones. Nosotros los excitamos a que forme un solo núcleo el cuerpo Obrero de Centro América. Los ojos expectantes de la América esperan todo el porvenir de Uds. pues ¿quiénes defienden con su sangre la autonomía nacional, sino los Obreros? ¿Quiénes con sus nervudos brazos le dan empuje a las industrias, sino los Obreros? ¿Quiénes forman esa base compacta en que se asienta la legalidad de los Gobiernos, sino los Obreros? A ustedes les toca realizar con sus trabajos, legalizar con su voto y sellar con el corazón la noble idea de la unión de Centro América, que varones de la talla morazánica nos han dejado en patrimonio proindiviso, en ese dilatado campo de confraternidad Hispano Americana". Palabras más, palabras menos, el trabajo del Comittee asumía ideales tanto del Socorro Rojo Internacional (SRI, cuya sede para América Latina y el Caribe estaba en New York) y del Partido Unionista Centro Americano (PUCA).

Mediante un boletín difundido en marzo de 1922 por el diario neoyorquino La Prensa, el Comité hizo una grave denuncia y adoptó una postura firme ante la misma: "Tomando en consideración que el movimiento subversivo de San Salvador, en el cual tomaron participación cincuenta y cuatro cadetes de la Escuela Politécnica, es un reflejo del descontento general en dicho Estado por haberse disuelto la Federación que es el anhelo del pueblo salvadoreño, como el de los otros países de la América Central, y la desconfianza que ha provocado el empréstito de 16.000.000 de dólares que el Gobierno ha contratado con el National City Bank de Nueva York, el Comité Unionista Centroamericano resolvió dirigir un memorial a la Asamblea Nacional de El Salvador, excitándola para que no le dé su aprobación. El gobierno de El Salvador, mucho antes que el Estado hubiera reasumido su soberanía, estuvo gestionando el empréstito en referencia, con grave transgresión de la Constitución Federal promulgada por la Asamblea Nacional de Tegucigalpa, capital de la Federación, que prohibía terminantemente a los Estados signatarios negociar empréstitos sin la aquiescencia de aquel alto cuerpo. El pueblo salvadoreño ha inculpado a su gobierno de falta de sinceridad en los pasos que dio a favor de la unión y teme, fundadamente, que dicho empréstito sea lesivo a los intereses centroamericanos pues enajena la soberanía de dicho Estado a una potencia extranjera -e idéntico caso se ha registrado en Nicaragua, Haití y Santo Domingo [sic: República Dominicana]-, pues dicha combinación implica la designación de un interventor general de aduanas en el territorio salvadoreño". El interventor estadounidense tuvo su sede en la Casa Meléndez, edificación con techo de hierro fundido que muchos recordarán como la Casa Munguía, en la zona nororiental de la plaza Morazán.
Desde la tierra de Washington, Jefferson y Franklin, Sigüenza comenzó a redactar sus fábulas, breves escritos al estilo de Esopo y Fedro en los que el salvadoreño denunciaba las actuaciones políticas de los gobiernos represores del istmo centroamericano. En el matutino La Tribuna, de la capital costarricense, el martes 21 de febrero de 1922 publicó una de las más conocidas:
El tigre y el canario
—Sepa Ud., señor mío,
que me vanaglorío
de que a su mismo lado
me tengan enjaulado
—le dijo el tigre al pávido canario
que también se encontraba prisionero
soportando ese mísero calvario
ni más ni menos como el tigre fiero.
—Yo también, señor tigre,
y mientras no peligre,
celebro que a su lado
me hayan colocado
—le contestó el canario un poco serio.
Y luego le pregunta: —Diga, amigo,
¿por qué es que nuestro pérfido enemigo
lo tiene en tan penoso cautiverio?
—Porque soy sanguinario
—le contestó al canario
el temible felino—.
Y sobre usted, vecino,
¿cuál es la seria acusación que pesa
que lo tienen sumido en tal quebranto?
Y contestó el canario con tristeza:
—A mí me tienen preso porque canto.
En vida, más o menos,
a todos nos dan palos:
a los unos por malos
y a los otros por buenos.

Sigüenza residió en Nueva York hasta marzo de 1924, cuando retornó a El Salvador. Entre 1927 y 1931 encabezó el primer consulado de una república centroamericana en el Imperio del Sol Naciente. El martes 25 de agosto de 1931, desde Relaciones Exteriores en San Salvador le remitieron a Sigüenza un cablegrama informaban que su consulado quedaba suprimido por los recortes establecidos dentro del Presupuesto General de la Nación para el año administrativo 1931-1932. Las finanzas del país iban en picada desde la crisis bursátil global de 1929 y por la corrupción reinante dentro del gobierno encabezado por el ingeniero Arturo Araujo, líder del Partido Liberal Salvadoreño. Sigüenza retornó a El Salvador en noviembre de 1931.
Tras el levantamiento etnocampesino de filiación comunista en el occidente, centro y norte de El Salvador, en enero de 1932, las firmas de 47 escritores y periodistas suscribieron un manifiesto de defensa para Jacinto Castellanos Rivas (Cojutepeque, 05.mayo.1899-San Salvador, 30.nov.1973), quien estaba sometido a ataques públicos y amenaza de detención por el régimen martinista porque permaneció junto a Agustín F. Martí, Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata en las horas previas a su fusilamiento colectivo, en la madrugada del lunes 1 de febrero de 1932, tras ser acusados y condenados por un Consejo de Guerra Ordinario bajo los alegatos de pertenecer al SRI, ser redactores del periódico opositor La Estrella Roja y ser instigadores de ese movimiento indígena y campesino, considerado la primera insurrección filocomunista del continente americano. Entre aquellas firmas al calce estaban las de Sigüenza Mineros, Miguel Ángel Espino, Arturo A. Ambrogi Acosta, Salarrué, Juan Ulloa, Adolfo Pérez Menéndez, Alberto Guerra Trigueros, Gilberto González y Contreras, Manuel Andino y Joaquín "Quino Caso" Castro Canizález. En las primeras semanas del gobierno golpista del brigadier y teósofo Maximiliano Hernández Martínez, al intelectual cojutepecano no le costó firmar esa carta solidaria con un perseguido político.
Un año después, Sigüenza Mineros ya era diputado propietario electo por el departamento de Cuscatlán. Como el mandatario nacional deseaba cambiar la Ley de Imprenta vigente desde el 13 de agosto de 1886, el de Sigüenza fue uno de los 31 votos a favor que, el 29 de marzo de 1933, le otorgaron vigencia a esa legislación que, por sus niveles de censura impuesta desde el gobierno, causó un amplio revuelo, protestas y una huelga de varios días por parte de los dueños de medios impresos y el gremio periodístico nacional. Ante las masivas críticas vertidas, Sigüenza y el resto de los diputados suscribieron un Manifiesto de la Asamblea Nacional Legislativa de la República al pueblo salvadoreño, documento público en que se mostraron a favor de la polémica ley, ya que la Asamblea "adquirió el convencimiento íntimo [e] incontrastable de que la nueva Ley a ratificarse no sólo no contenía ninguna disposición que pudiera tildarse de inconstitucional, sino que constituía el desarrollo lógico y necesario del principio que el Art. 29 de la Carta Fundamental [dedicado a la responsabilidad del jurado para dictaminar y castigar en un caso de acusación penal] consagra para que la libre emisión del pensamiento sea una realidad y no se preste más a los torpes abusos a que hasta ahora ha dado lugar". A partir de ese momento, su imagen de hombre de letras quedó tocada por la sombra de esa legislación mordaza surgida en el primer tramo de la extensa y férrea dictadura martinista.

En octubre, Sigüenza Mineros volvió a ser nombrado cónsul general de El Salvador en Japón y reinauguró el consulado en enero de 1934. Dos meses más tarde y por su intervención oficial, el régimen martinista reconoció la invasión militar japonesa en la región china de Manchuria y el establecimiento del imperio títere de Manchukuo. En los siguientes siete años, el cónsul salvadoreño se pasearía en la corte japonesa, creyéndose uno de los tigres más reconocidos del espectro internacional asentado en Tokio.
Tras huir del archipiélago nipón en el último barco que transportó americanos hacia California, Sigüenza Mineros retornó a El Salvador a fines de 1941. El gobierno salvadoreño declaró el estado de guerra contra el Imperio del Japón mediante el decreto no. 90, emitido desde el Palacio Nacional de San Salvador por la Asamblea Legislativa a las 12:55 horas del lunes 8 de diciembre de 1941, un día después de que los Estados Unidos y sus aliados se vieran involucrados en la Segunda Guerra Mundial, tras el ataque japonés contra la base militar estadounidense de Pearl Harbor, en el archipiélago de Hawái. La declaratoria de guerra le fue enviada a la Legación Imperial del Japón en la capital mexicana, a los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, China (en la capital guatemalteca) y a otras cancillerías del mundo, como la de Costa Rica.
Radicado en la casa no. 1 de la intersección de la avenida Cuscatlán y la 10ª. calle oriente, en la ciudad de San Salvador, no ha quedado constancia escrita de que Sigüenza Mineros tratara de buscar otro puesto diplomático en el extranjero o, si lo hizo, a la dictadura martinista no le resultó de interés en aquellos momentos de frentes bélicos en diversas partes del planeta.
Desde su casa de estilo oriental, organizó sus creaciones literarias en un libro que deseaba publicar, proyecto que -al igual que la redacción de sus novelas orientales y su tratado de estética- ya no alcanzó a ver realizado. Falleció a las 11:00 horas del miércoles 27 de mayo de 1942, tras pocos días de estar sumido en depresión y verse afectado por una severa intoxicación alcohólica.
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