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Las Vueltas: el pueblo de Chalatenango donde el bordado convierte el dolor de la guerra en arte

Tres décadas después del fin del conflicto armado, un grupo de mujeres mantiene viva la memoria histórica a través del bordado, un arte que aprendieron en su exilio en Mesa Grande, Honduras, y que ahora enseñan a las nuevas generaciones.

Por Óscar Orellana | Ago 20, 2024- 06:00

Emma Rodríguez, de 72 años, es parte del Colectivo de Mujeres "Bordando Historias". Foto EDH/ Francisco Rubio

Han transcurrido 32 años desde que se puso fin a la guerra salvadoreña con la firma de los Acuerdos de Paz, el 16 de enero de 1992. Para miles de personas que habían huido de las feroces armas, esa fecha no solo marcó el fin del conflicto armado, sino el regreso a sus hogares que una vez dejaron atrás.

Teresa Cruz, María Josefina y Emma Rodríguez fueron de las tantas mujeres que retornaron a Las Vueltas, Chalatenango, después de permanecer por años en el exilio.

En los campamentos de Mesa Grande, Honduras, estas compatriotas usaron el bordado artesanal como un medio para narrar sus desgarradoras historias, transformando hilos y telas en relatos de dolor, resistencia y esperanza.

A través de sus mantas, crearon un legado que sigue latente en su comunidad y que se ha transmitido de generación en generación por medio del Colectivo de Mujeres "Bordando Historias".

María Josefina Mejía es una de las 22 bordadoras que conforman el colectivo. Ella tiene décadas de dedicarse a dicha labor y aseguró que es su pasatiempo favorito. En sus mantas, retrata con dibujos y frases sus vivencias del conflicto.

"Es como recordar nuestra historia, nuestro sufrimiento, cómo se vivió antes en Mesa Grande, las masacres que hubo. Incluso, mi papá estaba en esa masacre de Las Aradas que tuvo sobrevivientes también", indicó la chalateca de 56 años.

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En cada manta están retratados los episodios dolorosos que vivieron. Foto EDH/ Francisco Rubio

Afirmó que el bordado le ayuda a "liberar el estrés", pues en cada reunión, mientras sus manos trabajan con aguja e hilo, comparte risas, lágrimas y recuerdos de guerra con sus demás compañeras.

"Fue bien dura (la guerra) porque no tuvimos una infancia, no tuvimos escuela, diversiones, ni cumpleaños, nada así. Todo fue bien duro, bien triste. Salimos de nuestros hogares sin casi nada, solo con nuestras ropitas que llevábamos", lamentó Mejía.

En las mantas que bordan se leen frases poderosas como "Nunca más", "La lucha con rostro de mujer" "Las mujeres somos el ave de la vida" y "Siempre fortaleza y lucha", como un recordatorio de su cruzada y supervivencia.

Según Josefina, sus mejores bordados fueron aquellos que hizo en Mesa Grande, en los que plasmó el sueño de volver algún día a casa y olvidar el pasado.

"Sí, era el sueño más grande que tenía, el de regresar al lugar de origen, acuérdese que estar en otros países no es como estar en su país, todo es diferente y duro", recalcó.

La historia de Josefina es muy similar a la de Emma Rodríguez, de 71 años, quien desearía borrar de su memoria esos años sangrientos, pero sabe que eso no sucederá, por eso, usa el bordado como un antídoto sanador.

Emma aprendió a bordar a sus 15 años (antes de la guerra) cuando veía a su hermana mayor en su casa tejiendo manteles con flores, árboles y paisajes.

María Josefina Mejía, de 56 años, refleja en sus mantas sus recuerdos de la infancia.. Foto EDH/ Francisco Rubio

"Antes bordábamos cositas como flores para el mantel, para la mesa. Ya aquí es que estamos bordando historias. Lo que bordamos es para que no se olvide, entre todas hacemos la historia. Empezamos a bordar para el museo (Mupi) y de ahí ya seguimos bordando. El objetivo es la memoria, que no se olvide", confesó Rodríguez.

Explicó que en el colectivo ha encontrado el amor de amigas y le ha ayudado a cerrar esas heridas que por años habían permanecido abiertas.

"El primer mantel que hice fue un cuadro de un hijo mío que él dibujó en Mesa Grande, él era un maestro popular. Cuando la guerra terminó, tuve ese cuadro, y es el primero que bordé (…) Él sí murió para la ofensiva", agregó, tras recordar a su hijo de 17 años que fue víctima de la guerra.

Los ojos de Emma se pusieron llorosos al rememorar todo lo que tuvo que soportar con sus hijos en esos años. La peor parte fue cuando en 1987 regresaron a casa, pero su hogar había sido reducido a cenizas. No tenían dónde vivir ni dónde ir.

"Ya cuando vinimos aquí no teníamos nada. Hacíamos casitas donde halláramos espacio. Poco a poco fuimos consiguiendo donde vivir", reveló.

Un legado para el futuro
Por medio de talleres, Emma, Josefina y Cruz comparten sus conocimientos y experiencias con jóvenes y adultos de la localidad. El objetivo es que la tradición del bordado no desaparezca y que la memoria histórica siga presente en Las Vueltas.

Algunos de los nuevos integrantes son sus hijos y nietos, quienes con devoción han aprendido todo lo necesario de este arte.

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Estos son los mensajes que plasman en estas mantas. Foto EDH/ Emerson Del Cid

"En el grupo hay 3 generaciones. Está la mamá que enseñaba a bordar allá o que bordaba esas mantas, las hijas que aprendieron en los campamentos a bordar desde niñas. Y ahora son sus hijas (nietas) quienes están también bordando aquí", puntualizó Teresa Cruz.

Yisel Guardado, de 18 años, es de las jóvenes más activas en el grupo. Sabe la historia de su familia de principio a fin y muchos de esos sucesos los ha bordado.

"Yo empecé en este camino del bordado cuando vino el Mupi con un proyecto. Nos dijeron que bordáramos algo acerca de nuestra historia. Y como yo no tengo esa historia del tiempo de guerra, entonces bordé una foto donde sale mi mamá, mis tíos y mis abuelos en tiempo de guerra. Ahí fue donde prácticamente aprendí a bordar porque no sabía nada del bordado", comentó Yisel.

La joven también confesó que perfeccionó sus puntadas gracias a su abuela, quien con paciencia le enseñó los trucos del arte del hilo y las agujas.

"La que me enseñó un poquito fue mi abuela, así es como aprendí a bordar. Ya luego me llamó bastante la atención eso y poco a poco he ido aprendiendo. Siento que bordar me transmite tranquilidad. Y es algo bien bonito, yo me distraigo la verdad. Bordo y bordo y no siento el tiempo", explicó.

Mientras mostraba sus mantas, Yisel relató una historia muy dura de su mamá en el conflicto. "Mi mamá me contó que para una guinda se le había perdido un zapatito, y tuvo que correr en un cañal recién cortado. Dijo que del mismo temor que la iban a matar, no sentía cuando se le iban metiendo (las estacas) en el piecito, ya después se lo vio con mi abuela y hasta ahí sintió el dolor", rememoró.

El bordado les ha permitido zurcir aquellas partes de sus vidas que quedaron rotas o rasgadas por la violencia del conflicto armado. Foto: EDH / Alejandro Jiménez

Guardado afirmó que la mayor herencia que estas mujeres podrían dejarle son sus conocimientos del bordado, el cual nunca desea que desaparezca.

"Yo siento que el bordado es un legado que nos dejan las personas mayores. Y es algo bonito. Por ejemplo, a veces las señoras en lo que están bordando se ponen a contar anécdotas. Entonces, ahí nos vamos enriqueciendo más de esta historia que yo siento que, aunque no la viví, es parte de mí porque de ahí vengo, de personas valientes, sobrevivientes", agregó.

Por su lado, Teresa Cruz es consciente que las cicatrices psicológicas siguen presentes en cada una de ellas, pero entre todas están tratando de sanar a través del bordado artesanal.

"Por lo menos a mí, me ayuda mucho a expresar lo que estoy sintiendo, a sanar esas heridas. Nuestra sociedad tiene sus duelos, que no los hemos podido sacar (…) Muchas veces, cuando estamos bordando cosas dolorosas, también nos ayuda a llorar. Compartimos en el grupo lo que estamos sintiendo, el dolor; cuando nos encontramos en el grupo, hablamos de los sucesos pasados, y cómo muchas veces enfrentamos eso, dijo Cruz.

Cada 10 de octubre, Las Vueltas conmemora la repoblación de 1987, y rinden homenaje a aquellas personas que perdieron la vida en la guerra civil del país. En este 2024, cumplen 37 años.

En la actualidad, sus mantas se han exhibido en diversas exposiciones, tanto a nivel local como internacional. En el Mupi se albergan, principalmente, aquellas que fueron bordadas durante el conflicto armado, las cuales ahora forman parte de la memoria histórica de El Salvador.

Los bordados han sido expuestos en diferentes espacios culturales en el país. Foto: EDH / Alejandro Jiménez

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