Las Vueltas es un pueblo colonial ubicado en el departamento de Chalatenango, rodeado de gigantescas montañas, refrescantes ríos y paisajes increíbles. La carretera que lleva hasta allí hace honor a su nombre, ya que está repleta de curvas, subidas y bajadas. Incluso, hay tramos que aún son de tierra.
Al llegar, se respira tranquilidad, su gente es amable y servicial. Pareciera que este lugar siempre ha estado en completa serenidad y alejado de la violencia.
Sin embargo, la cruda realidad es que no siempre ha sido así. Desde los años setenta, la guerra civil en El Salvador afectó grandemente al pueblo: lo tiñó de sangre, cobró vidas inocentes, desapareció personas, exilió a familias y dejó traumas y heridas que, al día de hoy, sus pobladores esperan sanar.
Según la doceava edición de la revista "Trasmallo" del Museo de la Palabra y la Imagen (Mupi), la dictadura militar ordenó en 1980 realizar operativos contrainsurgentes y cometer masacres contra la población civil, como la del Río Sumpul. Estas acciones obligaron a miles de habitantes de Chalatenango a buscar refugio en Honduras, donde se crearon campamentos protegidos por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
En ese lugar se implementaron programas culturales y talleres de capacitación vocacional que incluían carpintería, mecánica y costura. Además, se alfabetizó a todas las personas.
Muchas mujeres y niñas optaron por el bordado para mantenerse entretenidas en los días de exilio. Cabe destacar que el bordado ya era una tradición campesina que muchas de ellas aprendieron antes de que la guerra azotara al país.
No obstante, los bordados que solían hacer en sus casas, ilustrados con pájaros y flores, quedaron en el olvido en los campamentos. En su lugar, comenzaron a bordar escenas de la vida cotidiana y de los crímenes que habían presenciado antes de huir de sus hogares.
Muchas de esas mantas sirvieron como medio para que los refugiados se comunicaran con la solidaridad internacional, ya que, al principio, les era difícil de otra manera. El motivo, el ejército hondureño, que rodeaba los campamentos, no permitía la entrada o salida de cámaras y papeles que documentaran las historias de estas personas en los refugios.
El 10 de octubre de 1987, con ayuda de ACNUR, alrededor de 4,500 salvadoreños regresaron desde el campamento de refugiados de Mesa Grande a El Salvador. La mayoría de ellos rumbo a Santa Marta en Cabañas, Copapayo en Cuscatlán, y Las Vueltas y Guarjila en Chalatenango.
En ese grupo venían niñas, jóvenes y mujeres, y cargaban entre sus manos mantas, agujas e hilos, herramientas que les habían sido útiles en el exilio y que, luego del fin de la guerra, se convirtieron en sus instrumentos de trabajo y pasatiempo.
Un colectivo que borda historias
Casi cuatro décadas después de esos sucesos, aquellas niñas y adolescentes que vivieron la guerra en carne propia son ahora madres, abuelas e incluso bisabuelas. Hoy en día, siguen bordando con la misma devoción que mostraron durante su exilio.
Hace algunos años fundaron el Colectivo de Mujeres "Bordando Historias", donde a través del bordado, exteriorizan sus relatos de supervivencia y buscan cerrar aquellos episodios de su vida que las dejaron rotas.
En cada puntada plasman historias de su pasado, experiencias del conflicto y mensajes de paz y esperanza. Por eso sus mantas no solo son piezas de arte, también son testimonios visuales de una época dolorosa que sigue haciendo eco en sus vidas.
La lideresa del colectivo es Teresa Cruz, de 56 años, quien también es promotora cultural y educadora. Es originaria de San Antonio de La Cruz, desde donde viaja una vez a la semana para reunirse con más de 22 mujeres en el taller ubicado en la casa comunal de Las Vueltas.
El colectivo nació cuando el Mupi inició una investigación para localizar el paradero de las mantas que ellas habían bordado en Mesa Grande. Estas habían sido enviadas a otros países como un medio de denuncia colectiva de las atrocidades que vivieron.
Algunos de esos bordados han sido repatriados a El Salvador desde México, España, Italia, Alemania y Estados Unidos, pero aún se desconoce el paradero de otros.
"El punto fundamental para nosotros en aquel entonces era contar esas historias, contar la historia de cómo nosotros estábamos viviendo ahí. Vivir en un campamento de refugiados no era fácil. Aquello no era un campamento de refugiados normal, era un campamento de concentración, donde había más de 12 mil personas, donde no se podía salir a ninguna parte", recordó Cruz.
Según la lideresa, en Mesa Grande carecían de materiales para bordar, pero aprovechaban las telas viejas y los hilos de colores de las toallas para tejer. Sus dibujos tampoco eran perfectos, pero eso no importaba; pues no pretendían la perfección, sino trasmitir el mensaje que deseaban.
"Nuestra preocupación era contarle al mundo qué era lo que estaba pasando y dijimos: 'a los periodistas siempre les quitan las cámaras, las fotos, cualquier grabación, todo. No los vamos a exponer'. Entonces, lo más fácil era bordar, ya que nos surgió la idea de que teníamos que comunicarnos. Esa fue la forma de cómo comenzamos a hacerlo a través de los bordados. Y era mucho más fácil que cualquiera se pusiera una mantita en la bolsa o en cualquier lado del cuerpo y para llevarlo al extranjero", explicó Teresa.
Cruz, quien aprendió a bordar a los 13 años, recordó que ella junto a otras niñas se metieron de lleno al bordado para olvidar sus preocupaciones y darle una salida a los recuerdos dolorosos que bombardeaban sus mentes a diario. Ese pasatiempo se transformaba en un momento de calma y les permitía desconectarse de los problemas cotidianos. Al concentrarse en la actividad, en cada puntada y dibujo, lograban apartar los pensamientos malos que les causaban estrés.
Hoy en día, siguen implementando esas estrategias. Repetir las puntadas una y otra vez les produce un efecto de relajación parecido a la meditación y consiguen una concentración plena. Es como una terapia que las reconstruye.
"También cuando nos juntamos mujeres hablamos del tema (la guerra), y también nos ayudamos entre nosotras a reconstruir esa vida, a zurcir los dolores que llevamos, las heridas. Entonces eso era como lo que estábamos haciendo ahí, y descubrimos que nosotras en el campo, las mujeres siempre hemos bordado, siempre nos han enseñado a bordar nuestra ropa", rememoró.
Teresa tuvo una niñez feliz junto a sus padres y sus ocho hermanos, pero cuando entró a la adolescencia todo eso cambió; la guerra le arrebató esos años de felicidad.
De su cabeza no ha podido sacar aquellos recuerdos amargos de 1979, cuando ella junto a su familia tuvieron que abandonar su hogar en Santa Anita, luego de que su casa fuera incendiada por la Guardia Nacional. Las potentes llamas redujeron a cenizas a su amado "Pancho", un juguete que la había acompañado durante su infancia.
A sus 13 años, esas trágicas escenas las plasmó en un bordado, cuyo manto se convirtió en un testimonio de cómo la guerra destruyó los sueños de infancia de miles de niños salvadoreños.
"Pasé mucho tiempo con esos traumas que tampoco los había descubierto, hasta después lo pude hacer. Yo vengo de una familia numerosa, y en el campo a una no le dan un juguete, el único juguete que tiene son los oficios de la casa.
Me acuerdo de que un padre de Arcatao me regaló un muñeco que le decíamos 'Pancho', y era para todos, toda nuestra familia jugaba con el muñeco. Recuerdo que hasta lo bautizamos al muñeco, por eso se llamaba 'Pancho', entonces en una de esas guindas, nos quemaron la casa en el 79 y ahí se quemó el muñeco", lamentó Cruz.
En los talleres tejen recuerdos de la guerra como una forma de exteriorizar escenas dolorosas que tuvieron que vivir: bombardeos, torturas, violaciones, masacres y exilio.
Cada dibujo es acompañado con frases impactantes de su exilio, de la última vez que vieron con vida a sus familiares y de lo duro que fue huir de El Salvador.
Las historias de María Josefina, Emma Rodríguez y otras mujeres podrás conocerlas en la segunda entrega de "Bordando historias", en la edición del martes 20 de agosto de 2024.