El 11 de febrero también es una fecha para visibilizar los retos y desafíos que supone el techo de cristal y la desigualdad salarial que aún prevalece en todo el mundo científico, así como para dar presencia a aquellas mujeres que por su condición genérica fueron desacreditadas en sus logros científicos o silenciadas en favor de sus pares o superiores masculinos. En este 2023, la ONU enmarcará la celebración en los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS), para evidenciar el papel fundamental de la equidad, los retos y el largo camino que aún queda para lograr una sociedad justa e igualitaria.
En su libro Scientist Anonymous: Great Stories of Women in Science (UK, Totem Books, 2009), la historiadora de la ciencia Patricia Fara señala el camino científico de mujeres cuyos nombres no son tan conocidos. Mujeres desacreditadas respecto a su propia capacidad de creación por las academias y élites científicas que se encontraban, hasta hace muy poco, copadas casi en su totalidad por hombres.
Las mujeres -en quienes ha recaído el peso del cuidado familiar durante siglos- han sido poco reconocidas por desarrollar remedios para tratamientos médicos y cosmética. Jarabes, infusiones, pomadas o esencias fueron elaborados mediante recetas propias, con ingredientes locales y pasados entre generaciones de abuelas, madres e hijas. Sin embargo, de estos remedios, que fueron testados en círculos familiares cercanos, se conserva poca evidencia escrita que reconozca y de crédito a las mujeres que los fabricaron. Tal es el caso de Trota de Salerno, quien en el siglo XII desarrolló avanzados tratados médicos que se volvieron muy famosos en toda Europa. Sin embargo, con la fundación de las universidades, donde sólo asistían hombres, su autoría fue cuestionada y llegó a afirmarse que estos conocimientos no podían haber sido desarrollados por una mujer. La historiadora Margaret W. Rossiter acuñó como “efecto Matilda” este fenómeno, retomando la denuncia que había realizado la sufragista norteamericana Matilda Joslyn Gage, quien señaló por primera vez el fenómeno histórico o social por el que las mujeres científicas ven atribuidos sus éxitos en sus colegas masculinos.
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A inicios del siglo XX, las investigaciones de Marie Curie sobre la radioactividad y la cristalografía inspiraron a muchas mujeres del planeta, interesadas desde 1898 por el descubrimiento del radio y del polonio. Desde su propio instituto, Curie se convirtió en mentora de grandes mujeres que desarrollaron importantes descubrimientos en la tabla periódica, principalmente.
Antes de Marie Curie, la francesa Marie-Anne Paulze Lavoiser diseñó e ilustró los experimentos que acompañaron los trabajos de su marido, el químico Antoine Lavoiser, en la llamada “nueva química”. Las traducciones y dibujos de Marie-Anne Lavoiser fueron fundamentales para que las labores del químico fueran bien recibidas y se popularizaran entre expertos y amateurs de la época.
De la mano del movimiento sufragista de las primeras décadas del siglo XX, las mujeres ingresaron a campos que antes estaban reservados para los hombres pero que, debido a los frentes de batalla de la Primera Guerra Mundial, se encontraban vacíos. La Gran Guerra introdujo a las mujeres en las fábricas y laboratorios: elaboraron medicinas, probaron nuevos materiales, explosivos e insecticidas, además de maquilar equipo eléctricos. Todo eso era esencial en los hospitales y la propia investigación. Estos nuevos puestos de trabajo requerían una formación y conocimiento técnico que acercaron a las mujeres a las prácticas de laboratorio y a la investigación científica. Como ha señalado Patricia Fara, las mujeres también fueron reclutadas en la química analítica porque requería un minucioso seguimiento de instrucciones y tareas repetitivas, muy similar a las recetas de cocina, pero por la que obtenían a cambio unos ingresos hasta una tercera parte menores de los que recibían los hombres por el mismo trabajo.
La década de 1930 en El Salvador vio a varias mujeres consolidarse en la industria y la investigación farmacéutica. Ellas, al igual que muchas mujeres en todo el mundo, hicieron eco del impulso que Curie dio a la química, gracias a la fundación de su propio instituto, desde donde se impulsaba la radiografía como una técnica para proveer a los hospitales militares durante la Primera Guerra Mundial. Junto con su hija Irène, Curie organizó los servicios de rayos X como parte de la asistencia médica y ayuda a los soldados. Estos servicios eran novedosas máquinas que utilizaban radón y brindaban un servicio de radiología transportado en pequeñas camionetas, conocidas como las “petites Curies”. Con el fin de la guerra, se asumió que las mujeres regresarían a sus casas y atenderían a sus hijos y maridos. Sin embargo, muchas de ellas consolidaron redes femeninas de apoyo institucional, con lo que abrieron nuevos espacios y tutelaron una nueva generación de científicas.
Bajo la influencia de Marie Curie y gracias a la apertura hacia el público femenino realizada por la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad de El Salvador a mediados de la década de 1920, varias mujeres nacionales pudieron matricularse en el doctorado. Aquella era la puerta para alcanzar no sólo una meta académica, sino también económica. El doctorado en Química y Farmacia les permitiría abrir establecimientos farmacéuticos y droguerías, impartir clases especializadas, adquirir y manipular drogas y estupefacientes bajo la Ley de Farmacias y su ente rector Junta de Gobierno de Química y Farmacia, fabricar y patentar medicamentos y otros compuestos, etc.
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Las dos primeras salvadoreñas doctoradas en Química y Farmacia fueron Mercedes Amanda Magaña Martínez y Margarita Lanza Martínez. En el paraninfo de la Universidad de El Salvador, el jueves 30 de octubre de 1930, defendieron sus respectivas tesis El boro en El Salvador: datos sobre el taray (23 páginas) y Eugenia jambos (18 páginas dedicadas a la pomarrosa o manzana rosa, hoy denominada Syzygium jambos). Fue el mismo escenario donde se doctoró la ingeniera salvadoreña Antonia Navarro Huezo (1869-1891) en la tarde del 20 de septiembre de 1889. En ese año, la Junta de Gobierno de Química y Farmacia -organismo del Ministerio de Instrucción Pública y, después, del de Gobernación- tenía registrados a 114 farmacéuticos salvadoreños, incluidas esas dos mujeres.
La doctora Margarita Lanza Martínez nació el 20 de abril de 1907, en San Pedro Puxtla, departamento de Ahuachapán, siendo hija del educador hondureño José María Lanza Cuéllar y de Isabel Martínez. La doctora Lanza fue la primera presidenta de la Asociación Farmacéutica Femenina, red institucional fundada el 1 de diciembre de 1948 (coincidiendo con el Día Panamericano de Farmacia) y legalizada por el acuerdo 355 del Poder Ejecutivo, emitido el 10 de enero de 1950. Desde 1967 hasta la actualidad, esa entidad es llamada Asociación Femenina de Químicos y Farmacéuticos de El Salvador. La Dra. Lanza Martínez participó en congresos farmacéuticos nacionales, centroamericanos y panamericanos. Falleció por paro cardiorrespiratorio, el 5 de junio de 1996, en la capital salvadoreña.
La doctora Mercedes Amanda Magaña Martínez, hija de Victoria Magaña, nació en el barrio El Calvario de la ciudad de Ahuachapán, el 5 de marzo de 1907. Fue profesora del Instituto Nacional de Varones (después Francisco Menéndez, INFRAMEN) desde febrero de 1934 y durante las siguientes cuatro décadas. Sus estudiantes la apodaban Doctora Radón, en alusión al gas radiactivo que constituye el elemento 86 de la tabla periódica. Dedicada a la farmacéutica y al trabajo agrícola en Tacuba, fue cofundadora y tercera presidenta de la Asociación Farmacéutica Femenina. Falleció en San Salvador, el 20 de septiembre de 2006.
Graduadas en Química antes que las doctoras salvadoreñas Magaña Martínez y Lanza Martínez, en la región centroamericana, entre 1917 y 1922, fueron la costarricense María Felícitas Bernabé Chaverri Matamoros (1894-1934), la guatemalteca Olimpia Altuve (1892-1987) y la nicaragüense Elba Ochomego Portocarrero (1898-1976), doctorada en la Universidad de León.
La tercera química y farmacéutica salvadoreña fue Anita Sofía Esperanza Alvarenga Hernández. Nació a las 11:30 horas del 30 de septiembre de 1910, en el hogar constituido desde el 11 de enero de 1908 por María Trinidad Hernández Castillo (1894-1988) y el farmacéutico Dr. José Leonidas Alvarenga Montes (1885-1956), quien en julio de 1923 fue promotor de la química industrial en el país. Ganó la medalla de oro a la mejor alumna de su Facultad en diciembre de 1929, aunque su desempeño estudiantil estaba empatado con el de su compañera Mercedes Amanda Magaña Martínez, pero la presea la definió un sorteo. En 1932 defendió las 19 páginas de su tesis doctoral Las especies kinógenas de El Salvador, dedicadas a la quinina y otros alcaloides contra la malaria y paludismo. Contrajo nupcias en San Salvador, el 16 de julio de 1933, con el médico y cirujano Dr. Salvador González Aguilar (1908-1981, hijo de Andrés Muñoz Aguilar y Dolores González), con quien procreó a sus hijas Beatriz (1935) y Sofía Dolores (1943). No ha sido posible localizar la fecha y lugar de su fallecimiento.
En 1930, la medalla de oro de la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad de El Salvador le fue conferida a la estudiante María Isabel Moz Palacios. Doctorada en 1933, con su tesis de 19 páginas ilustradas Carbón animal, su importancia en nuestra materia médica, fue la cuarta salvadoreña profesionalizada en Química y Farmacia por la Universidad de El Salvador. Nació en el barrio de Concepción (San Salvador), a las 11:00 horas del 2 de febrero de 1911. Fue la segunda presidenta de la Asociación Farmacéutica Femenina y también fue la primera mujer en presidir la Junta de Vigilancia de la Profesión Químico Farmacéutica de El Salvador. La Dra. Moz Palacios falleció en el barrio capitalino de San Jacinto, a las 14:00 horas del 12 de junio de 1977.
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La quinta doctorada fue Ana Hortensia Vides Romero, con su tesis de 35 hojas, Daturas aborescentes narcóticas, defendida en 1933 y centrada en investigar las propiedades alcaloides y venenosas de la planta medicinal Datura candida o Brogmansia candida. Nacida en la ciudad de Chalatenango, el 24 de abril de 1912, en 1935 cofundó la Droguería Vides, que en la actualidad aún funciona en la colonia Escalón, San Salvador, bajo el nombre Droguería y Laboratorio Ovidio J. Vides S. A. de C. V . Cofundadora de la Asociación Farmacéutica Femenina de El Salvador, falleció en Nueva York, en marzo de 1993.
La sexta pionera salvadoreña doctorada en la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad de El Salvador fue Lidia Josefina Turcios, quien en 1935 defendió las 16 hojas de su tesis Determinaciones del ácido ortofosfórico y de sus sales. Nació en Santiago de María (Usulután), el 29 de marzo de 1912. En 1948, la doctora Turcios fue cofundadora de la Asociación Farmacéutica Femenina. Falleció en la capital salvadoreña, el 19 de noviembre de 1993. Estas seis pioneras salvadoreñas abrieron el camino a nuevas generaciones de jóvenes científicas interesadas en la ciencias químicas. Pero pese al camino recorrido en más de un siglo, el techo de cristal todavía resulta un difícil desafío para las mujeres científicas de El Salvador y del mundo. Examinar el pasado permite comprender sus luchas y las de otras mujeres que aún guardan silencio, para así construir un mejor futuro.