La química, considerada ciencia auxiliar asociada a otras disciplinas, como la medicina, la metalurgia, la agricultura o la botánica, se consolidó como una disciplina independiente hasta casi la segunda mitad del siglo XIX, con un discurso y lenguaje propios, que se difundieron de forma rápida por Europa.
Heredera de la tradición del Siglo de las Luces, la química vería en los Elementos de Química Teórica de Pierre Joseph Macquer (1718-1784), publicados en 1749, el curso de la llamada “filosofía química”. A partir de entonces, su enseñanza se impartía en dos niveles: una parte teórica y un espacio dedicado a la demostración experimental, que se dejó en manos de los médicos y, en menor medida, de los boticarios.
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Su enseñanza seguía el orden clásico, que provenía de la historia natural y que consistía en organizar las lecciones según los reinos mineral, vegetal y animal. Fue hasta que el químico francés Antoine Lavoisier (1743-1794) publicó su Tratado elemental de química (1789) que se produjo un cambio de paradigma, al presentar a la química como una ciencia más compleja, en constante crecimiento, al trascender del mero manejo de instrumentos de medición como termómetros o balanzas- hacia una mirada mucho más integral y artística de esta disciplina. Un método que se consolidaría mucho tiempo después.
Durante la primera mitad del siglo XIX, en París, el químico francés Jules Rossignon, conocido posteriormente como Julio Rossignon (¿París, 1821?-1883), se desempeñó como profesor ayudante en el Colegio Real de Bourbon y en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios de París, de la mano de su mentor, el “fabricante químico” Anselme Payen (1795-1871), impulsando el uso de tablas y recursos visuales en la enseñanza de esta nueva disciplina. Su Manuel du cours de chimie organique: appliquée aux arts industriels et agricoles (1842), recogido y anotado por Rossignon y el químico J. Jules Garnier, se popularizaría por su actualidad y el manejo de nuevos recursos visuales, como el uso de láminas nuevos y complejos equipos, como el utilizado para la extracción del almidón, que constaba de un depurador de patatas abarcando todo el proceso: desde el lavado de las patatas, corte y rallado hasta el tamizado del almidón. Este y otros trabajos ocuparon nuevos espacios de divulgación científica en diversos periódicos franceses, como el Echo du Monde savant, donde el propio Rossignon colaboraba regularmente.
Tan solo un par de años más tarde, hacia mediados del siglo XIX, Rossignon, al igual que una pléyade de científicos franceses, se desplazaron hacia Centroamérica como parte de los proyectos de colonizaciones de los imperios franceses y belgas en el Latinoamérica. Rossignon se uniría a la Compañía Belga de Colonización, fundada en 1843 en Santo Tomás de Castilla (Guatemala), donde se desempañó como jefe químico de la expedición. También fue el encargado de preparar la inauguración de la colonia, en un pequeño teatro con un espectáculo de fuegos artificiales diseñado por él mismo. Sin embargo, Rossignon se separó de ese proyecto por discrepancias políticas con su superior Guillaumont, pero se mantuvo en la región centroamericana, donde encontraría espacios de desarrollo para sus ideas y proyectos científicos, principalmente sobre la aclimatación de cultivos y el impulso a la enseñanza de la química, inspirado en la buena acogida que tuvieron sus manuales agroindustriales traducidos al castellano y de fácil distribución.
Ya en marzo de 1850, Rossignon se anunciaba en los periódicos salvadoreños como agente general de la revista parisiense El Correo de Ultramar, así como propietario de la Librería Española, en Sonsonate.
Hacia finales de año, Rossignon se involucró en otros proyectos que permitieron institucionalizar la química en nuestro país. Por un acuerdo del Supremo Gobierno, el 19 de octubre de 1850 se fundan dos cátedras en la Universidad, la de química y francés, que fueron dictadas por el propio Rossignon. La clase inaugural, disertada ante el presidente Doroteo Vasconcelos y su gabinete, el 5 de diciembre de ese año, se desarrolló de manera novedosa, acompañada de experimentos que permitían demostrar las teorías vistas en clase. Rossignon denunciaría ya que le faltaban instrumentos con tal fin, así como materiales para fundar el Museo de Historia Natural.
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En su cátedra, señaló: “[...] El curso de química que vamos a dar en esta Universidad no se dirige solamente a los cursantes de medicina y de farmacia, [sino] también a los abogados, a los letrados, como también a los artesanos. LA CIENCIA NO ES VERDADERAMENTE ÚTIL SINO CUANDO SE VULGARIZA [mayúsculas en el original], y los gobernantes del Estado, queriendo hacer progresar su país por todos los medios posibles, quieren ilustrar al pueblo entero sin excepción ninguna, sin distinción de casta o de rango, desde el aldeano en su choza hasta el hijo de familia en medio de todas las comodidades de la vida”.
Rossignon también se involucró en el diseño de los espacios y los equipos de la cátedra de química. Y en octubre de 1851, formó un catálogo de todas las máquinas e instrumentos necesarios para la enseñanza de Química, Matemáticas, Geografía y demás ciencias físicas con el objeto de hacer un pedido de ellas a Francia. A esta solicitud se uniría el de semillas exóticas para el nuevo Jardín Botánico y de Aclimatación.
El viernes 5 de diciembre de 1851, Rossignon pronunció el discurso de apertura de las clases de la Universidad. El original de seis páginas se conserva en la Biblioteca “Florentino Idoate, S. J.”, de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, UCA. En su perorata, indicó: “dedicaos a las ciencias exactas, a las matemáticas, a la mecánica, a la geografía y, sobre todo, a las ciencias naturales. No permitáis que la Europa conozca mejor que vosotros las brillantes producciones del suelo centroamericano. Dedicaos también a las observaciones astronómicas, a la física del globo, a la meteorología... Observad con escrupulosa atención esos maravillosos fenómenos naturales que incesantemente se verifican en vuestra presencia... Vuestra tierra, os lo digo, con verdadero entusiasmo y con admiración, es un resumen de todas las maravillas de la creación. Es el museo más completo y más grandioso del mundo donde la zoología, la botánica, la mineralogía y la geología han acopiado sus más hermosos representantes, museo, en fin, cual lo pueden haber soñado Linneo o Cuvier.”
En la tarde del domingo 29 de febrero de 1852, Rossignon y otras 39 personas notables se reunieron para suscribir cuarenta acciones de cien pesos cada una y constituyeron la Sociedad Anónima de Fomento del Teatro Nacional de San Salvador. En abril, en la mañana dominical que abrió la Semana Santa, las piedras fundacionales del coliseo capitalino fueron colocadas por las supremas autoridades. Ese esfuerzo se malogró.
El domingo 31 de julio de 1853, Rossignon pronunció uno de los tres discursos de inauguración del edificio de la Universidad, al costado poniente del templo de Santo Domingo, ahora predio de la Catedral capitalina. Los otros dos fueron el del presidente y general José María San Martín y del vicerrector y presidente de la Corte, Lic. José Damián Villacorta.
Desde el 27 de abril de 1854, Rossignon formó parte de la comisión especial nombrada por el Ministerio General salvadoreño para localizar un sitio adecuado para construir la nueva capital, ya que San Salvador fue devastada por el terremoto del domingo 16 de ese mes y año. Además del francés, en ella figuraban los licenciados Francisco Dueñas y Eugenio Aguilar, el general Trinidad Muñoz y el empresario alemán Balthasar Bogen. Recomendaron usar un lugar cercano al pueblo de Huizúcar, que no fue del agrado del presidente José María San Martín cuando lo visitó, el 8 de mayo, por lo que se designó una segunda comisión, que estipuló como espacio ideal a la hacienda Santa Tecla.
Retornado a Guatemala, Rossignon se dedicó a la experimentación y cultivo del café en su finca Las Victorias, en Alta Verapaz. Sus ideas al respecto las plasmó en un detallado informe científico, que presentó en la Exposición Universal de París, en 1867.
En el marco del proyecto de prospección colonial de Napoleón III bajo la figura de la Commission Scientifique du Mexique, fue nombrado miembro corresponsal para Centroamérica, con el fin de apoyar los trabajos de exploración geológica emprendidos por Dolffus y Mont-serrat. Rossignon hizo algunas contribuciones propias, como una detallada descripción etnográfica de la Danza de los diablos, ilustrada con un hermoso dibujo de Marie Firmin Bocourt (1819-1904), zoólogo e ilustrador también miembro de la Commision. El texto y el grabado fueron publicados por la revista francesa Le Monde illustré, el 17 de marzo de 1866. Durante esa misma expedición imperial por Guatemala, Bocourt localizó una nueva tortuga acuática, bautizada como Chelydra rossignonii, en su homenaje.
En la ciudad de Guatemala, Rossignon cumplió labores en la junta de gobierno de la Sociedad Económica de Amigos de Guatemala, a la vez que asumió las funciones de redactor de su periódico quincenal.
En 1876, la Sociedad de Aclimatación de París le otorgó una medalla de primera clase por el envío de una gramínea forrajera guatemalteca, la Reana luxurians o teosinte. En 1878, fue designado comisario y delegado nacional de Guatemala en la Exposición Universal de París, a la que por el lado salvadoreño asistió el médico y naturalista Dr. David Joaquín Guzmán Martorell (1843-1927), graduado de La Sorbona durante el segundo imperio napoleónico.
Cinco años después, escribió el Calendario botánico de la ciudad de Guatemala, publicado por el Instituto Nacional de Guatemala. Su contenido fue retomado por su exalumno, el médico y naturalista salvadoreño Dr. Darío González Guerra (1833-1910), quien lo publicó en su Geografía de Centro-América (1896).
Rossignon falleció en la capital guatemalteca, en la tarde del jueves 18 de octubre de 1883. A las 13:00 horas del 28 de ese mismo mes y año, la junta directiva de la Facultad de Farmacia y Ciencias Naturales de la Universidad de El Salvador se reunió en sesión extraordinaria, celebrada con presencia del decano Dr. Ambrosio Méndez, para deplorar la muerte de Rossignon “en atención a los buenos servicios que prestó al país aquel profesor, estableciendo las primeras cátedras de Física y Química que hubo en El Salvador”. Se le encargó al Dr. Manuel Herrera la redacción y publicación de un artículo necrológico y el envío del acta de esa sesión a la viuda de Rossignon, la guatemalteca Carmen Oyarzabal Mendia (1826-1902), con quien procreara a Carolina (1849-1929, casada con Federico Labbé).