Los juguetes tradicionales en El Salvador forman parte esencial de la cultura y la infancia de generaciones enteras.
Estos objetos artesanales no solo entretienen, sino que preservan la cultura y fomentan la convivencia entre generaciones.
A través de estos, se transmiten valores y saberes que han perdurado a lo largo de generaciones y que, con esfuerzos de preservación, seguirán siendo una parte vital de la identidad salvadoreña.
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A continuación, exploraremos algunos de estos juguetes que aún son toda una sensación en El Salvador.
Yoyo
Es uno de los juguetes más universales y antiguos que existen. Su historia se remonta a más de 2,500 años, pero en El Salvador, este juguete clásico adquirió popularidad durante el siglo XX, especialmente en las zonas rurales.
El yoyo está compuesto por dos discos conectados por un eje y una cuerda que se enrolla alrededor del mismo.
La habilidad para hacerlo subir y bajar, así como ejecutar trucos, requiere destreza y concentración.
A través del yoyo, los niños salvadoreños no solo desarrollan sus habilidades motrices, sino que también participan en competencias amistosas donde muestran quién puede realizar los mejores trucos.
Con el tiempo, el yoyo ha evolucionado en materiales y diseños, pero la esencia del juego permanece intacta.
Capirucho
Otro juguete emblemático de la infancia salvadoreña es el capirucho, un objeto simple pero desafiante. Consta de una varilla de madera o plástico y una copa pequeña unida a ella mediante una cuerda. El objetivo es lanzar la “copa” y hacer que se ensarte en la punta de la varilla. Aunque parece fácil, lograrlo requiere práctica y paciencia.
El capirucho es muy valorado no solo como entretenimiento, sino también como una herramienta de socialización.
Hace algunas décadas, los niños se reúnían en plazas o parques para demostrar su habilidad con el capirucho, creando un ambiente de camaradería.
Es un juego que pone a prueba la perseverancia y la coordinación.
Trompo
También conocido en algunas regiones como peonza, es un juguete tradicional que se encuentra en diversas culturas alrededor del mundo, y en El Salvador, ha sido parte de la niñez por generaciones. Hecho generalmente de madera, el trompo se hace girar mediante un cordel enrollado alrededor de su base, que luego se lanza con un movimiento rápido de la mano.
El trompo es más que un juguete; es una herramienta para desarrollar habilidades físicas y mentales, ya que mantenerlo girando y realizar trucos como “el dormilón” o “la caminata” requiere de práctica.
En los barrios y comunidades rurales de El Salvador, el trompo solía ser un pasatiempo común durante las tardes, y los niños competían por ver quién podía hacerlo girar más tiempo o realizar los trucos más complejos. Era común oír a los jugadores gritar: “trompo avisa, saca sangre y no hay justicia”. Con dicha frase advertían que no se hacías responsables si al tirar el trompo al suelo lastimaba a alguien.
Canicas
Las canicas o chibolas son pequeñas esferas de vidrio o plástico que han sido un juguete popular durante décadas en El Salvador. Los niños suelen jugar en terrenos de tierra, donde trazan círculos o áreas delimitadas para intentar sacar las canicas de los demás jugadores fuera del área con un golpe de su propia chibola.
Este juego es especialmente valorado porque enseña a los niños conceptos básicos de física como la trayectoria, el impacto y el ángulo. Además, las canicas fomentan el trabajo en equipo y la sana competencia, mientras que los jugadores aprenden reglas, desarrollan estrategias y ponen a prueba su precisión.
Piscuchas
El cielo salvadoreño es, en ciertas épocas del año, un escenario de coloridas cometas, conocidas localmente como piscuchas.
Hechas de papel china o plástico, hilo, y cañas de bambú, las piscuchas son un símbolo del ingenio y la creatividad de los niños cuscatlecos.
Volar una piscucha no solo requiere habilidad, sino también la capacidad de construirla adecuadamente para que se mantenga en el aire.
Hace algunos años, especialmente en octubre y noviembre, era común ver a familias enteras en campos abiertos encumbrando piscuchas, una actividad que fomentaba la convivencia intergeneracional. Esta actividad aún se conserva en la actualidad.
Los niños, ayudados por sus padres o abuelos, construyen y decoran sus piscuchas, creando un espacio de transmisión de conocimiento y tradición.