Desde fines del siglo XVIII, en Europa se desarrollaron bebidas compuestas por agua, anhídrido carbónico y bicarbonato, destinadas para tratar problemas como indigestiones, acidez estomacal, falta de ánimos, gota, afecciones nerviosas, fiebres y otras dolencias. Poco a poco, a esas mezclas se les agregó limón, quinina, cocaína, azúcar, zumos, café y colorantes, y se les sometió a procesos industriales durante el resto del siglo XIX. De su uso exclusivo en farmacias y hospitales, esos productos abandonaron sus supuestas propiedades curativas y pasaron a ser vendidos al público en general, que los degustó en sus mesas, con hielo o al agregarles bebidas alcohólicas.
Para lograr su comercialización masiva, en 1872 el inglés Hiram Codd (1838-1887) inventó y patentó una botella de vidrio transparente o con colores café y verde. La Botella Codd poseía en la parte interna de su cuello una bolita de vidrio, retenida por una arandela de goma. El artilugio se cargaba invertido, con una maquinaria que le introducía el sirope esencial y gas a presión para producir la bebida carbonatada. Esas botellas, hechas en Londres y Leeds desde 1884 hasta 1925 por las sucesivas compañías del escocés Alfred Alexander, fueron utilizadas por diversas marcas de gaseosas salvadoreñas de inicios del siglo XX.
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En 1896, la Farmacia Central del Dr. Manuel Palomo ya anunciaba su agua gaseosa, filtrada y pasteurizada, mientras que la Farmacia La Cruz Roja promovía su jarabe de higos de California. Entre 1903 y 1908, en la ciudad de Santa Ana se desplegaría la actividad de la Gran Fábrica de Gaseosas La Concordia, especializada en la creación de Kolachampagne Astier y limonadas carbonatadas, envasadas en las botellas “chibolas”, nombre que se generalizaría en El Salvador para designar a las bebidas gaseosas hasta la segunda mitad del siglo XX.
En 1915, en San Salvador, el empresario Enrique Sagrera fundó su fábrica de bebidas gaseosas La Aurora, mientras que la empresa Goldtree Liebes promovía en los periódicos la venta de Vino de Kola y Alejandro Hernández anunciaba con grandes rótulos que comercializaba “chibolas” en su Farmacia Salvadoreña. Para entonces, el industrial Pedro Soler y su familia tenían en funciones su fábrica La Violeta General Morazán, donde maquinaria movida por electricidad embotellaba “chibolas” de kola, horchatas, limonadas, ginger ales y, unos años después, la degustada Orange Crush, una de las primeras marcas vendidas en botellas de vidrio corrugado y con tapaderas de corcholatas o “cajuelas”.
En 1920, en la urbe santaneca, la empresa familiar del empresario guatemalteco Rafael Meza Ayau padre unió a su fábrica cervecera La Constancia la actividad industrial de La Tropical, encargada de la producción y embotellado de diversas marcas de bebidas gaseosas, adquiridas mediante franquicias internacionales, a las que unió el envasado purificado de las aguas del lago de Coatepeque. A lo largo del tiempo, esas marcas lucharían por el control del mercado nacional y otros cercanos (como el hondureño) con otras bebidas importadas desde México, como Kist y Soldado de Chocolate (chocolatina, al estilo del Cacaolat catalán).
Las décadas de 1920 a 1940 marcaron la expansión de las “chibolas” por todo el país, pero, en especial, en la ciudad de San Miguel y en el oriente nacional. Fundada en 1876, la Farmacia La Cruz Roja produjo su propia bebida carbonatada en botellas Codd de vidrio verdoso, con la marca Mazzini-Charlaix, de la que fue copropietario el sonsonateco Luis Federico Charlaix (1898-1977). Su descendiente Dr. Miguel Félix Charlaix fundaría la Embotelladora Migueleña S. A. (Embomisa, 3ª. avenida sur y 17ª. calle poniente, San Miguel), para el envasado de Agua Electropura y la fabricación de marcas de gaseosas como Grapette (uva), Bravo (naranja), Roja (fresa con crema), Mr. Cola y Spur Cola, etc. Tras dominar el 40% del mercado nacional, Embomisa sucumbiría ante las serias afectaciones económicas y logísticas sufridas durante la guerra (1979-1992). Otra productora migueleña de “chibolas” fue la Farmacia Central, fundada por el Dr. Virgilio Manzanares (1880-1922) y su socio Peña Campos.
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Para la mayoría de esas empresas, el envasado en “chibolas” representó un serio problema logístico. Por un lado, se podía doblegar a la competencia mediante el quebrado masivo de envases, lo que afectaba sus finanzas debido a que era imprescindible importar las botellas sustitutas desde el Reino Unido. Por otra parte, muchos niños rompían los envases para usar las “chibolas” de vidrio como canicas en sus juegos.
Varias fábricas de gaseosas pusieron de moda las fuentes de soda. Una de las más recordadas quedaba sobre la capitalina calle Delgado, dentro de la Farmacia Central, cuando ya era propiedad de la familia Charlaix. Mediante tókens de colores adquiridos en la caja, se podían degustar diversos sabores de siropes mezclados con agua carbonatada a presión, ofrecidos en vasos de vidrio sobre un mostrador de sillas altas. Otra fue la Fuente de Soda La Reforma, abierta en el centro de San Salvador, así como la que funcionó dentro de la Farmacia El Carmen (Soyapango), de Tomás H. Montoya.
Pese al impacto económico nacional derivado de la crisis mundial de 1929, el gobierno salvadoreño recaudó impuestos con la actividad industrial de las bebidas gaseosas. Así, en 1934, el régimen del brigadier Maximiliano Hernández Martínez reportó 24,578.64 colones recaudados con los Timbres de gaseosas, que al año siguiente le representaron 47,265.44 colones. Es decir, un alza de 22,686.80 colones en apenas un año.
A fines de 1941, el industrial Allan Lindo (1884-1965) suscribió el contrato de franquicia de la marca estadounidense Pepsi, para embotellar el líquido germinal de esa bebida gaseosa en su Embotelladora La Cascada, entonces situada en el bulevar Venezuela, entre la avenida 29 de agosto y la 1ª. avenida sur, cerca del cine México. La producción inició en enero de 1942. Esta planta y la de La Tropical pasaron a ser las principales entidades consumidoras de la producción azucarera nacional. Ambas marcas desplegaron grandes campañas publicitarias para promocionar sus respectivas gaseosas. Para el caso, desde junio de 1942, el poeta Serafín Quiteño se desempeñaría como empleado del área publicitaria de la cervecería La Constancia y La Tropical. Para la segunda, promovió el concurso nacional de ensayos escolares Las aguas gaseosas y su historia, basado en las masivas proyecciones previas de un documental fílmico sobre Coca-Cola y sus productos.
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La unión estrecha entre bebidas gaseosas y publicidad se incrementó en los años siguientes. Desde la urbe neoyorquina, la oficina central de Pepsi contrató a Publicidad Díaz, del salvadoreño Antonio Díaz, para que, desde el martes 30 de noviembre de 1954, procediera con la distribución nacional de la campaña publicitaria Pepsi paga, que entregaría premios en efectivo por un total de 12,000 colones, desde 0.50 centavos hasta 100 colones y cuyos valores irían estampados en las tapas metálicas o corcholatas de cada envase. Desde su lanzamiento, esa acción publicitaria fue acogida en zonas urbanas, donde era más fácil que circularan los camiones que anunciaban al producto y canjeaban los premios.
Durante el siglo XX, las bebidas gaseosas industriales desplazaron a los refrescos tradicionales en las mesas salvadoreñas, lo que implicó drásticos cambios en las prácticas culturales cotidianas de millones de personas. Así, se fomentó el consumo de las gaseosas y el intercambio de sus corcholatas por electrodomésticos, llaveros, vasos, juguetes, camisas, etc. Desde entonces y hasta la fecha, muchas de sus marcas principales han sido decisivas en la introducción y popularización de costumbres y tradiciones como la Navidad, al igual que en el patrocinio y desarrollo de muchos eventos masivos, como torneos de fútbol y otros deportes, concursos de belleza, conciertos y presencia constante en medios de comunicación impresos, radiofónicos, televisivos y de tecnologías digitales.