En la tarde del martes 11 de junio, la librería iberoamericana Lata Peinada (Barcelona), en el céntrico barrio del Raval, fue el escenario para la presentación del informe El crimen oculto. La violencia sexual contra las mujeres en el conflicto armado de El Salvador.
En el evento tomaron parte el abogado español Dr. José Ramón Juániz Maya, autor del libro y asesor de diversas instituciones salvadoreñas dedicadas a los derechos humanos, así como las activistas salvadoreñas Susana Rodríguez (integrante del Comité de exPresos y exPresas Políticos de El Salvador, COPPES) y Mélida Ávila Guevara, de la Red Ciudadana de Mujeres de Morazán (RCMM). En la mesa también estuvo Eduard Balsebre, de Huacal, una oenegé catalana con tres décadas de trabajo solidario con El Salvador y que fue copatrocinadora de la edición del volumen de 268 páginas.
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Para el Dr. Juániz Maya, este crimen de lesa humanidad centrado en la violencia sexual durante la guerra afectó a decenas de miles de mujeres, pero fue ocultado y silenciado por las diversas instancias del Estado salvadoreño, al grado tal que aún hoy se niega a abrir los archivos de las instancias militares y paramilitares involucradas en esas acciones y hace más difícil la búsqueda de justicia y reparación para sus víctimas, así como condenas para sus victimarios materiales e intelectuales.
Susana Rodríguez fue capturada por la Guardia Nacional una madrugada de 1989. Era sindicalista en una empresa. Fue sometida a torturas cotidianas en lapsos de 4 a 5 horas. Recibió golpes de un agente, mientras otro le hacía ofrecimientos de comida y hasta de sacarla del país si revelaba nombres de supuestos subversivos que ella conociera. Meses después, ella volvió a su casa, temerosa y sin ánimos de reintegrarse a la lucha sindical. “Me sentía menos que una hormiga, porque podían patearme y hacerme lo que quisieran”. En sus adentros, ella agradeció no haber sido violada como le ocurrió a otras compañeras de cárcel -vejadas hasta con botellas y los cañones de los fusiles, pero jamás dimensionó que las agresiones sufridas eran diversas formas de violencia sexual. Agresiones en las que participaban tanto militares como elementos de la guerrilla.
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A ella y a decenas de mujeres más, el Proyecto Voces Silenciadas impulsado por Huacal y otras organizaciones feministas y comunitarias, les dio la oportunidad de poder verbalizar aquellas agresiones y llamar a las cosas por sus nombres, así como iniciar los trámites para buscar resultados palpables entre instancias de justicia restaurativa, fiscalía y tribunales de la república salvadoreña. Sin embargo, han obtenido escasos avances, pese a que varias de ellas han denunciado y ofrecido nuevas declaraciones para cimentar sus testimonios originales como víctimas traumatizadas.
En su proceso de sanación, estos grupos de mujeres han contado con el apoyo de estudiantes de Psicología de universidades como la UES y la UCA. A juicio de Mélida Ávila Guevara, quien se definió como “hija de la guerra” con una larga tradición familiar de combatientes, “en El Salvador existe un trauma histórico intergeneracional. Todo cargamos mochilas cargadas de silencios y es importante dejar salir esas voces de mujeres sobrevivientes, escucharlas y asumir sus testimonios como partes de nuestra historia”. Así, estos talleres y grupos organizados de mujeres son ventanas para saldar esa deuda histórica en busca de sanaciones individuales y colectivas.
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Muchas de esas mujeres agredidas antes, durante y después del conflicto armado sufrieron rupturas dolorosas que aún no han logrado superar. Sus compañeros de vida las abandonaron, sus familias les dieron las espaldas, sus hijos e hijas reniegan de ellas y muchas somatizaron sus experiencias y ahora padecen enfermedades de diversos tipos y grados. Mediante talleres orales, arteterapia y acompañamiento psicosocial, estas mujeres pueden ahora verbalizar sus experiencias y reconocer toda la violencia sufrida en sus cuerpos como parte de tácticas de guerra y lujos de barbarie que pretendían ser “conductas ejemplarizantes” para atemorizar a los colectivos en lucha.
“Todas éramos culpables hasta que asumimos ser víctimas”, indicó Susana, a la vez que recordó que otra participante indicó que “hemos llorado juntas, pero hemos empezado a sanar juntas” mediante la fuerza de la palabra y de la solidaridad. En ese camino, mujeres más jóvenes como Mélida también han descubierto que sus madres y otras integrantes de sus familias sufrieron violencias sexuales, callaron por miedo y es hasta tres décadas después que se abren a contar sus experiencias en público, para evitar que la desmemoria nacional haga de las suyas. Sanar sus heridas y sus traumas quizá les tome lo que les resta de vida, pero ya dieron los primeros pasos en ese proceso.