El presidente vivía en un país de delirios y sueños. Mientras un grupo de aduladores lo enaltecía a cambio de múltiples favores, el gobernante pensaba que llevaba por buen rumbo al país, que su liberalismo libraba gigantescas batallas contra enemigos imaginarios y que sus vecinos eran sus aliados dentro de una república mayor que llevaba años sin existir. Pero la realidad era muy distinta.
Bajo el primer período presidencial de Doroteo Vasconcelos (Sensuntepeque, 1803-San Vicente, 1883), El Salvador vivía un estado de extrema decadencia y pobreza, mientras cientos de gambusinos atravesaban del Atlántico al Pacífico para ir en busca de oro a California. Esos grupos traerían consigo una nueva oleada de cólera morbus, epidemia ya sufrida en el istmo entre 1837-1838. En ese entonces, los indígenas de Ilopango acusaron al cónsul británico Frederick Chatfield (1801-1872) de ser quien envenenaba los ríos y provocaba la peste mortal. Libró su vida por muy poco. Pero desde entonces quedó enemistado con El Salvador, su pueblo y sus sucesivos gobiernos.
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En la madrugada del viernes 26 de octubre de 1849, contingentes armados desembarcaron de la goleta inglesa Gorgon y se adueñaron de las islas salvadoreñas Meanguera, Conchagüita, Martín Pérez y Punta Zacate, donde se izaron ejemplares de la Union Jack. Bajo la figura retórica de ser “ocupadas en prenda” hasta que el gobierno de Vasconcelos liquidara supuestas deudas por 60,000 pesos, esas posesiones insulares de la República de El Salvador pasaron a ser propiedad de Su Majestad Británica y su inmenso imperio allende los mares y continentes. De inmediato, el puerto de La Unión fue bloqueado. El ejército salvadoreño no contestó a la agresión, porque no tenía tropas regulares y, las que había, estaban mal armadas y abastecidas.
El gobierno de Vasconcelos, de la mano de su canciller, el médico Dr. Rafael Pino -fundador de la cátedra y carrera de Medicina en la Universidad de El Salvador, en diciembre de 1847- se vio obligado a recurrir a la diplomacia para salir del atolladero.
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Por un lado, designó una comisión negociadora, compuesta por el Lic. J. Miguel Montoya y Juan Antonio Alvarado, para que se reuniera en la Gorgon con Chatfield. Como resultado de aquel diálogo de varios días, se suscribió un acuerdo el 12 de noviembre de 1849 y ese mismo día fueron desocupadas las islas y desbloqueado el puerto de La Unión, perteneciente entonces al gran departamento de San Miguel. Su ubicación geográfica hacía que tanto el puerto como el golfo de Fonseca resultaran de amplio interés para Nicaragua, Honduras, Gran Bretaña y Estados Unidos. Este último país estaba interesado en llevar a cabo el tratado Bulwer-Lytton, que le garantizara la construcción estratégica del canal interoceánico por Nicaragua y de la línea ferrocarrilera desde Puerto Caballos hasta Choluteca, para lo cual contaba con la disposición hondureña de cederle varias islas del golfo a cambio de 20,000 pesos. Entre ellas estaban El Tigre, Meanguera, Ilca, Conejo y Punta Zacate. El gobierno salvadoreño hizo que su Juzgado General de Hacienda declarara baldías esas tierras insulares y su disposición para la venta a particulares nacionales.
Otro movimiento diplomático del tambaleante gobierno salvadoreño fue aceptar la invitación del encargado de negocios de los Estados Unidos de América, el joven neoyorquino Ephraim George Squier (1821-1888), para suscribir un tratado o acuerdo de acercamiento y entendimiento entre ambos países. Para llevar a cabo esa comisión, se nombró agente especial a un abogado y político, el Dr. Agustín Morales. Él sería el encargado de conferenciar y pactar en León, entonces capital de la Nicaragua presidida por el Lic. Norberto Ramírez, con aquel inquieto y joven diplomático estadounidense, ya por entonces interesado en las maravillas escondidas bajo toneladas de tierra y sembradíos en los diferentes sitios arqueológicos del mundo maya, experiencias de las que llegaría a publicar varios libros con sus impresiones de viaje por la región centroamericana.
¿Quién era ese agente diplomático del gobierno salvadoreño? Hasta el momento, existen muy pocos datos certeros acerca de su origen, pero se sabe que nació en Tonacatepeque, en una fecha indeterminada de la primera década del siglo XIX. Licenciado en Derecho Civil por la Universidad de San Carlos (Guatemala), fue aprobado y autorizado como notario por la Suprema Corte de Justicia en San Salvador, el 15 de agosto de 1841. Jefe de Sección del Ministerio General, fue ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación del presidente Lic. Juan José Guzmán. En marzo de 1849, fue nombrado miembro de la Junta de Liquidación de la Deuda Pública. El 30 de julio de ese mismo año, fue designado ministro plenipotenciario ante el gobierno de Honduras. Comisionado ante Guatemala y Nicaragua, le fue encargado el ser parte gestora del establecimiento de un gobierno confederado centroamericano, que se materializó en 1851. Nombrado agente diplomático confidencial ante el gobierno costarricense, no desempeñó ese cargo porque fue electo diputado para la XXIX Legislatura Ordinaria de El Salvador, que sesionó del 24 de enero al 8 de marzo de 1850. Entonces presidió a ese cuerpo colegiado y a la Asamblea General, reunión anual de la Cámara Baja o de Diputados con el Senado o Cámara Alta, dado que hasta 1886 El Salvador tuvo un Poder Legislativo bicameral. Retirado de la política, falleció en Cojutepeque en julio de 1857, como una de las tantas víctimas de la epidemia de cólera morbus traída desde Nicaragua por las tropas que combatieron al médico y abogado estadounidense Dr. William Walter y sus cientos de filibusteros.
En la mañana del miércoles 2 de enero de 1850, el Dr. Morales y Mr. Squier suscribieron en la urbe leonesa los 36 artículos del Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación entre el Estado salvadoreño y la unión americana. Ese documento marcó el inicio de las relaciones formales entre ambos países y se constituyó en la piedra angular de las posteriores negociaciones de tratados similares emprendidas por El Salvador hasta 1870, cuando ese acuerdo fue reemplazado por uno nuevo. Ninguna negociación posterior a ese tratado pudo ir en contra de este y su contenido, por lo que el suscrito en marzo de 1849 con el Reino de Bélgica tuvo que ser ajustado a esas disposiciones antes de ser ratificado por las cámaras legislativas salvadoreñas y la Presidencia de la República. Por su importancia, el tratado fue ratificado por el Senado y la Cámara de Diputados de El Salvador el 15 y 18 de febrero de 1850, mientras que el Senado estadounidense y el decimotercer presidente de la unión norteamericana Millard Fillmore (1800-1874) lo ratificaron el 27 de septiembre y 14 de noviembre de 1850, pero debió esperar hasta el 18 de abril de 1853 para su promulgación por parte de Franklin Pierce (1804-1869), el siguiente mandatario de los Estados Unidos de América. Hasta entonces, ese documento bilateral cobró vigencia legal y diplomática.
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Como lo señalara el propio presidente Vasconcelos en su discurso de clausura de las sesiones legislativas de 1850, con la ratificación salvadoreña del tratado, los legisladores salvadoreños otorgaron “nuevas garantías a los intereses más grandes y caros del Estado, cuales son su independencia, su integridad y su sistema de gobierno democrático. Los Estados Unidos aman la libertad y la apoyan en todas partes, porque a ella deben su asombrosa prosperidad y su inmenso poder, que los hace respetables para los gobiernos de todo el mundo. No es nuevo para El Salvador conocer esas ventajas. Desde el principio de su independencia en el año de [1]822 manifestó, por un pronunciamiento formal, su adhesión a los Estados Unidos y después ha acreditado por actos repetidos su vivo deseo de ser gobernado por los principios que han hecho la grandeza de aquella nación. [...] El Sr. Enviado de aquella nación, que es el órgano por donde podemos conocer sus disposiciones, ha dado al Gobierno las mayores seguridades en este particular, que no pueden desmentirse por un Gobierno fundado sobre la buena fe, y que por sus instituciones abraza y protege en todas sus partes la causa del género humano: su libertad”. (Gaceta del Salvador en la República de Centro-América, San Salvador, tomo 3, no. 54, pág. 1).
En 1822, el sacerdote y líder independentista Dr. José Matías Delgado y de León tomó la decisión estratégica de enviar una delegación a negociar la anexión de la ciudad y provincia de San Salvador a los Estados Unidos, en un gesto diplomático para oponerse a las pretensiones militaristas del Imperio del Septentrión impulsado desde México por el brigadier Agustín de Iturbide y Aramburu. Fue un gesto simbólico, igual camino buscaba Vasconcelos al suscribir el tratado con Squier. Frente a las amenazas, intervenciones armadas y bloqueos portuarios desarrollados contra El Salvador por Lord Palmerston, el cónsul Chatfield y toda la escuadra del Pacífico de Su Majestad Británica, la débil República de El Salvador se abría a la Doctrina Monroe y buscaba el abrazo estadounidense para oponerse al imperialismo y colonialismo de la Reina Victoria y sus colaboradores.
En los casi tres años que demoraría la entrada en vigor del tratado, El Salvador sufriría nuevos ataques por parte de Chatfield y la flota británica, mientras el gobierno victoriano le extendía la más cordial invitación para participar en la Exposición Universal de Londres, para 1851... y El Salvador aceptaba, pero publicaba el documento al lado de un decreto senatorial salvadoreño contra las intervenciones monárquicas en la región centroamericana. Además, el gobierno y pueblo de El Salvador se enfrentarían a Honduras por sus decisiones políticas de entregar, de manera inconsulta, partes de su territorio y del salvadoreño a Estados Unidos, a la vez que veía cómo el golfo de Fonseca se convertía en terreno en disputa para las dos mayores potencias tecnológicas y militares de mediados del siglo XX. Incluso, desde Washington, D. C. y Nueva York, los principales periódicos estadounidenses dirigían fuertes críticas a las acciones británicas lesivas contra los intereses centroamericanos y estadounidenses en el istmo. Por sus contenidos, varias de esas publicaciones fueron traducidas y reproducidas en la capital salvadoreña por el semanario oficial Gaceta.
Guatemala no cesó en sus ataques y acusaciones contra el segundo gobierno de Vasconcelos, mientras que los ejércitos de Honduras y Nicaragua se pusieron en alerta para disponerse a entrar en combate contra el gobierno guatemalteco que apoyaba de manera decisiva a Gran Bretaña en sus constantes intervenciones en el istmo, desde la Mosquitia hasta las costas del Pacífico.
Los poderosos empresarios, político y militares migueleños, agrupados alrededor del general Gerardo Barrios Espinoza, tenían fuertes contactos con los regímenes de Nicaragua y Costa Rica. Aunque en principio estaba dispuestos a apoyar a Vasconcelos en sus actos de defensa nacional y regional, sabían que los pertrechos y tropas del ejército salvadoreño eran escasos en número y calidad. La derrota era un hecho casi seguro en el horizonte de los próximos meses dentro de 1851, mientras El Salvador se veía sometido a fuertes presiones internacionales por una nueva intervención y bloqueo portuario por parte de la Gorgon, la cañonera Asia, el Champion y otros barcos británicos.