Contemplar el Centro Histórico de San Salvador a través de los ojos de Dylan Magaña es dignificar “el otro centro”, tal y como él lo ha bautizado.
Él es literalmente un profanador de edificios, un recolector de ripio, un narrador de historias, un incansable viajero del tiempo.
Un investigador cultural amante de la fotografía que inició una cruzada monumental hace unos ocho años aproximadamente, cuando se desempeño como guía de la municipalidad: registrar la memoria arquitectónica del centro capitalino.
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Sin embargo, su pasión por lo antiguo sobrepasó los límites de la capital y lo hizo recorrer cualquier cantidad de kilómetros para descubrir los rasgos del pasado de El Salvador.
De la exploración del San Salvador de antaño surgió antes de la pandemia su proyecto “Sivaresque”, a través del cual registró el complejo entramado de la ciudad vieja con fotografías y collages.
Y ese fuerte interés por descubrir la memoria capitalina, lo obsesionó con los pisos del centro, con las huellas del oficio artesanal de la comunidad baldosera de El Salvador, que tuvo su época dorada entre 1915 y 1930. Hablamos de las mismas baldosas hidráulicas que se hicieron famosas en redes tras la destrucción innecesaria de los pisos del Palacio Nacional, inmueble inscrito en el patrimonio material del país.
Sí, ese es otro de los proyectos de Dylan que se desprende de su exploración del centro de San Salvador. Por ello fue convocado por diferentes instituciones educativas y culturales para analizar el valor de estos peculiares ladrillos que finalmente aportan singularidad al "otro" centro, el que desaparece poco a poco frente a la destrucción del patrimonio justificada por la proyección turística.
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El también gestor utilizó esa mirada personal para crear un catálogo de baldosas que ya supera los 200 diseños; verdaderas artesanías descubiertas en San Salvador, Suchitoto, Santa Ana, Santa Tecla, Usulután o San Miguel; en casas abandonadas, edificios destruidos, puestos de ventas informales, inmuebles aún en pie y hasta en estacionamientos.
Sus incursiones al pasado le han permitido fotografiarlas, identificar los estilos, sus ornamentaciones, colores y ubicaciones, pero también recuperarlas y restaurarlas. Su casa está llena de esos fragmentos de historia y su labor de rescate continúa.
Y, no. Él no ha ejecutado tal labor para guardársela. La ha compartido entre quienes lo consultan, lo que se unen a sus recorridos por el centro y entre quienes lo siguen en sus plataformas digitales.
En sus redes sociales, lo hace con ciertas restricciones, las que ha tenido que implementar para evitar que su trabajo sea retomado por otros sin darle el debido reconocimiento.
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Y es que a Dylan nadie le ha patrocinado sus viajes, ni cada una de sus exploraciones, mucho menos cada pieza del pasado que ha restaurado. Se lo ha financiado solo, echando mano de su creatividad.
Así, @pezbarroco, como se identifica en Instagram, mantiene activas las cuentas @lospisosdelcentro, @inventariodelolvido, @barattadelvecchio, @eltrebedegraphics y @aquiyacen. Todas hablan del pasado nacional que ha cincelado El Salvador de hoy, y del por qué ese patrimonio debe ser rescatado, restaurado, visibilizado y protegido.
Conversando con este héroe de la patria —porque lo es— sobre baldosas hidráulicas, conocimos más detalles de ese registro arquitectónico que habla también de las historias de quienes residieron en el viejo centro de San Salvador.
Tu proyecto "Los pisos del centro" se ha dedicado a documentar y rescatar baldosas hidráulicas en El Salvador. ¿Qué te motivó a iniciar este proyecto y por qué consideras que estas baldosas son un valor agregado para los inmuebles históricos?
Lo que me motivó definitivamente fue la escasez de información; la falta de un catálogo oficial por parte de las ladrilleras, de las universidades, de la academia. Estaba vacío en este aspecto y decidí crear uno. Decidí empezar esta investigación, (pero) no a solas, porque estuve haciendo muchas entrevistas. Si faltaba alguna información, tratábamos de obtenerla a través de testimonios de personas que habían trabajado hasta los años 60 o 70 en las ladrilleras; intentamos recopilar todo tipo de información y fotografías, anuncios de periódico, y (de) quiénes estaban trabajando más en este legado. Pues a raíz de ello, creé un proyecto de fotografía de arquitectura. No fue en general sobre arquitectura, sino que buscaba más la iconografía y elementos arquitectónicos. Y en ello, pues se agregó el proyecto de los pisos del centro como diseño de interiores.
¿Cuándo inició este proyecto?
Creo que 2016-2017, fue un detonante en el centro histórico, pues ya era un poco más accesible ingresar a las casas. De hecho, también se pudo gestionar (el ingreso) en algunos edificios en abandono, porque la mayoría estaba en abandono. No fue tan fácil hacer estas gestiones, también en la calle, con las ventas informales, con propietarios y propietarias ausentes de estos edificios en abandono. Así que en algunas ocasiones también hubo que meter la cámara por alguna ventana o, como decimos, “rebuscarse” para obtener esos diseños, porque de eso se trataba: de obtenerlos como fuera.
¿Hay alguna anécdota o descubrimiento interesante que hayas hecho durante tu investigación en el centro histórico?
Cualquier diseño nuevo sería un descubrimiento. Y sí llevo unos 200 o 300, a lo mejor, no sé, no llevo un registro exacto con códigos enumerados. Cualquier tipo de diseño tiene su particularidad, ya sea en sus pigmentos, en parte del divisional, como que cambie un solo color, y esto ya es una marca, como en los billetes. Puede ser una anomalía, puede ser una marca, un ladrillo que esté girado, eso también es una marca muy propia del edificio, de su autor, de su arquitecto o de la misma fábrica que diseñaba las baldosas.
Quizá como una anécdota importante hay que mencionar que más allá de hacer un registro o un catálogo, se ha analizado el espacio. ¿Y cuánto tenemos en el centro histórico? Es donde están las casas antiguas, las casas de lámina troquelada, y hay una época específica en la que fueron instaladas estas baldosas, es decir, desde 1915 a 1930. A partir de esa época, ya inicia la expansión de San Salvador hacia el poniente, en la colonia Flor Blanca, la Escalón. Entonces, se dejan de producir en masa, porque la arquitectura ya no aplicaba para este tipo de ornamentación. Era un diseño demasiado cargado, la alfombra era como con mucha ornamentación, (y la arquitectura) se hizo más inmediatista, y eso no quería decir que iba a ser más simple. Ya había pasado su época.
¿Qué retos has enfrentado?
Las complicaciones han sido poder hacer esas gestiones, y en muchas ocasiones he visitado espacios que no son muy accesibles. Sí, he visitado lugares de casas que habían sido tomadas, que habían sido apropiadas, y al entrar a estos espacios, no me sentía muy seguro. Sin embargo, me abrían las puertas de la casa y entrábamos en una conversación sobre el tema de su historia, no tanto de lo que (él) andaba haciendo, sino que a las mismas personas les interesaba (saber) qué es lo que tenían y qué les podía proporcionar. Creo que ese fue un plus también. Ese es un testimonio que puedo dar aparte, porque he entrado, creo yo, a la mayoría de estas casas de lámina troquelada. Eso es un récord también que llevo en una bitácora, y a pesar de que estuve en tantos lugares donde me sentí tal vez incómodo al inicio para hacer la gestión, nunca me vi en riesgo. Creo que solo fuimos agregando más testimonios.
Fuiste testigo de la destrucción de los pisos del Palacio Nacional que tu has registrado. ¿Cuál es tu opinión al respecto de esta acción que afectó al patrimonio cultural del país?
Definitivamente, fue una insensibilidad y desconocimiento al trato del patrimonio, porque va más allá del patrimonio artístico-cultural. Es un legado, fue un golpe a la tradición de baldoseros, que creo hay muy pocos en San Salvador, están muy dispersos, y tenemos como emblema el Palacio Nacional, por lo tanto el único lugar donde muchas personas podían hacer la visita y ver la variedad de tantos piso; era el atractivo, era más fácil hablar de pisos que de cielos falsos… es una gran pérdida y más allá de la pérdida material es una pérdida de identidad, porque si ocurre eso en el edificio más importante del país, aparte de las iglesias, qué no puede pasar en el patrimonio más antiguo que tenemos que proteger, que son las casas de lámina troquelada.
Hay que destacar que el enfoque de este registro elaborado por Dylan ha sido por la puesta en valor y dignificación de las casas antiguas en riesgo. Y ahora, como una forma de visibilizar esa tradición baldosera, ha llevado los diseños de los pisos del centro a tazas que vende por encargo.
Finalmente, el investigador del Centro Histórico y la tradición baldosera del país tiene en el horizonte la publicación de este minucioso registro, que es oro puro para la memoria histórica del país. Loor a quién lo merece y Dylan Magaña es un héroe de El Salvador.