El jueves 12 de septiembre sube al escenario del Teatro Luis Poma el espectáculo Pastel de Mango, escrito y dirigido por Mauricio Nieto, llevada a escena por Colectivo El Desconcierto Teatral. La audiencia debe esperar una puesta en escena que desafía las narrativas convencionales del teatro salvadoreño: se construye una fragmentación narrativa que pone el acento en lo metafórico y en el cuerpo de los actores.
El director junto al grupo de creadores nos propone un teatro que cuestiona profundamente las relaciones familiares patriarcales y los esquemas heteronormativos que han dominado el imaginario social. La presencia física de los actores, los fragmentos de una casa en ruinas y un texto que navega entre lo poético y lo violento, Pastel de Mango se erige como una crítica a las masculinidades tradicionales y su inherente fragilidad.
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Sobre el proceso del texto y el encuentro con la historia, el autor expresa: “A través de diferentes ejercicios llegué a la idea de la familia y de ahí se desprendió el cuestionamiento sobre lo que significa ser hombre en la sociedad salvadoreña. Ambas ideas me movieron para llegar al texto. La escritura me permitió interiorizar sobre la temática y muchas experiencias que estaba atravesando como persona y como artista. Fue el resultado de un proceso de dos años en Didascalia, espacio de formación de escritura escénica a cargo de la maestra Jorgelina Cerritos”.
LA CASA COMO METÁFORA
Para el director/dramaturgo fue necesario encontrar equivalencias, fue un “darle forma a la escena sin deslegitimar la esencia de la dramaturgia”. En este sentido, resaltan las metáforas múltiples que construye el espectáculo en ese diálogo entre texto y escena. Sin embargo, uno de los elementos más poderosos es la representación de la casa, un espacio simbólico que aparece fragmentado a través de una puerta, una escalera y trozos de madera.
La casa en ruinas no es solo un escenario donde transcurre la acción, sino que se convierte en una extensión del cuerpo masculino y de las relaciones familiares. La casa refleja el colapso de la figura patriarcal, incapaz de sostenerse a medida que las generaciones más jóvenes comienzan a cuestionar el legado que han heredado. Aquí, la escenografía cumple una doble función: representación literal del hogar familiar en decadencia y metáfora de los personajes, quienes están igualmente quebrados por dentro.
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Desde mi punto de vista, la casa es un personaje más, una entidad que colapsa físicamente en sincronía con los personajes, un fantasma que persigue hasta asfixiar. Además, los intentos desesperados de los hombres por sostener las paredes que se desmoronan constituyen la lucha por mantener las estructuras patriarcales que ya no tienen sentido en un mundo cambiante. La casa revierte su sentido en el imaginario social. No es el espacio para la familia de afiche, de anuncio comercial, es el espacio descarnado de la intimidad donde los hombres se encuentran en un bucle de competencia, violencia y autoridad.
La obra se desarrolla alrededor de los conflictos entre las generaciones de hombres en una familia marcada por la ausencia femenina. La madre y la abuela están físicamente ausentes, pero su presencia fantasmagórica sigue marcando el desarrollo emocional de los personajes. El Hombre joven está obsesionado con el recuerdo de su madre, y a lo largo de la obra busca respuestas sobre su desaparición y el impacto que ha tenido en la familia. Este conflicto entre la necesidad de conectar con lo emocional y la represión de las emociones es central en la obra. El Padre y el Hombre joven se enfrentan constantemente, y este conflicto no solo es por el control sobre la familia, sino también por la interpretación del legado materno. En esta familia rota, el Padre representa una figura autoritaria que se niega a aceptar cualquier vulnerabilidad, mientras que el Hombre joven intenta desesperadamente desenterrar los secretos y dolores del pasado para poder avanzar.
Este conflicto se refleja en la escena en la que el Hombre joven descubre las fotografías cortadas y los fragmentos del pasado ocultos detrás de una puerta caída. Esta puerta no es solo un elemento escenográfico, sino una barrera simbólica que separa lo dicho de lo no dicho, el pasado del presente. Al desenterrar los recuerdos fragmentados, el Hombre joven está intentando reconstruir su identidad, pero se enfrenta constantemente a la resistencia del Padre, quien se aferra al control y al silencio.
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MASCULINIDAD Y VULNERABILIDAD
En Pastel de Mango, también asistimos a la representación de la performatividad masculina, es decir, a la representación de las formas sociales de la masculinidad. Desde el inicio del espectáculo, con los cuatro hombres semidesnudos caminando lentamente hacia el proscenio, el montaje nos invita a observar el cuerpo masculino como un espacio de tensión, lucha y vulnerabilidad, pero también el cuerpo se muestra en la lucha constante de una jerarquía social.
El Abuelo, interpretado por Carlos Córdova, es quizás el personaje que más encarna esta idea de la masculinidad en crisis. Su cuerpo está presente de manera física y fantasmagórica a la vez, representando una masculinidad en estado de decadencia. El personaje de Córdova es violento, retorcido, podrido. A través de su dominio físico y la capacidad de manipular su cuerpo para expresar agonía y poder, el Abuelo se convierte en el eje que marca los tiempos y los giros emocionales de la obra. Su lucha por mantener el control sobre su familia, incluso en su estado de decrepitud, refleja el desgaste de las estructuras patriarcales.
Por otro lado, el Hijo menor, interpretado por German Acosta, es el personaje que más visiblemente rompe con este esquema de violencia y rudeza. Mientras que los demás personajes encarnan las expectativas tradicionales de la masculinidad, el Hijo menor es delicado, sensible y se conecta con lo que se percibe como femenino: las flores, el pastel de mango, lo dulce. Esta ruptura con la construcción heteronormada de la masculinidad no solo desafía la violencia inherente en los personajes masculinos mayores, sino que también pone de relieve las tensiones entre generaciones y los diferentes enfoques sobre lo que significa ser un hombre.
Este desplazamiento de lenguajes fue esencial para Nieto: “Yo puse interés en diversos planos de articulación escénica. Di especial enfoque a la construcción de los personajes, puse mucho interés en la espacialidad, temporalidad y figuratividad. La puesta en escena me permitió terminar de unificar la idea inicial que había tenido al escribir. En la práctica tuve que apartar al dramaturgo para darle al director, a los personajes y a la acción en el espacio concreto de la representación. La experiencia de dirigir me permitió visualizar y materializar lo que yo había escrito.”
Otro eje fundamental de la obra es la violencia. Esta se despliega en el escenario de múltiples formas. Sin embargo, hay un doble juego que me seduce pensar: por un lado, la violencia como reafirmación de la masculinidad y equilibrio de las jerarquías; por otro, la fragilidad del control. En un momento determinado los personajes explotan, es decir, la violencia contenida desde el inicio se evidencia, por ejemplo, en los intentos del Padre por golpear al Hombre joven o las veces que el Abuelo intenta dominar a los miembros de la familia con gestos desesperados. Estas son representaciones escénicas de los valores tradicionales del mundo de los hombres y evidencian una dependencia de la represión de las emociones y una negación de la vulnerabilidad. Mucho ojo a este elemento porque está tratado con un alto nivel poético.
UN TEATRO DE MASCULINIDADES EN RUINAS
Pastel de Mango es una obra que nos deja pensando, reflexionando, sobre los diversos roles que la sociedad les ha asignado a los hombres, pero también nos hace vernos como sociedad llena de violencias, llena de heridas abiertas y latentes. Por otro lado, la obra se erige con sus particularidades escénicas en el panorama actual del teatro salvadoreño. No solo es lo acertado del tema y la construcción narrativa de la historia, es fundamental la búsqueda y el encuentro de una poética visual y física que puede darnos el pulso de lo que las nuevas generaciones de teatristas están proponiendo en la escena nacional. La obra está en escena desde el jueves 12 de septiembre hasta el domingo 15 en los horarios habituales del Teatro Luis Poma. La invitación está hecha, las puertas de una casa en ruinas se abren para encontrarnos con personajes de una ficción no tan lejana a la realidad que nos circunda.