El teatro musical es una de las especialidades escénicas más demandantes y técnicamente más elaboradas. Esta forma teatral combina música, canciones, diálogos y baile para contar historias. Desde sus comienzos en los escenarios de Broadway hasta su presencia en teatros de todo el mundo, el teatro musical ha cautivado a audiencias de todas las edades y culturas con su capacidad para emocionar, entretener y conmover.
Chicago, el clásico musical de Broadway que también ha sido llevado al cine, llega a El Salvador dirigido por las hermanas Diana y María Elena Aranda, quienes han sabido sortear los riesgos que significa producir en nuestro país un espectáculo musical de envergadura internacional. Han sabido sortear los riesgos para hacer de este espectáculo un punto de inflexión en el devenir de este género en nuestras tierras. Lo digo porque la puesta en escena demuestra el talento, la disciplina y el rigor necesario para darle al público una producción de talla internacional hecha totalmente por salvadoreños y desde El Salvador.
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La trama de Chicago se desarrolla en la ciudad homónima durante los "locos años veinte", una época caracterizada por la extravagancia, la corrupción y el glamour. La historia sigue a dos mujeres, Roxie Hart y Velma Kelly, ambas encarceladas por asesinato y buscando desesperadamente la manera de escapar de la horca. A medida que la trama avanza, somos testigos de la rivalidad entre ellas, su búsqueda de la fama y la libertad, y las decisiones moralmente cuestionables que toman en el proceso.
Las hermanas Aranda han sabido dirigir este proyecto que vincula 22 artistas escénicos y 16 músicos, todos salvadoreños. Ellas se han hecho acompañar por Roberto Salomón y Adrián Castro, para dirección de actores; Alejandra Funes Bustamante, para dirigir la orquesta; Gracia González, para traducir las canciones; Carlos Doñán, para las coreografías; Carolina Velasco, para la preparación vocal; Gisela Estrada, para el diseño escenográfico; Isabella Posada, para el diseño de vestuario; y Franklin Interiano, para el diseño de luces. Sin embargo, Diana y María Elena han trabajado de forma transversal en muchos aspectos de la puesta en escena. Este grupo de creativos demuestra las complejidades que tiene el teatro musical, no solamente en lo administrativo (conseguir derechos y financiamiento), sino también desde el punto de vista escénico ya que es necesaria la conjunción de la música, la coreografía, la voz, las luces, la escenografía. En el teatro musical no puede haber cabos sueltos, no puede haber elementos dispersos, todo debe engarzar como un engranaje de maquinarias que hacen funcionar al unísono el espectáculo.
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Pero la demanda de calidad no recae solamente en quienes llevan la dirección, también los ejecutantes deben demostrar altas cuotas técnicas en canto, danza, música y actuación. Los actores deben combinar todos estos elementos en una sola interpretación. Los actores/bailarines de teatro musical deben ser verdaderos artistas versátiles, capaces de transmitir emociones profundas a través de la voz y el cuerpo.
En este sentido, debo destacar el trabajo de Adriana Cortez e Isabel Guzmán Payés en los papeles protagónicos, Roxie y Velma respectivamente. Ellas no solo demuestran un dominio técnico del canto y la danza, sino que construyen una dupla equilibrada, se acompañan en el escenario y surge una complicidad que tiene acentos diferenciadores de cada personaje pero que mantiene un equilibrio necesario dentro de la puesta en escena. Otro trabajo loable es el de la actriz Alejandra Nolasco, en el papel de la carcelera Mama Morton. Nolasco nos ha dejado una serie de personajes memorables en el teatro salvadoreño. Su actuación en este musical no pasa desapercibida ya que demuestra, una vez más, su versatilidad, su dominio de la actuación y su osadía al reinventarse una y otra vez.
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Billy Flynn, el abogado corrupto de la historia, es interpretado por Jesús Suadi que asume el rol de galán en la historia. Suadi construye el personaje a partir de sus posibilidades físicas acentuando su belleza extemporánea. Aunque el registro en algunas ocasiones resulta lineal para este espectáculo funciona. Sin embargo, en Ambos cogimos la pistola, escena en la que Flynn junto a Roxie declaran ante la prensa, vemos al actor desplazarse a la antítesis visual de su personaje.
El elenco de actores principales conformado también por Gracia González (Mary Sunshine), Rolando Lobos (Amos), Mario Guardado (Fred Casely) es completado por Paola Cea, Kathya Najarro, Elizabeth Valdez, Priscila Escalante y Maryanne Nerio quienes interpretan una de las escenas más emblemáticas del espectáculo: Tango de la prisión. Este es uno de los primeros momentos de la obra y en primera persona las presas nos cuentan por qué mataron a sus maridos. En esta escena hay un despliegue de posibilidades que marcan el tono de lo que luego iremos viendo en el espectáculo ya que se fusiona: escenografía, danza, canto, interpretación y una cantidad considerable de artistas sobre la escena. Paola Cea marca la pauta en este momento, ella luce y nos deslumbra con sus capacidades físicas e interpretativas. Es una actriz que hace gala del manejo técnico de la fuerza, la presencia y la precisión.
Al elenco actoral se suman dos ensambles uno femenino y otro masculino. El primero conformado por Kennya Padrón, Laura Morales, Carol Hirlemann, Valentina Iglesias, y Geibi Duran; el segundo conformado por Charlie Murcia, Randall García, Rodrigo Flores, Enrique Morán, Emerson Ayala y Oscar Corcio. Estos son parte fundamental de la producción ya que aportan energía, gracia y habilidad al espectáculo. A través de la danza, crean emociones, atmósferas y resaltan momentos clave de la trama. Estos ensambles también tienen un rol de personajes de apoyo o personajes secundarios. Por ejemplo, se van compartiendo la narración de la historia y los eslabones dramatúrgicos entre canción y canción. Debo señalar que, en esta producción, el ensamble femenino está mejor logrado que el masculino, este último debe trabajar en la precisión y la técnica de algunos de sus miembros. Quisiera señalar el trabajo de Charlie Murcia ya que destaca por su contención y precisión, el hace un uso equilibrado entre sus papeles interpretativos y sus roles dancísticos. Es un buen camino para enrumbar el ensamble masculino. No obstante, ambos conjuntos nos muestran sus habilidades y versatilidad al interpretar diversos estilos demandados por las coreografías.
La dirección musical de Alejandra Funes Bustamante ha sido clave para el éxito de la orquesta en esta producción. Su capacidad para llevar a cabo una interpretación musical precisa y emocional ha sido evidente en cada nota, proporcionando el acompañamiento perfecto para las actuaciones en el escenario. La orquesta ha logrado capturar la esencia del jazz de los años veinte, creando una atmósfera vibrante y auténtica que transporta al público a la época en la que se desarrolla la historia. La calidad de la interpretación musical también se refleja en la coordinación y sincronización con el elenco en el escenario. La orquesta ha sido capaz de seguir de cerca los cambios de ritmo y los momentos dramáticos de la obra, creando una experiencia teatral cohesiva. La habilidad de la orquesta para adaptarse a las necesidades de la producción y acompañar a los actores y bailarines es digna de elogio.
El diseño escenográfico, a cargo de Gisela Estrada, ha logrado capturar la esencia de la Chicago de los años veinte de manera efectiva. A través de un elemento frontal que cubre la boca del escenario, un enorme letrero lumínico, un escalera central y plataformas móviles, la escenografía ha sido dinámica y versátil, permitiendo una transición fluida entre las diferentes escenas y situaciones. La elección de los colores, materiales y el estilo art decó, propio de los años 20, ha contribuido a crear un ambiente de decadencia y glamour característico de la época.
En cuanto al diseño de vestuario, Isabella Posada colaboró con las hermanas Aranda y ha sido igualmente funcional. Los trajes de los personajes, que van desde vestidos de lentejuelas hasta trajes de hombre elegantes, reflejan la moda de la década de 1920. El vestuario ha coadyuvado a la construcción de cada personaje, así como a resaltar la estética visual general de la producción.
Por último, el diseño de luces, a cargo de Franklin Interiano, ha sido fundamental para crear la atmósfera adecuada en cada escena. La iluminación ha sido utilizada para resaltar momentos clave de la actuación, crear sombras y efectos dramáticos, y guiar la atención del público. La elección de colores, intensidades y movimientos de las luces ha contribuido significativamente a la estética visual y la narrativa de la obra.
Chicago, es uno de los íconos del teatro musical de Broadway que ha encantado a audiencias de todo el mundo desde su debut en 1975, el libreto de Bob Fosse y Fed Ebb y la música de John Kander siguen escuchándose en diferentes idiomas alrededor del mundo. Ahora se produce y presenta en San Salvador. Yo pude ver la función de estreno el pasado 8 de marzo en la Gran Sala del Teatro Nacional. No puedo dejar de pensar en una genealogía intermitente de este género musical en el país. Desde finales del siglo XIX compañías itinerantes de zarzuelas y operetas se presentaron en ese escenario, luego en el siglo XX el nicaragüense Paco García haría de este género uno de los más populares, luego el Teatro Hamlet aportaría otros matices al legado de este maestro. Otras producciones nacionales e internacionales han sido parte de esta intermitencia que hoy sin duda, y me atrevo a decirlo, toma otros rumbos en la escena local. El trabajo de Diana y María Elena Aranda, junto a todo el equipo del espectáculo, siguen abriendo caminos y expanden el horizonte posible de producciones de teatro musical en El Salvador.
El espectáculo sigue en presentaciones este 14, 15 Y 16 de marzo, en el Teatro Presidente. Las entradas están a la venta en Smart Ticket.