Para el maestro Carlos Cañas (1924-2013), el precursor del arte abstracto en El Salvador y -como él lo aseveró en vida- el origen de la corriente contemporánea nacional, trabajar de pintor (artista) en este país es doloroso.
Y murió anhelando ver una verdadera cultura de la plástica en su tierra natal.
Más allá de la falta de formación artística en el sistema educativo y la carencia de público, criticó que las autoridades que guían a la sociedad solo conocen de los creadores y su obra horas antes de entregar un galardón —como el Premio Nacional de Cultura—, por una polémica o cuando estos fallecen.
Estaba convencido que si bien saben que existen artistas o han escuchado sus nombres, la realidad es que ignoran sus propuestas de todas las formas.
Lo más lamentable, es que a lo largo de la historia nacional existan múltiples ejemplos del desaire a los creadores y su legado, que fundamentan los argumentos del maestro Cañas. Él nunca lo calló y lo denunció las veces que pudo hacerlo.
EN LA CAPITAL DE LA CULTURA
En 2024, uno de los jóvenes artistas visuales que han alzado la voz para denunciar ese menosprecio es Óscar Pérez, quien ha demandado ante la Fiscalía al Patronato de Restauración Cultural de Suchitoto, por la supuesta destrucción de su obra "De ciudadelas, urbanismo y distopías flotantes".
La "distopía vanished" se exhibiría en las instalaciones del Teatro Alejandro Cotto, administrado por el patronato antes citado, del 1 de junio al 31 de agosto de este año, aunque finalmente fue retirada antes del 8 de agosto.
¿Cómo y en que momento la instalación fue desmontada? Es una de las dudas que las autoridades de El Salvador deberán determinar, puesto que Pérez se encontró con que había sido retirada del área de exhibición sin su autorización, ese 8 de agosto.
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Luego de agradecer por todos los medios la oportunidad de exhibir su obra en la capital de la cultura, Suchitoto, hoy enfrenta la realidad producto del "irrespeto a su trabajo", labor minuciosa que se extendió por al menos cuatro años, dedicándose a esta 24/7 en ciertos períodos.
La compleja pieza fue reducida a escombros, según se aprecia en las fotografías que el mismo artista tomó y difundió en sus plataformas para denunciar su destrucción.
El caso está en manos de la Fiscalía en Cojutepeque y se ha convertido en un hito en la historia del arte nacional. Porque aunque existan en el país recursos legales para que los artistas protejan su trabajo, pocos han echado mano de estos para hacerse respetar.
Pérez, pese a todas las voces que le recomendaron desistir de investigar lo que en realidad ocurrió con su exposición en el Alejandro Cotto, decidió continuar con la denuncia.
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Claro, esa determinación ya le pasó factura, pues después de hacer pública la destrucción de su pieza, ya se le cerraron puertas a espacios donde exhibiría su propuesta visual.
El Patronato, por su parte, se desvinculó de la destrucción de la obra de arte, a través de un comunicado que publicó en su cuenta de Facebook.
Vale destacar que en la actualidad, Óscar Pérez expone un mural escultórico con un toque cyberpunk retrofuturista, —elaborado de trozos de durapax ensamblados—, en el Teatro Luis Poma de Metrocentro. La muestra se titula "Remixes" y en uno de los espacios se proyecta un video del día en que su "distopía vanished" destruida fue inaugurada en el teatro Cotto, en el marco del Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio), pues el creador suele elaborar sus piezas con materiales reciclados.
Pero, tal vez, una de las afrentas más indignantes contra el arte en El Salvador ocurrió en tiempos de Mauricio Funes, en pleno Centro Histórico de San Salvador.
DOLOR DE ARTISTA
En diciembre del año 2011, la iglesia católica decidió remover el icónico mural de mosaicos de Fernando Llort (1949-2018) que adornaba la fachada de la Catedral capitalina, alegando que el 70 % de las piezas tenían problemas de adherencia y representaban un riesgo para los visitantes.
En su momento, esta acción generó un fuerte rechazo social, llevando al Arzobispo de San Salvador a disculparse públicamente. Llort, aunque sorprendido y muy triste, por la pérdida de lo que describió como "la obra más importante de su vida", expresó su perdón hacia quienes la destruyeron.
Finalmente, no se hizo justicia, y el gran representante de la identidad salvadoreña fue enterrado en 2018, en un mausoleo decorado con trozos de su mural destruido, en La Palma, Chalatenango.
Tras la destrucción, voces de expertos cuestionaron la justificación de la iglesia católica, argumentando que era improbable que el mural se estuviera cayendo, ya que se había utilizado un adhesivo especial, epóxico, para asegurarlas, y que la supuesta decoloración era mínima.
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La polémica generada por la destrucción de esta obra subrayó su valor cultural, pero es un reflejó de la desvalorización del patrimonio y el arte salvadoreño por parte de las autoridades.
El arquitecto José Roberto Suárez, involucrado en la remodelación de la catedral, explicó a El Faro en su momento que el supuesto "ojo masónico" en la parte superior del mural —que fue criticado por algunos religiosos— era en realidad la representación del "ojo de Dios", que coronaba un diseño que ascendía desde imágenes de campesinos y maíz hasta la palabra de Monseñor Romero.
MÁS HUELLAS DEL MENOSPRECIO
No obstante, antes de esto, hubo más muestras del irrespeto al arte y al artista en suelo salvadoreño. Este mismo año se registró la censura al libro de la escritora y periodista Michelle Recinos, y la persecución al artista visual, escritor y actor Francisco Zúniga "Kosmonauta" por denunciar la destrucción de las baldosas históricas del Palacio Nacional.
Al cierre de esta nota, nada se sabía del paradero de los bustos de figuras emblemáticas de la cultura salvadoreña que durante más de una década estuvieron ubicados en la zona verde al frente de la entrada principal del Teatro Presidente de San Salvador.
Tampoco se sabe qué pasó con la escultura ecuestre que lucía imponente en la plaza Simón Bolívar del centro capitalino y que ocurrió con los vitrales del maestro Rubén Martínez Bulnes y el mural de mosaicos de 5000 piezas del maestro César Sermeño que formaban parte del monumento al prócer José Simeón Cañas que fue demolido en el terreno de la Asamblea Legislativa.
En 2017, el Centro Histórico de San Salvador fue excavado en múltiples puntos. Uno de los hallazgos más destacados fue un mosaico de la década de 1960, obra del pintor Carlos Cañas, descubierto debajo de la Plaza Morazán. Este mosaico, que había sido cubierto por construcciones posteriores, fue revelado accidentalmente durante las obras de remodelación de la plaza.
Actualmente, solo uno de los espejos de agua se puede admirar en la actual Plaza Morazán, frente al Teatro Nacional de San Salvador. Sin embargo, tiene evidentes signos de descuido y falta de protección.
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Un mural de Carlos Cañas también desapareció del mapa cultural del país. Se trata del que lucía en el edifico de la Caja de Créditos de la 25 avenida norte. Durante la guerra librada entre 1979 y 1992, y el terremoto de 1986, resultó con daños significativos y el mural fue demolido durante unas obras de refuerzo a la edificación.
Otro de los históricos menosprecios ha sido el desaire al legado de la promotora del ballet folclórico de El Salvador, Morena Celarié. Así lo denunció uno de sus más fieles discípulos, Vicente Aguiluz —promotor de esta danza bautizado como el Indio de Cuscatlán—, antes de fallecer el 2 de septiembre de 2022, en el Hospital Médico Quirúrgico del ISSS.
Luego de su misteriosa muerte, no volvieron a bailarse sus coreografías. Fue hasta este 2024, que otra de sus fieles alumnas, Lilian de Oviedo, decidió recuperar sus coreografías que comenzaron a ensayarse con un grupo de danza. Este proyecto, aún en proceso, fue anunciado en abril pasado, en el Palacio Tecleño de la Cultura y las Artes.
Estas son solo algunas, pero hay muchas más muestras de lo "ingrato" que es ser artista en El Salvador.