Hace poco recordaba con nostalgia los desfiles estudiantiles, a bombo y platillo, de las bandas de paz en el día de la independencia en San Salvador. Lo que me llevó inmediatamente a pensar en las curiosas expresiones culturales del nacionalismo.
Los museos y colecciones nacionales son un buen ejemplo de ello. “El museo nacional es una institución socio-política basada en conocimiento, con colecciones y exhibiciones correspondientes que ultimadamente demandan, articulan y representan valores y mitos nacionales dominantes”, dice el estudio sobre museos y construcción de nación publicado por Peter Aronsson y Gabriella Elgenius.
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El monumental British Museum, ubicado en la zona céntrica de Londres, cuenta con más de 60 galerías distribuidas en 5 niveles en las que se exhiben 80,000 de los 8 millones (!) de objetos en su colección y recibe un promedio de 5 millones de visitantes al año. En efecto, es la colección más grande del mundo y documenta la maravillosa historia cultural humana desde sus inicios.
Detrás de su fachada neoclásica, tan imponente como imperial, el espacio se abre a un luminoso domo de cristal en su más reciente remodelación del año 2000.
Cada vez que lo visito hay algo nuevo que descubrir. Este frío domingo, de cielos nublados, no fue la excepción. Ingresé por la puerta de atrás buscando evitar la kilométrica fila de visitantes y me encontré, por azar, con la muestra “Viviendo con tierra y mar: Perú y el mundo Andino” que exhibe artefactos de las culturas Nasca, Chimu, Wari e Inca, relacionados a uno de los ecosistemas marinos más ricos del mundo, dado el cruce de corrientes frente a su costa. Me detengo a apreciar un exquisito textil y el detalle de una figura sentada sobre una Totora (barca de junco), cuál imagen pixelada, con peces y figuras geométricas flotando a su alrededor.
El British Museum es un verdadero ícono nacional. Establecido como organismo público por decreto en 1753, responde al Parlamento y es regulado por el Departamento de Cultura, Medios y Deporte del Gobierno, quien además le financia en gran parte. Cuenta con una junta directiva y se rige por una serie de políticas que regulan todo su accionar en temas que van desde la conservación de su colección hasta la salvaguarda de niños y adultos vulnerables que visitan. Su accionar es sumamente transparente, toda su documentación es pública y de fácil acceso por medio de su sitio web.
Esa pesada herencia histórica occidental que considera al mundo como territorio propio, con vínculos nefastos al colonialismo y la explotación desmedida de los recursos de otros, gradualmente ha logrado evolucionar. La transición dentro del museo no ha sido fácil, siendo un organismo público sujeto a constantes escrutinios donde cualquier decisión es amplificada en creces. Véase por ejemplo el continuo debate, desde 1983, sobre la repatriación a Grecia del friso del Partenón, pieza insigne de la colección del museo.
La voluntad interna existe, de transformar al museo en un espacio que refleje su tiempo. Las estructuras patriarcales neocolonialistas parecen disolverse en cámara lenta, frente a las necesidades de un mundo contemporáneo multivalente, justo y plural. El rol de los museos actualmente se vuelca hacia la construcción de una ciudadanía crítica y la vital colaboración con comunidades.
A propósito de ello, mi siguiente sorpresa dentro del Museo es la sala dedicada a la medida del tiempo, con una maravillosa muestra de la diversidad de artefactos diseñados para medirlo. Aquí me llama la atención un automaton de 1585 en forma de galeón en miniatura, que contiene un reloj bajo su mástil, un órgano interior y cañones que disparan.
No todos los objetos de la colección han llegado ahí por vías cuestionables. Quienes están al día con sus películas en Netflix recordarán “The Dig”, basada en la novela de John Preston, que cuenta la historia del grandioso descubrimiento del entierro anglosajón en una barca de 27 metros de largo, a inicios de la Segunda Guerra Mundial. Tesoro que desde entonces se encuentra bajo el cuidado del British Museum. !Y vaya tesoro! c
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El British Museum cuenta además con una extensa colección de dibujos que crece día a día gracias a donaciones y adquisiciones. Con 10 minutos faltando al cierre del museo, logro visitar la pequeña muestra dedicada a la artista británica Wilhelmina Barns-Graham, Una Escocesa en St Ives, en el mes dedicado a celebrar a las mujeres internacionalmente.
La guardia me señala que es hora de salir y lanzo una última mirada a uno de los dibujos: un conjunto de formas abstractas en tonos grises, cuál nave futurista de un argonauta.