Una vez más –y las que hagan falta– nos topamos con la guitarra preclara, seductora y emocionada de un músico latinoamericano que jamás ha dudado en dejar patente la riqueza patrimonial del inacabable acervo musical de su país natal: El Salvador. Ese gran desconocido, en forma y en fondo. Tanto en asuntos artísticos como de otra índole, este país tiene la gran suerte de albergar en su seno a un número importante de músicos que han hecho suyo el lema nacional: Dios, Unión y Libertad. El guitarrista, compositor e investigador salvadoreño radicado en Canadá Ramsés Calderón (San Salvador, 1975), hombre cosmopolita de ideales humanistas y artista de hondo aliento, ha dado forma finita, aun entendiendo los anchos márgenes de su labor, a un primer volumen de piezas para guitarra de autores salvadoreños que comprende 8 composiciones y casi 30 años de pesquisas.
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“El Cisne” se presenta como un álbum que reúne varias vertientes musicales, pero siempre dentro de unas coordenadas homogéneas, esto es, las del amor de todos los autores referidos por su patria, historia, paisajes y circunstancias comunes. Las piezas que lo integran poseen el sabor inconfundible del arte popular de nuestra América Latina. Por un momento, imaginen que paseamos por una elegante calleja del centro histórico de San Salvador, una de tantas que nos traen antiguos ecos de independencia, romance y aventura.
Podremos escuchar nítidamente cada una de las melodías como parte inevitable del paisaje urbano. Algo que antes ocurría sin mayores explicaciones y también algo que hoy se perdió para las nuevas generaciones. Calderón parece querer ‘rescatar’ estos ecos para todos, sin distinciones, peros ni excusas.
Los nombres de Rafael Olmedo (1837–1899), Domingo Santos (1892–1951) o Felipe Soto (1885 1913) alternan con total naturalidad con los de José Napoleón Rodríguez (1901–1986), Sabino Deodanes (1909–2005) o José Cándido Morales (1912–2002), quien fuera uno de los afortunados en recibir personalmente lecciones de El Gran Paraguayo, Agustín Barrios Mangoré (1885–1944), pilar fundamental de la guitarrística americana en la primera mitad del siglo XX que recaló en El Salvador los últimos años de su vida, cumpliendo así la máxima que dice que cada cual es de donde su corazón y su mente se sienten realizados y en paz. Los estilos que incorporan las diferentes composiciones de cada uno de los seis autores incluidos son concomitantes y se mueven entre un post-romanticismo tardío y un cierto modernismo nacionalista que recuerda a las páginas evocadoras, llenas de nostalgia, de otros dos enormes genios de la guitarra iberoamericana: el mexicano Manuel Ponce (1882–1948) y el español Francisco Tárrega (1852– 1909).
Además de la propia música, que en sí misma es un regalo con muchas virtudes a descubrir, encontramos en “El Cisne” un acierto que, dicho sea de paso, pocos guitarristas logran: el que cada una de las piezas esté grabada con un instrumento diferente e incluso utilizando diversas afinaciones. Esto hace que los oídos escuchen también diferente, es decir, que cada corte del álbum se sienta como una parte de un todo, efectivamente, pero también como un relato independiente, con vida y carácter propios. Las guitarras de lauderos –algunos históricos– como Manuel Gálvez o los Hermanos Breyer ofrecen una pátina de dulzura y misterio, otros como Juan Carlos Santurión (hijo) o Alexander Reyes proyectan una mayor intensidad de sonido, así como Vicente Camacho, cuyo instrumento sea quizás el de carácter más recio. Por favor, tengamos en cuenta que al igual que no todos los miembros de una misma familia hablan idénticamente, no todas las guitarras, aunque tengan seis cuerdas y estén hechas con planos y maderas similares, suenan idénticas. Calderón lo sabe y lo aprovecha a su favor.
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El cisne es poseedor de connotaciones arcaicas disímiles, ya fuese animal de belleza extraña y fascinadora o monstruo amenazante y exterminador –recordemos el famoso “Cisne de Tuonela” de las leyendas finesas del Kalevala que también musicalizó Sibelius–, pero estoy completamente convencido de que este cisne que Ramsés Calderón pinta y exhibe en su álbum no tiene nada que ver ni con el uno ni con el otro. Más bien estamos ante un corolario de esencias y perfumes evanescentes que van y vienen, que se estiran, como el mismo cuello del animal, entre los siglos XIX y XX, y que nos ponen en perspectiva un mundo ya pretérito del cual nuestro músico protagonista pareciera ser un mensajero extemporáneo con su lira como cuerno de aviso. Evocaciones fantásticas aparte, escuchemos “El Cisne” como lo que es: un recorrido amable, feliz y triste a un mismo tiempo, donde podremos percibir con claridad y si nos acercamos lo suficiente, un país y sus sonidos de antaño con la eterna guitarra como guía de excepción.