Cecilia Chiquillo Viuda de Cea tiene 104 años de edad. Es madre de cuatro hijos, abuela de 16 nietos y 13 bisnietos.
Cuando nació en San Pablo Tacachico el 20 de noviembre de 1918 habían pasado 9 días del final de la Primera Guerra Mundial y Carlos Meléndez era el presidente de El Salvador, en su segundo mandato como parte de la dinastía familiar Meléndez Quiñónez, la cual duró desde 1913 hasta 1931.
El país tenía una población de aproximadamente un millón de habitantes. También fue el año en que el Diario Oficial reportó la llegada al país de la pandemia de la Gripe Española, que mató a más de 40 millones de personas alrededor del planeta y en septiembre de ese año alrededor de 25 personas morían a diario solo en San Salvador.
A Cecilia le gusta permanecer en una silla de mimbre. Su vista es vivaz, su pelo pintado de canas y su piel es el reflejo de los años que ha vivido. Responde sin vacilar cuando se le pregunta sobre su pasado, aunque no recuerda todo, solo detalles puntuales y lo más reciente se le queda en el olvido. Hay que acercársele al oído y hablar con voz fuerte para que pueda escuchar.
Uno de los recuerdos más antiguos y claros que tiene Cecilia es de cuando tenía diez años, en 1928, y caminaba descalza con un canasto en la cabeza para ir a dejarle almuerzo a su padre, Simón Marroquín Chiquillo, que trabajaba en unos cafetales.
“Cuando estaba grande ya quería zapatos y me los compraron. Iba al pueblo con ellos”, menciona.
No era nada raro que los niños de la época anduvieran descalzos, cuando el calzado se hacía a mano y por lo tanto era caro para la mayoría de salvadoreños.
Ese año era presidente Maximiliano Hernández Martínez, quien bajo sus creencias transmitía en la radio programas en los cuales, por ejemplo, recomendaba que caminar descalzo era beneficioso, porque así las personas recibían del suelo las “energías” de la tierra.
Cecilia tiene recuerdos de la masacre de indígenas de 1932 dirigida por Hernández Martínez. Su padre la había llevado a pescar al río Lempa, a la altura de Aguilares, y vio mucha tropa cruzando el río.
“Estaba cipotona cuando era ese presidente y hubo una gran matazón por allá. Nosotros andábamos por el río Lempa con mi papá porque fue en Semana Santa, porque íbamos a pescar, cuando vimos que venían pasando el montón de soldados y toda la gente estaba asustada”, relata.
Cuando Cecilia inició su adolescencia, y también la terminó, ocurrió la Gran Depresión, que fue una crisis financiera mundial que se prolongó casi por diez años y afectó la economía mundial, con efectos devastadores también para El Salvador.
En 1946, esta mujer originaria del cantón La Hacienda de San Pablo Tacachico y que ha vivido bajo 34 presidencias de El Salvador, se casó con Antonio Humberto Cea. Se instalaron en las afueras de Quezaltepeque, en el caserío El Cerrito, Cantón San Francisco, La Libertad, donde todavía vive con sus dos hijas; una de ellas es Marina de Cea, quien tiene 70 años y ya está jubilada.
El año de la boda de Cecilia, la Segunda Guerra Mundial acababa de terminar. Ese evento tuvo consecuencias profundas en la economía salvadoreña, porque no había importación de productos norteamericanos, como piezas de repuesto para máquinas, porque Estados Unidos volcó toda su industria a la fabricación de armas y equipo para la guerra. No fueron años fáciles para los salvadoreños en general.
Humberto Cea murió años después, en 1958, a la edad de 44 años, debido a problemas de alcoholismo. Desde entonces Cecilia dedicó su vida a sus hijos y a las tareas de su casa.
Durante su viudez realmente no tenía mucho tiempo para fijarse en la política. “Cuando quedó viuda se dedicó a cultivar maíz, arroz, caña, frijol, café y con eso ha sobrevivido para criarnos. El café lo vendía, el maíz y frijol era para consumo de nosotros”, relata su hija Marina.
Cecilia no recuerda bien todos los presidentes militares que gobernaron en los años 50, 60 y 70, pero hay un hecho histórico que sí lo tiene en su memoria y ocurrió cuando tenía 62 años.
“Por radio supe de la muerte de San Romero. Haciendo las tortillas estaba yo, sentí una cosa fea, como yo soy católica sentí que me afectó. Estaba haciendo las tortillas y llorando”, contó y recuerda que la radio que tenía era vieja.
En pleno apogeo de la guerra civil, el 6 de marzo de 1983, la visita del papa Juan Pablo II hizo que Cecilia viajara con su hija Marina desde Quezaltepeque a San Salvador. La visita del Pontífice era una noticia de boca en boca entre toda la feligresía católica.
Recuerda que llegaron hasta el redondel Reloj de Flores, en San Salvador, porque ya no podían avanzar más, pues toda la gente estaba esperando ver pasar al Papa.
“Nos fuimos de aquí tipo ocho de la mañana, antes no había tráfico como ahora. Nos pusimos ahí en las grandes líneas de gente y con banderitas blancas y amarillas, pero solo fue eso. Pasó y nos regresamos”, cuenta.
En medio de la guerra civil, sus tíos Gabriel y Juan fueron capturados por militares pensando que eran guerrilleros. “Estaban cipotones, vivían en Lourdes. Se los llevaron los soldados porque pensaban que estaban en la guerrilla. Poor suerte no fueron asesinados”, recuerda.
Cuando Cecilia tenía 73 años, en 1991, El Salvador se oscureció debido al eclipse total del sol. Lo recuerda bien porque escuchó hasta el canto de las gallinas como cuando ya se van a dormir anunciando la noche.
“Toda la gente afligida y yo también, pidiéndole a Dios que no nos fuera a pasar nada. Ese día hasta las gallinas hacían el canto que hacen normalmente en la noche, hasta miedo nos dio. Se puso oscuro, como que fueran las siete de la noche”, recuerda con claridad.
Y hay una fecha que no se le olvida por el susto que le causó: la firma de los Acuerdos de Paz en 1992 en México, pero no precisamente por la fecha histórica en sí misma, sino porque ese día a su casa ingresaron por el techo unos hombres encapuchados, la amarraron y la dejaron en la cama y le robaron todas sus cosas de valor que tenía en la casa.
“A mí me vendaron. Luego comenzaron a sacar todo y lo metieron en un camión que andaban. Luego el mañoso me soltó”, dice.
Ese mismo año murió su hijo mayor en un accidente de tránsito. Se llamaba Antonio Humberto Chiquillo y tenía 50 años. Era militar y se dirigía a una misión cuando el vehículo donde se conducía volcó carretera a Sensuntepeque.
Para su hija Marina, tener viva a su madre y en buen estado de salud es un privilegio. “Estamos contentos y admirados de ver cómo ella ha reaccionado, porque a esta edad la gente ya no quiere y ella está más alentada que uno. Estamos felices”, expresa.