La clasificación de la Sub 17 al Mundial de Catar nos ha devuelto una sonrisa, tenemos una nueva camada de futbolistas a los cuales debemos seguirle la pista, fundamentarlos, foguearlos y apoyarlos
Es que son cipotes y ese tierno sentimiento lo transmiten como una savia nueva, con todo un mundo virginal de sensaciones por vivir y disfrutar. Ellos solamente han escuchado hablar de las generaciones gloriosas del 70, del 82, de la Selección que fue a Turquía bajo la dirección de Mauricio Alfaro. Y están creciendo en un fútbol carente de satisfacciones, donde el apoyo y la dirigencia son legos, conformistas e incluso, aprovechados.
Pero en todo caso, con su actuación en la pasada eliminatoria, en donde meritoriamente ganaron el ansiado boleto, han puesto de fiesta al país, despertado a una afición que ansiosa de gratificaciones se relame del gusto, con un entusiasmo inusitado.
Una generación que con sus ansias de cipotes, asoma optimista, propugnando por un apoyo masivo, una proyección por competencia, por emulación, que debería incidir para cambiar a los que dirigen, incluso hasta para cambiarnos a nosotros mismos.
Por eso el tiempo pasado debe olvidarse, pues ellos necesitan identificarse con su propio tiempo, con su propia sangre generacional, con entrega total.
Acaban de experimentar la primera emoción grande de sus vidas, en un marco casi anónimo que inicialmente los fue viendo con cautela, como desconfiando, para ir aumentando a medida que iban demostrando nuevas cosas.
Esta Sub 17 ha devuelto algunas sonrisas con la alegría de su fútbol, divirtiendo y divirtiéndose en el intento de renovar la música de un deporte que lo necesita urgentemente. Y más alla de aludir al nivel de los rivales, a los análisis técnicos de sesudos conocedores del deporte, debemos confesar que al principio vimos este grupo con mucha suspicacia y en este sentido hay que otorgarle el mayor mérito al técnico Juan Carlos Serrano y sus valiosos colaboradores, Misael Alfaro, Cristian López, José Martínez, Alex Pinto, Douglas Lemus, quienes tomaron el grupo y lo fueron armando con paciencia y esmero esperando que sobre la marcha llegarían los fogueos con los cuales iban a presentar un cuadro acorde con la competencia, pero se hizo muy poco por conseguirlos.
Mientras los rivales se fogueban, ellos fueron tomados a título secundario.
De ahí la duda, pero Juan Carlos y compañía se hicieron a la mar y no se pusieron a temblar.
Por el contrario, pusieron ese temple de sus tiempos de futbolistas y trabajaron sin descanso para sacarle el provecho a las capacidades de sus jugadores e incluso le dedicaron horas y horas a las pelota con balón parado.
Claro que ahora viene lo más fuerte y algunos dirán que hasta ahí llegaron pues los cipotes muestran deficiencias, que el entusiasmo muchas veces los limita o que son muy instintivos, pero esa es la nueva generación que nos llega y debemos recibirla en expectativa de ventura. Entonces debemos decir que están en evolución, que aunque muestren fallas para eso están sus preparadores para corregirlas, como el hecho de jugar con excesiva franqueza a riesgo de quedar burlados, que persiste la intención de conducir de más el balón, que deben dosificarse, que hay intermitencias, problemas de control y apuro al hacer las entrega, desconcentraciones, falta de cultura táctica.
Pero son una esperanza y lo más importante es la generación de opiniones que provocan: sobre quién le pega mejor, quién es el más veloz, el más hábil, el conductor de juego, el de mayor personalidad, quién tiene más futuro.
Pero más allá de todas las consideraciones, lo mejor es el cambio que han comenzado a despertar, la animosidad que se ha producido.
Tenemos pues una nueva generación, no de nostálgicos recuerdos sino para ser vivida. Ellos serán los cronistas de su propia historia. Un nuevo amanecer para nuestro fútbol tan urgido de gratificaciones.
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