La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos 2024 fue a la altura de lo esperado: el espectáculo fue grandioso y, en muchos aspectos, suntuoso.
Durante 4 horas, las animaciones organizadas alrededor de temas que hacían referencias a la historia de Francia, pero también a las ideas que estaban relacionadas a ellas, alumbraron no solamente la capital francesa, sino corazones y los espíritus.
Para Francia, se trataba ni más ni menos de volver a inscribirse en los pilares de una inspiración revolucionaria y universal. Tantos elementos de una identidad que bien necesitaba ser recordada, asumida y difundida. Francia vuelve siempre grande en su historia, tanto como en la época contemporánea, cuando los debates internos y la ausencia de resolución de problemas la vuelven estrecha, tímida e incómoda, sin ambición. ¡Atónica y pequeña, limitada en certezas y determinismo! Su vocación consiste en reinventarse, regenerarse. Siempre lo hace en medios de convulsiones, generando imaginación y creatividad.
Estos últimos meses, dio la impresión de perder su identidad, su coherencia interna. En otras palabras, el sentido de un orgullo nacional, compartido a través de un proyecto en común. Tensiones en el debate político interno ilustradas por las elecciones para el Parlamento Europeo el 9 de junio pasado; legislativas anticipadas revelando fracturas sociales y llevando visiones en cuanto a la identidad del país, tanto en su dimensión nacional, europea como internacional.
Los ataques no se pararon desde años: fue acusado de colonialismo, de racismo, de fragmentación comunitaria. Esta flagelación es una contradicción con una reacción que quiere llevar sobre el universalismo del ser humano, que hace avanzar este país y provoca una reacción cuando mucho, y unas veces casi todo, parece estar perdido.
Es la razón por la cual la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos contenía una dimensión tan grande: los eventos anunciaban la regeneración de un país que tenía que demostrar que podía conciliar emancipación individual con un proyecto colectivo. La libertad en el respeto de los demás. La libertad en la responsabilidad y la conciencia del papel compartido. Y por cierto, la sucesión de artistas logró este desafío: Lady Gaga abrió el espectáculo cantando "Mont truc en plume", "Mi truco en pluma", canción de Zizi Jeanmaire y emblemática del París del "music hall" y popular. Aya Nakamura, la cantante francesa contemporánea con 7 mil millones de streamers, cantó con la música de la Guardia Republicana y delante de los edificios de la Academia Francesa. Ha sido un himno al encuentro entre los símbolos centenarios de una Francia inmutable, y el multiculturalismo que hace parte de la identidad de Francia. Aya Nakamura es originaria del Mali, en África, y hoy es la cantante francesa ¡más escuchada en el mundo!
Axelle Saint Cirel es cantante lírica con orígenes de Guadalupe. Interpretó La Marsellesa, el himno francés nacido durante la revolución de 1789. A Rimi’K le sucedió con su arte urbano, cuando el compositor, autor y actor Philippe Katerine reinterpretó el dios griego del vino, Dionisos. Inspirándose de la mitología de la antigüedad, la reinterpretación hacía referencia a la época del renacimiento, del impresionismo, tanto como del romanticismo. Como todas obras de artes, el debate que generó demostró la vivacidad de las ideas. Juliette Armanet, cantante francesa, cantó con Sofiane Pamart, compositor del famoso "Imagine" de John Lennon.
En fin, Celine Dion, desde la Torre Eiffel, firmó su regreso artístico que se inscribirá en la epopeya, interpretando el famoso "himno al amor" de Edith Piaf, una estrella de la canción francesa de los años 1930 hasta el principio de los años 1960. Artes, cultura, tecnología, también con la llama olímpica elevándose en el aire en un globo que hacía directamente referencia al espíritu de las luces del siglo XVIII y a la "Mongolfiere" que se elevó por primera vez en el aire en Versailles y delante del Rey Luis XVI en 1783. Los más grandes deportistas, como Teddy Riner (judo), Marie-Jo Perec (atletismo), Tony Parker (basket), Amélie Mauresmo (natación) y, sin olvidar, a Zinedine Zidane (futbol), participaron en la transmisión de la llama que hizo el recorrido tanto en la Francia metropolitana como de alta mar.
Tony Estanguet, el presidente del Comité Olímpico París 2024, tanto como los productores del evento, Thomas Jolly y Thierry Reboud, pueden ser muy satisfechos: lograron despertar no solamente la felicidad de los que vieron el espectáculo, sino el orgullo de los franceses, que se recordaron que su identidad, en relación con un origen revolucionario, tiene vocación en ir más allá de lo que existe para encontrar una forma de universalismo. Fue exactamente el mensaje que se quizo construir y mandar en esta ceremonia que anunció los Juegos Olímpicos de París 2024.