El huracán Messi pasó por El Salvador y desató todo tipo de tormentas pasionales en menos de 24 horas. Desde que el avión privado del Inter Miami tocó tierra en Comalapa, con el mejor jugador del mundo en su interior, la gente seguidora del 10 en el país sintió un cosquilleo especial. Era la certeza de que algo impensado hace muy poco tiempo era una fantástica realidad: el mejor jugador del planeta, el campeón del mundo estaba en El Salvador con su equipo y en plenitud. Muchos se pellizcaron, la mayoría se emocionaron.
Selecta igualó sin goles con Inter Miami en amistoso
Las redes sociales jugaron su papel y ante la confirmación del arribo de Messi -seguido en vivo en miles de celulares en el país-, la gente se empezó a amontonar en la puerta del hotel donde se juntaron para cantar por Messi, para entonar ‘Muchachos’ y hasta para divertirse en un improvisado mascón de medianoche en la acera de Metrocentro como escenario, donde el celoso cordón policial los obligaba a permanecer. Vieron poco, casi nada, apenas un par de buses ingresando en el hotel. Se fueron felices igual. Eran las 2:00 am y todavía había sonrisas en las calles.
Desde el mediodía, en el estadio, todo fue Messimanía hasta puntos surrealistas: más camisetas del Inter que de la propia Selección del país y hasta fuerza para que el 10 pudiera meterle un gol … a la propia Selección del país. Desde que se bajó del bus, con su inseparable Chueko siempre cuidando su espalda, hasta que se fue del Cuscatlán, solo hubo un cántico homogéneo: “Messi, Messi, Messi”. La salida de la mano con Levi Sandoval, el niño con enfermedad genética, y el abrazo con el Mágico fueron los puntos más altos en el termómetro de la emotividad.
Lionel imantó cada uno de los celulares en el estadio Cuscatlán. Y encandiló las miradas a través de las pantallas. Después de varios meses sin un partido oficial, jugó un tiempo, tuvo chispazos de su magia y hasta estuvo cerca del gol, tras una gran jugada armada por los cuatro ex Barcelona. Enseguida, puso un pase de fantasía para dejar a Jordi Alba solo. En ambas jugadas emergió la figura impensada del partido: Mario hizo honor a su apodo de Súper Mario y se disfrazó esta vez no de héroe sino de villano para ahogarle el grito a Messi… y a la gran mayoría del Cusca.
Noche mágica y atrapante: La Pulga llegó al Pulgarcito y en 24 horas revolucionó al pueblo futbolero que lo siguió en el estadio, en la TV, en internet, como pudo. Con una felicidad que no le sacará nadie: haber visto al más grande de todos en su país.