Entre todas las historias de los mundiales del fútbol, todos tenemos una preferida. La mía es la de un uruguayo apodado "el Negro Jefe" que ganó el partido menos ganable y quizás más trascendental de la historia y terminó brindando con los hinchas derrotados.
Obdulio Varela fue el estandarte de una generación de futbolistas que hoy transitan en esa fabulosa nebulosa que se pierde entre el relato histórico, el mito y la leyenda. Líder de quizás la hombrada más grande de los Mundiales, el Maracanazo del 50, fue el estandarte del Uruguay campeón ante la mayor cantidad de espectadores reunida jamás en un estadio de fútbol. Todos los tenía en contra.
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Las crónicas de aquel Mundial hablan de que fue la gran figura de un equipo que estaba condenado a perder. “No miren arriba” dijo Obdulio mucho antes que a un productor de Hollywood se le ocurriera ese título. “Nunca miren a la tribuna… El partido se juega abajo”, gritó a sus compañeros.
La leyenda transformó la frase en “los de afuera son de palo” que quedó para la eternidad del fútbol. Y tras el primer gol brasileño, llegó otra frase maravillosa: “Que griten. En cinco minutos, el estadio parecerá un cementerio, y entonces solamente se oirá una voz. La mía.” Lo dieron vuelta, ganaron 2-1 y Uruguay bordó su segunda estrella en el escudo en el lugar menos pensado.
No hubo festejo para Obdulio contó Eduardo Galeano, en una de sus extraordinarias crónicas futboleras. Galeano, quien solía poner el rótulo de ‘cerrado por fútbol’ en la puerta de su casa cada vez que empezaba un Mundial y tenía gran relación con Obdulio, dice que se escapó del hotel porque no quería estar con los dirigentes que se “adueñaron” de la victoria y de las medallas.
Que salió a recorrer Río de Janeiro, que paró en cada bar, que tomó caña y cerveza en cada uno de ellos. Y que se entristeció mucho con el sufrimiento de los cariocas.
El propio Obdulio contó que no quería que lo reconocieran, seguramente por miedo a ser agredido. Lo reconocieron, pero en vez de insultarlo, lo invitaron un trago. Y otro más.
Así, vencedores y vencidos de la final más increíble de los mundiales amanecieron juntos, borrachos y abrazados. El corazón lo puso ahí al gran capitán, sin réditos, sin intereses. Fue en 1950, donde primero estaba el respeto por los hinchas, la admiración por el derrotado.
El giro de la historia pondría a un Mundial en el medio de un alocado calendario de torneos que se jugarán hasta una semana antes a pesar del agotamiento de los jugadores. Todo para que el negocio continúe intacto. Si Obdulio viviera…