LeBron James tenía razón al señalar la toxicidad del discurso en torno a la NBA y la dificultad de encontrar un sucesor claro cuando él se retire. Si es que se retire. Su legado es único y ha sido el centro de atención desde que era un adolescente. Ha soportado un escrutinio implacable y ha manejado su estatus con madurez y visión. Su impacto en el juego es innegable, pero su partida dejará un vacío difícil de llenar.
El problema radica en la conversación misma sobre el juego en sí y sobre todo la liga. La obsesión con el pasado impide que los nuevos talentos sean valorados en su justa medida. En la NBA, las comparaciones con leyendas de hace décadas suelen usarse para desmerecer a los jugadores actuales en lugar de celebrarlos. Cada estrella emergente es comparada con una figura de hace 40 años, y esa presión desanima a los jugadores a querer ser la cara de la liga.
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Anthony Edwards tiene el carisma, el talento y la presencia, pero parece esquivar la responsabilidad de ser la cara de la NBA. Jayson Tatum, aunque talentoso, carece de ese factor indescriptible que hace que todos lo acepten como la gran estrella. Encontrar al próximo referente de la liga no es solo cuestión de talento, también requiere voluntad y aceptación por parte del público y los medios.
LeBron ha vivido en una era donde cada jugada ha sido televisada, cada palabra analizada y cada movimiento descifrado. La toxicidad de la conversación en torno a la NBA ha hecho que la batalla por la narrativa sea constante. En lugar de disfrutar el juego y celebrar su evolución, la discusión se ha vuelto agotadora y polarizante.
Este fenómeno no es nuevo. Magic Johnson fue abucheado en casa después de ganar un título. Julius Erving lidió con la percepción de una liga infestada de drogas. Michael Jordan sufrió acusaciones infundadas tras el asesinato de su padre y su tiempo en el baseball. La injusticia en la cobertura mediática no es exclusiva de esta generación, pero la falta de perspectiva actual magnifica cada polémica.

El ciclo de noticias en redes sociales ha distorsionado la apreciación del juego. Cada noche se busca coronar a un nuevo rey tras un partido de temporada regular, generando una conversación limitada y repetitiva. La economía de la atención exige declaraciones pomposas que eclipsan la simple celebración del baloncesto.
En algún momento, la conversación deberá reiniciarse. La NBA necesita recuperar la capacidad de valorar a sus estrellas sin la sombra de comparaciones desmedidas. LeBron James seguirá siendo un referente, pero cuando finalmente deje el juego, la liga tendrá que encontrar una nueva manera de contar su historia. Quizá entonces podamos celebrar el basketball sin las ataduras del pasado.
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