Entrar en la Villa Olímpica es una experiencia inigualable que solo se puede dar cada cuatro años y en unos Juegos Olímpicos. Es el hogar de todos los deportistas del mundo en los casi 20 días que duran los Juegos, aunque la mayoría de los protagonistas se quedan alrededor de una semana y los residentes se van rotando.
El idioma en el que se habla cambia a cada paso, y las señas son el principal medio de comunicación entre lenguas tan distintas como la portuguesa, la coreana o el créole. Siempre, en el medio, una sonrisa.
Uno se puede cruzar en una esquina con Rafa Nadal -quizás el deportista más mediático en París-, el crack de la NBA Nikola Jokic, o con el entrenador de tenis de mesa de Vanuatu. Y todos, desde el más famoso hasta el más anónimo, tienen inculcado el espíritu olímpico. Nadie se niega a una selfie, un saludo o un intercambio de pines, moda top en este tipo de competencias. Tanto, que hasta muchos niños en las afuera de la Villa hacen fila para conseguir su recuerdo de las naciones más diversas. Y hasta hay negociantes de pines, algo así como "revendedores". Todo se vale.
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En el debe de la Villa quedaron las camas, o más bien los "colchones". De un material parecido a la goma espuma por el cuidado ecológico, fueron un tema de queja constante entre todas las delegaciones y la salvadoreña no fue la excepción. El nadador Nixon Hernández se lo confesó a Cancha sin vueltas: "No se podía dormir, parecen de cartón".
La seguridad tiene varios anillos. Y cuando uno ingresa, el registro es mucho más implacable que, inclusive, en los aeropuertos donde ya es bastante riguroso. La idea de que no salgan manchados con algún tipo de incidentes los Juegos es la prioridad y cientos de policías y militares patrullan la Villa y sus alrededores. Adentro, el mundo de los atletas olímpicos es idílico.