Este 4 de junio, el estadio Cuscatlán debió estar repleto en una fiesta deportiva que coronaría al mejor de la Primera División. Lejos de ello, han pasado ya dos semanas tras la Tragedia del estadio Cuscatlán, una estampida que le costó la vida a 9 personas y más de medio centenar resultó herida.
En vez de hablar de fútbol, de tácticas para la final, de quién impondría su dominio en el terreno de juego, las familias, sobre todo las afectadas directamente, lloran aún las pérdidas humanas.
Ya los equipos - algunos - han comenzado a armarse para el Apertura 2023, en medio de la noticia también de que los clubes deberán firmar contratos que respeten los estatutos de FIFA, y sacan cuentas de cómo harán para hacerle económicamente frente, o para poder reajustar tanto contrato mal elaborado.
También se están armando de cara a competiciones internacionales (caso Águila), o buscan presidente y entrenador (FAS), o piensan en cómo podrán llevar de la mano dos torneos (junto al de CONCACAF, caso Jocoro).
Peor a la fecha, salvo parte de la afición de FAS (solicitaron capacitaciones de primeros auxilios), de manera pública y oficial sólo se han emitido pésames, pero no planes para poder tener estadios más seguros, para organizar eventos de una mejor manera.
En manos de la FESFUT se han dejado las responsabilidades, y de los expertos que vendrán de CONCACAF y FIFA para evaluar los estadios. Es esperar a ver qué dictamian de afuera, y luego tratar de cumplir con ello para que ruede de nuevo la pelota.
Propuestas desde la Primera División, concretas, claras, planes de financiamiento para ello, no hay, al menos no públicos.
La seguridad comienza en casa. A la fecha, al menos no de manera pública, ningún equipo ha tenido reuniones con sus barras para poder establecer nuevos mecanismos de ingresos más seguros (y salidas) de los escenarios deportivos.
Las medidas comentadas pasan más porque entes externos al fútbol local, a la estructura de la Primera Disivión, puedan plantear.
No es que esté mal esto último, pero la responsabilidad es de todos, compartida, de la sociedad, de las mismas barras, de los equipos sin lugar a dudas, de la policía, de los equipos anfitriones, pero también de los visitantes, y las estructuras deberían tener más peso en el análisis y toma de decisiones para poder evitar que otra tragedia ocurra en lo que debería ser una fiesta.
Que la muerte de esas nueve personas aliancistas no sea en vano no pasa única y exclusivamente porque las autoridades (llámese Fiscalía, aparto Judicial) determinen responsabilidades directas de las víctimas, pasa también porque todos pongan su granito de arena para que no haya más muertes, para que se hable de la final, de fútbol, no de tragedias. Desde el periodismo, ponemos ese granito de arena recordando que el civismo en los escenarios públicos empieza con la responsabilidad individual de cada uno. Eso se forma en casa, sí... pero también las estructuras del fútbol deben ponerse más serias en los controles, a la altura en la organización y logística para honrar realmente la memoria de los fallecidos.
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