Dolorosa como pocas derrotas, El Salvador acaba de perder contra San Vicente y Granadinas, una isla de 100 mil personas donde el cricket es el deporte principal y está en el puesto 174 (de 210) del ranking FIFA.
Así la realidad de la Selecta. Pero vamos más allá, es la realidad del fútbol salvadoreño. Cruda, sin anestesia. De nada servirá caerle a estos jugadores o a David Dóniga, como de nada servía caerles, en su momento, a Hugo Pérez o Carlos De los Cobos, más allá de sus errores -que tuvieron y varios-.
La Selecta se hunde en el Caribe y deja ir el ascenso en Concacaf
El deterioro del fútbol salvadoreño va muchísimo más allá y lleva años de retraso en organización, orden, estructura, infraestructura y, sobre todo, falta de fuerzas básicas, el gran pecado del fútbol nacional hace muchos, muchísimos años. Y sin solución a la vista. Todo eso quedó al desnudo esta noche, además del pésimo partido, claro.
Que hubo errores puntuales, los hubo. Sin dudas. Para enumerar, la no convocatoria de los Gil, la mala salida de Clavel en el primer gol o la cobertura de Sibrián (solo contra todos) en el segundo. La posición de Santos Ortíz, lejos de su hábitat natural donde suele ser desequilibrante no solo en la LMF, sino también en la Copa Centroamericana. El tardío ingreso de Tejada. El viaje en vano de Nelson Bonilla al Caribe, como antes fue el de Brayan Gil, sin ni siquiera un minuto de juego en cada convocatoria. Y así podríamos seguir…
Pero la cuestión de fondo no pasa por allí. Pasa por la falta de visión, planeamiento y organización de los dirigentes del fútbol salvadoreño. De un bendito plan a largo plazo. Y no sólo es culpa de los dirigentes actuales. Esta falta de estructuración lleva décadas de falta de visión y compromiso de los que llevan las riendas desde los escritorios. Solo importa "el partido del domingo". No hay ni hubo una planificación conjunta en busca del bien común: el fútbol.
La derrota ante esta pequeña isla del Caribe, con jugadores semi-amateurs expone a una Selección sin rumbo pero más que ello exhibe y desnuda los avatares y los problemas de un fútbol salvadoreño que está en terapia intensiva. No existe la solución mágica. Llevará tiempo reconstruir tanto daño al deporte que tanto queremos.