Se necesitaba un clásico como el de ayer entre FAS y Águila para volver a creer en el fútbol salvadoreño. El que no está muerto aunque ya lo hayan sepultado varias veces. El que resiste, con todas sus penurias, a pesar de errores y adversidades repetidas.
El que domingo a domingo compite con mejores ofertas internacionales y lucha, -en inferioridad de condiciones- por hacerse un lugar. Generar identidad y sentido de pertenencia debería ser prioridad para los equipos del fútbol salvadoreño. Seguramente así, no se miraría tanto a Europa.
San Miguel tuvo su fiesta, con un estadio en todo su esplendor en la grada
La serie del clásico nacional lo tuvo todo: adrenalina máxima, juego al límite, chispazos de buen fútbol, goles para todos los gustos, polémicas arbitrales, buen marco de público en ambos partidos y final abierto hasta el final de los 180 minutos y la serie de penales. Si de dramatismo se trata, fue lo mejor del torneo y generó tanta pasión y tensión como una verdadera final.
Eso sí, los “detalles” también conspiran contra nuestro fútbol. Y son habituales. El hecho de no poder jugar de noche en San Miguel y exponer a los jugadores -y público- a más de 37 grados a la hora del inicio del partido es un despropósito.
Y no es digno de Primera División el deplorable estado del campo de juego, una constante en el Barraza, complicado aún más por los “benditos” conciertos, que dejan muchos dólares pero arruinan el espectáculo futbolístico. Conciertos que no le permitirán al Alianza ser local en el Cusca en la esperada serie de semis ante el FAS.
Sí, se puede dar un espectáculo de nivel, emotivo y de alto voltaje en el fútbol salvadoreño. El clásico lo acaba de demostrar. Gracias Águila; gracias FAS.