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"Mi querido monstruo", Salvador Flamenco Cabezas

Cuando los equipos mexicanos de fútbol Club América y Deportivo Toluca pretendieron comprar al cuscatleco Salvador Flamenco Cabezas

Por Manuel Cañadas | Colaboración |

Foto: Cortesía

Cuando los equipos mexicanos América y Toluca pretendieron comprar a Salvador Flamenco Cabezas y el Club Deportivo Adler elevó exageradamente sus pretenciones, vio esfumarse otra oportunidad de oro en su vida como futbolista.

Por gestiones del tėcnico Gregorio Bundio ya lo habían sondeado del River Plate y del Boca Juniors de Argentina, pero la dirigencia "maquinera" era voraz y pidieron el oro y el moro.

Chamba (Flamenco) sabía que esa era la solución a muchos problemas y con la fe que se tenía, aunado al gran momento que estaba pasando, daría mucho de que hablar en tierras aztecas.

Días después, al enterarse que ambos elencos habían completado su cuota de extranjeros, fue asaltado por el desaliento y la amargura lo impactó, pero no lo suficiente para avasallar su gran clase, la misma que motivara al gran Miguelito Álvarez para bautizarlo con el mote de "El Monstruo de la Mediacancha".

salvador flamenco cabezas futbol el salvador 02
Foto: Cortesía

Desde sus inicios, dio muestras de sus condiciones de crack y los vecinos de su casa allá en San Miguelito, se constituyeron en su primer público que lo aplaudió a rabiar.

Con sus hermanos eran de los más animosos del Oratorio Don Rúa y en el equipo Racing se cansaron de ganar torneos.

Posteriormente pasó al Adler que buscaba una plaza y de inmediato se convirtió en el hombre estelar de los "maquineros" que se posicionaron en la Liga Mayor.

Por entonces fue llamado por Conrado Miranda para integrar la Selección Juvenil que ganó el Primer NORCECA en Guatemala en 1964 donde ya maravilló con su fútbol

De ahí, su camino fue ascendente, si bien el Adler era equipo de media tabla su estrella brillaba en la mediacancha donde hizo un binomio de oro a la par de Julio César "Calandria" Melgar, con el soporte ya de Ricardo "Gambeta" Sosa o de Manuel "Lobo" Ramos y el paso fugaz de Carlitos Menjívar que muy pronto emigró.

Entonces se adueñó de la camisola número ocho de la Selección Nacional que participó en las Olimpiadas de 1968 y del Mundial 70, ambos eventos realizados en México y cuyas rondas eliminatorias fueron épicas.

El país entero elevó a los jugadores al altar mayor y Chamba estuvo sensacional.

Es que su técnica era brillante, asombrosa; trataba a la pelota con suma delicadeza y sus pases filtrados eran esperados.

Un espectáculo aparte era verlo conducir el balón con la frente levantada, eludiendo rivales como desafiando la gravedad y eso lo hizo frente a grandes equipos que nos visitaron.

La afición acudía en masa a ver sus recitales y no se equivocaba pues nunca los decepcionó.

En lo personal tuvo un criterio muy particular pues fue su riguroso crítico, porque detectaba cualquier limitación mejor que nadie lo cual significaba que estaba siempre dispuesto al aprendizaje.

Y eso que aprendía no venía de sus entrenadores sino de su interior que parecía un baúl mágico, repleto de recursos.

Jugó también en el Alianza y deambuló por equipos del interior como el FAS, Sonsonate, Dragón, Firpo, Platense y su depurada técnica entusiasmó a millares.

Chamba Cabezas, fue un pionero del fútbol exquisito, lo hizo con tanta claridad y precisión que se ganó la reputación de ser el futbolista más elegante de su época y aún más allá, como Edgar Nolasco, Wil "Choco" Rodríguez, Orlando Escobar Meza, Luis Abraham Coreas, Alejandro "Chino" Rosales, Ramiro Carballo quienes también tuvieron lo suyo.

Justo abanderado de una generación de ensueño que ha ido cediendo ante el inexorable paso del tiempo.

Actualmente se encuentra retirado de toda actividad y transcurre sus días otoñales acompañado de montones de recuerdos futboleros que a veces se le empantanan.

Su mirada ya no es tan periférica, gambetea las preguntas y no devuelve las paredes, pero conserva su mirada dulce, plena de ternura, acaso ingenua.

Y aunque haya visto tanto llover, vive la magia de su atardecer ensimismado y recluido, con el amor latiendo por la pelota que le dio tanta felicidad.

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