Lo fui a ver cuando terminó el encuentro de su Atlético Marte contra el Alianza, el "Clásico Metropolitano". Tenía la mirada desafiante, pero yo sabía como se sentía.
Ramón Alfredo Fagoaga se cambiaba en el camerino visitante del Estadio "Cuscatlán" y lo hacía lentamente. Las palabras escaseaban en su boca, no le salían ni siquiera a cuentagotas y al parecer quería olvidarlo todo.
Era el "Último Caudillo" del fútbol salvadoreño quien pasaba momentos rigurosos y que había asistido a la eliminación de su querido equipo.
Por momentos, sus ojos absortos casi no concordaban con sus casi balbuceos; miraba sin pestañar de manera amenazante y transmitía emociones profundas de desaliento, retenidas en precario equilibrio.
Ese domingo Ramón dejó hasta el alma en la cancha, se había ido al ataque con suma determinación y hasta imprudencia. Había conseguido el empate e incluso amenazado con otros goles, lo cual evidenciaba sus ansias de ganar, de no darse por vencido.
Pero las noticias venidas de las canchas del interior del país arrastraban un decreto: el Marte quedaba eliminado y eso bastó para sumirlo en la reflexión, más no para derrotarlo.
Es que el Marte llegó a una situación tal, que parecía una balsa salvavidas que solo tiene plaza para cuatro ocupantes, la quinta persona que se aferre a ellas, deberá ser separada.
Pero la vida sigue su curso y debe quedar el conocimiento de lo ocurrido y el recuerdo de sus detalles.
Ramón fue el último en abandonar el camerino y sus ojos conservaban la mirada gris y decidida. Mientras se alejaba volví a ver aquella figura: fuerte, orgullosa y robusta. Llevaba a cuestas también la dignidad y el deseo de ganar, que siempre lo han acompañado.
¿Dónde conseguimos uno así?