A finales de los años setenta e inicios de los ochenta, El Salvador comenzaba a "estar en el suelo", agitado y acicateado por la violencia.
Y pasarían así muchos años más, hasta su casi destrucción.
Era una época en que ni en nuestra propia casa estabamos seguros, los medios de difusión hablaban de muerte, secuestros, atentados, bombas, la emigración o huída hacia donde fuera era la idea principal en muchas casas, pero milagrosamente había fútbol y del bueno. Prácticamente, se jugaba bajo las balas; los domingos en horas tempranas los estadios se colmaban de aficionados quienes luego de disfrutar las destrezas de nuestros ases, salían apurados hacia sus casas pues ya llegaba el "toque de queda".
Con la "causa de salvar al país", grupos de anarquistas habían tomado las armas en una contienda bélica donde entre hermanos se mataban y casi terminan con lo poco que teníamos.
Por entonces, la FESFUT había contratado al entrenador argentino Hėctor "Nene" Rial para que se hiciera cargo de la Selección Nacional que buscaría una de las dos plazas en el Mundial de España 82.
Pero no aguantó el ácido y con su esposa salieron huyendo ante tanto caos y mortandad. El "Nene" Rial era un figurón y a finales de los cincuenta había militado en el Real Madrid multicampeón de Europa, al lado de Alfredo Di Estéfano, Paco Gento, Ferenc Puskas, Del Sol entre otros cracks, después derivaría en gran entrenador. Y no estaba dispuesto a exponer su vida ante la abundancia de trabajo en otros países que vivían en paz.
De manera que los estallidos, la cautela, la ansiedad en las caras, la gente armada y el latente peligro los corrieron.
Pero los domingos había actividad en las canchas, eso nos salvaba del total desamparo. La guerra cobraba su precio en el país, pero el fútbol se negaba a vacilar.
Salvador Mariona que era el auxiliar de la Selecta, fue en busca de Mauricio "Pipo" Rodríguez (su amigo de toda la vida) y tambiėn de Chepito Castro, un caballero andante que venía de ser subcampeón de América con el FAS. Ellos integraron un Triunvirato que dio mucho de que hablar, primero porque en una época tan sórdida agarraron esa papa tan caliente, se echaron el trompo romo y tatarata a la uña y además porque los tres eran hombres solventes, con sus vidas ya resueltas y solo los llevaba el amor al fútbol y a su país. "Pipo" era un ingeniero constructor, Chamba exitoso agente de seguros y Chepito un cafetalero
Y comenzaron a trabajar con un entusiasmo a toda prueba, que ni la falta de implementos, pelotas, canchas para entrenar, medicamentos, viáticos insuficientes, los arredró.
Jorge González, Norberto Huezo, Ramón Fagoaga, Luis Baltazar Zapata, Paco jovel, Jaime Rodríguez, Ricardo Mora eran las piezas principales de un grupo dispuesto a todo. Y con muchas limitaciones comenzaron la preparación.
Y no fueron pocas las veces que suspendieron los entrenos por las balaceras, amenazas y causas inauditas en que los jugadores del interior no pudieron llegar.
No obstante, muy pronto advirtieron que la materia prima era de calidad, lo constataron cuando venían equipos extranjeros y se llevaban desagradables sorpresas ante los ases del patio.
Durante su gestión hubo equipos de renombre que se atrevieron a venir e incluso se visitaron: Talleres de Córdoba, Newells Olds Boys, San Lorenzo de Almagro de Argentina; Gremio, América, Botafogo y Ponte Preta de Brasil; Sports Boys, Universitario de Deportes de Perú; Cerro Porteño de Paraguay; Paris Saint Germain de Francia, Racing Whaite de Bélgica y varios pesos pesados centroamericanos.
Y así junto a Honduras, se clasificaron a la Hexagonal dejando en el camino a Costa Rica, Guatemala y Panamá.
Por el Norte llegaron México y Canadá y por el Caribe, Haití y Cuba.
Los muchachos, con el Triunvirato a la cabeza lograron la clasificación junto a Honduras y pusieron de fiesta al país dejando en el camino nada menos que a los mexicanos en una noche esplendorosa en que Jorge las hizo todas, Norberto estuvo inspirado, Ever hizo el único gol y .los "Picapiedras" como dice Ramón, acaudillados por él, defendieron la cabaña de Ricardo quien le puso llave a su portería.
Esa Selección con su espíritu inquebrantable fue una gracia entre los escombros de un tiempo turbolento. Si bien la guerra cobraba su precio, el fútbol era lo único que tenía un sabor a normalidad, un faro de esperanza, como recordatorio de que sí, podíamos encontrar consuelo en una actividad tan lúdica y tan compensadora.
El país estaba asolado, pero podía ser un símbolo de unidad y resistencia.
De manera que las calles, la poblaciones y el campo, aun con angustias y tristezas, también se hicieron eco de goles y aplausos.
Fue una prueba de que en los tiempos más oscuros, la pelota puede ser un objeto de amor y de unión.
Luego llegaría el viaje a España en condiciones deplorables, llegando al primer partido sin tiempo para dormir, yendo a pasos forzados, con gente extraña dentro de la delegación, donde durante ese ciclo mundialista les tocó conducirse en un bus con el rótulo pomposo de: México.
Y llegó la debacle ante Hungría, que lejos de amilanar ese espíritu inquebrantable, los repuso para el siguiente partido que se perdió 1 a 0 ante Bélgica que era una de las máximas potencias europeas.
El tercer encuentro ante Argentina, que era el campeón mundial se perdió 2 goles a cero, pero se alcanzó un buen rendimiento.
Se pagaba así la desorganización sempiterna de nuestro fútbol.
Unos cuantos entendimos la situacion, pero la mayoría hizo hasta burla de ese grupo y sus entrenadores, quienes siempre mantuvieron un reposado dominio ante las circunstancias tan adversas, ante el escarnio público.
Podría decirse que aquello pudo ser la interrupción de manera súbita de un absurdo en sus vidas, como consecuencia de la improvisación.
Pero esa dignidad del Triunvirato y sus jugadores fue ejemplar.
Muchos, que no saben ni remotamente los códigos del camerino, la dulce tortura de los entrenos casi al límite del esfuerzo humano, las privaciones, se han atrevido a censurar el planteamiento, incluso hasta hacen sugerencias de como se debió haber jugado, generales después de la batalla.
Pocos han entendido que se fue a la guerra sin fusiles y aún así le pusieron el pecho a las balas.