Con dos títulos de la Ligue 1 y uno de la Supercopa de Francia bajo el brazo, pero sin poder ejercer el liderazgo esperado cuando llegó ni la influencia que se le presumía en el terreno de juego, Leo Messi cierra la puerta de salida del fútbol francés para afrontar el último tramo de su carrera en un destino aún por definir.
El exotismo y los petrodólares de Oriente Medio o la vuelta a casa, a Barcelona, son las dos vías abiertas por la Pulga para su último baile. Una elección que empezará a definir desde este domingo después de completar su hoja de servicios con el París Saint Germain.
Messi se despidió de París en el Parque de los Príncipes, ante el Clermont, con una nueva derrota. En su estadio, en un encuentro irrelevante, sin nada en juego. Con el trofeo asegurado y ocupado en las despedidas, en el final de un ciclo. Adiós a Sergio Ramos, adiós al entrenador Christophe Galtier. Posible adiós a Neymar. Despedidas en masa que aventuran un golpe de timón de la cúpula parisina, en un nuevo intento de proporcionar al PSG ese salto de calidad al que cada año apunta con un presupuesto disparado, con una inversión sin límites y con todas las estrellas posibles, al alcance, alrededor del proyecto.
No hubo entendimiento con el astro, con el crack. Ni siquiera en la cita de despedida, entre el fanático y el jugador. No se libró de los pitos, de los abucheos que han formado parte de la banda sonora de los compromisos recientes del equipo en París. Sin brillo, con cierta indiferencia antes de jugar y durante el partido.
Porque el PSG ya piensa en un proceso nuevo. Sin Messi, que días atrás puso fecha de caducidad a su etapa de dos años en Francia y ya no cuenta. Todo se precipitó con la entrada del nuevo año, con la vuelta a la rutina después de un Mundial que coronó a Argentina en Catar y entronizó a su capitán, a Leo, partido tras partido, en Doha. De una posible renovación con el París Saint Germain a una progresiva marcha que se confirmó en medio de un distanciamiento entre el jugador y las autoridades del club; con un expediente abierto y un aislamiento de la plantilla, una sanción. Un malentendido y un perdón que después normalizó el ambiente y disimuló la situación pero no cambió el rumbo ni la decisión de futuro del astro argentino.
Leo Messi dijo adiós a su afición con cierto desafecto. De un lado y de otro. Más frialdad que calor entre el jugador y el seguidor que no ha perdonado al astro el desapego paulatino de las últimas jornadas. Silbado y reprendido por su propia parroquia en los actos de servicio de las jornadas recientes, el rosarino echó el cierre sin homenaje alguno, sin excesos, apartado de la felicidad que proporcionó su llegada al aeropuerto de Le Bourget.
Messi pisó el césped del Parque de los Príncipes por última vez como local. Como campeón de la Ligue 1 y acompañado de sus hijos, ataviados con la indumentaria, con el color azul del club. En medio de un ambiente frío, sin nada en juego. No marcó. No mejoró sus números. Y se marchó, sin homenaje al final, sin nada especial, sin reconocimiento.
Dos campañas ha durado el periplo de Messi alrededor de la torre Eiffel a donde llegó después de salir de mala manera de Barcelona y aterrizar como un ídolo sin igual en París. Considerado como la joya de la corona de la nueva obra de Nasser Al-Khelaifi, el tiempo terminó por desinflar las expectativas y afear los sueños.
Poco mejoró con la llegada del argentino al Parque de los Príncipes desde que llegó en agosto del 2021. Dos Ligue 1 y una supercopa es el botín cosechado por el club más potente de Francia en este bienio. Nada extraordinario. Nada que no consiguiera el equipo antes. Trofeos que son rutina y que no estimulan el ánimo de una afición ávida por objetivos mayores, por imponer su ley en Europa. Por dar un golpe de mano en la Liga de Campeones.
Nada más lejos de la realidad con Messi en el campo. Dos eliminaciones en octavos de final del torneo continental. Primero, ante el Real Madrid, en el curso pasado. Después, en esta campaña, ante el Bayern Múnich.
Incapaz de hacer frente a la influencia de Kylian Mbappe, auténtico ídolo en París, Messi tuvo que adaptarse a un papel secundario, a un costado de su compañero, siempre más decisivo, más determinante y con mejores números que el argentino.
El carácter decisivo que plasmó siempre en el Barcelona apenas se dejó ver en Francia, donde dio la sensación de quedarse a medio camino, al margen de tanta expectativa.
Messi se va de París con 75 partidos a sus espaldas. Treinta y dos goles. Jugó 34 encuentros en su primer año, con once tantos, seis en liga, y catorce asistencias. Mejoró notablemente en la segunda, en esta que acaba. Disputó 40 duelos y firmó 21 goles, 16 en liga, y 20 asistencias.
A punto de cumplir 36 años, Messi cierra un ciclo en Francia de donde se marcha próximo a convertirse en el jugador con más títulos de la historia. Acecha el argentino al brasileño Dani Alves, que fue su compañero, y que cerró su carrera con 44. Messi se va del París Saint Germain con tres que elevan a 43 su cosecha en los clubes en los que ha jugado junto a los conseguidos con la selección.
Tiene a tiro este nuevo registro el argentino que emprende, tras su adiós, una nueva aventura. Le esperan en Barcelona, donde suspiran por su vuelta, por su regreso al conjunto de Xavi, para que Joan Laporta enmiende la agitación generada tras su despido. Y le aguardan en Arabia Saudí para potenciar a golpe de talón una competición hasta ahora marginal, sin repercusión, con ansias de crecer a base de estrellas.
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