Negro, naranja y amarillo. El duelo entre migueleños y ahuachapanecos se disputó en total cordialidad. El calor hacía de las suyas. Unos 36 celsius clásicos en la sombra y quizás 40 bajo el sol fueron los ingredientes característicos de la época para este cotejo.
Se acerca la Semana Santa y la torridez usual ya juega también, en el Estadio Barraza se hizo sentir y con toda su furia.
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En las afueras del recinto todo estuvo muy tranquilo antes y después del encuentro. Una sola camiseta a la venta no se encontró de parte de Once Deportivo, quizás nadie la pide por estos lares.
Quien no faltó fue "Lucho el aguilucho", la valiente botarga que saltó a la cancha minutos antes del juego para hacerse sentir, una bandera le acompañaba con el escudo más querido en San Miguel; no imagino el calorcito que debió padecer por puro amor al equipo.
Los aficionados más valientes llegaron a la localidad de sol para tomar color tal cual en la playa, pocos pero fieles a los colores locales. Trompetas y bombos pusieron el ambiente desde ambas aficiones, una soportando toda la potencia solar que una tarde migueleña ofrece y la otra con el cobijo que el techo puede brindar.
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En la platea aún con todo y sombra hay que decir que sobraron varios espacios, pero la gente que llegó se dedicó de corazón a comentar todo lo acaecido en el partido. La flora circundante, marchita, adornó apenas el paisaje donde los verdes pálidos y marrones se imponían. La música ranchera acompañó la previa del juego, una que amenizaba tan pintorescamente, que, junto al calor, hacía falta no más hallarse algún cactus cerca y un charro a caballo. Al fondo se alcanza a ver alguna serranía que mantiene algunos guerreros árboles casi en el fuego.
A ver cuándo en el nido se vuelve a bailar de noche con el balón. De momento, seguir viendo al Águila en el Barraza es un tema de familia y amigos tras el almuerzo.