La consigna de que el que no creyera en la remontada que no llegara al estadio se cumplió. Los fieles del Águila asistieron al Barraza para ver a su equipo jugar la vida por el pase a las semifinales… o morir en el intento. Pero también, era un clásico, y los hinchas de FAS asistieron a la cita.
Así que el estadio migueleño tuvo una fiesta digna de este nivel. De uno decisivo. Con mucho color naranja, pero de igual modo rojo y azul. Con cánticos que no faltaron, de ambas partes, a ratos en silencio breve, para tomar aliento o para un suspiro de una jugada peligrosa.
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El juego tuvo estrictos controles de seguridad, previo a los ingresos de las aficiones. Cuidar la integridad de cada persona, algunos entre amigos, otros entre familia, con niños, todos luciendo las camisetas de sus equipos, fue parte de esas medidas preventivas. Todo para un duelo sin riesgos.
Largas filas de aficionados hubo desde temprano, incluso muchos autobuses se sumaron en la carretera de seguidores santanecos que viajaron a San Miguel. Y a medida el juego se acercó a su hora, se incrementó el movimiento en los alrededores, en las taquillas, en las puertas de ingreso. Era un partido único.
Y los 90', una sensación distinta para cada seguidor. Todos vivieron el juego a su modo. Apretado, con gritos y "uuuhhhh" en momentos decisivos, con el aplauso de cada hinchada a su amado equipo.
Y con la explosión del grito de gol en la garganta, cuando fue necesario. De principio a fin, el calor no solo de la temperatura local, si no el humano dieron otra vida al Barraza. Una que solo el fútbol transmite… y del que San Miguel fue, este domingo, el mejor testigo.