Cada septiembre, Nayib Bukele parece ofrecer muestras de sus limitadas credenciales democráticas. Mientras los salvadoreños celebran y se comprometen con los valores asociados a la independencia, su presidente protagoniza episodios que debilitan —simbólica o fácticamente— el Estado de derecho y la misma institucionalidad.
El primer septiembre del presidente Bukele
El primero de estos “meses patrios” con el joven mandatario a la cabeza, el 2019, inició turbulento. En la presentación de su promesa estrella, la Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador (CICIES), miembros del batallón presidencial impidieron el acceso de periodistas de los medios digitales El Faro y Revista Factum. Esta fue la primera gran demostración de cómo el gobierno salvadoreño está dispuesto a bloquear el acceso de medios independientes a sus diferentes espacios, funcionarios y plataformas.
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Además, cuando otros medios expusieron este hecho, fueron castigados con el retiro de la pauta publicitaria gubernamental.
Además, en el desfile del 15 de septiembre, sentado junto a su esposa en un palco de honor, recibió una puesta en escena perturbante: soldados fuertemente armados simulaban un operativo contra unos jóvenes que, de rodillas y con las manos en la cabeza, se mostraban derrotados ante la dureza y firmeza del poder.
Esta escena resultó premonitoria de la naturaleza punitiva en que Bukele gobierna. Desde ese momento, El Salvador ha presenciado abusos policiales y militares en la toma del Palacio Legislativo, en el marco de la pandemia de covid-19 y en el régimen de excepción.
La “amenaza interna”
El segundo septiembre mostró un presidente menos juvenil y más comprometido con su deriva autoritaria. El día de independencia, Bukele ofreció una reflexión sobre las amenazas de hace dos siglos y las contemporáneas.
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“La Independencia es un proceso de lucha constante de los que amamos nuestra tierra contra los que quieren destruirla. Antes, los que querían destruirla eran poderes extranjeros, ahora los que quieren destruirla son poderes internos. Nuestras amenazas no son extranjeras, son locales”, dijo el mandatario, quien revivió con sus palabras el discurso del “enemigo interno”, la trampa retórica con la que por décadas se justificaron graves violaciones a derechos humanos.
En su momento, el procurador de Derechos Humanos, Apolonio Tobar, calificó el discurso de “lamentable” y afirmó que “solo hace profundizar el discurso de confrontación dejando de lado que la Constitución le establece la obligación de procurar la armonía social”.
En medio de protestas
Finalmente, el 15 de septiembre, decenas de miles de salvadoreños salieron a protestar contra los abusos, la imposición del Bitcoin, la consolidación de poder y la recién avalada reelección presidencial aunque es abiertamente inconstitucional.
El presidente, acostumbrado a eventos pomposos, limitó sus actos del “Bicentenario” a un discurso en el jardín de la Casa Presidencial. Desde ahí, emplazó al cuerpo diplomático y le acusó de financiar a la oposición que estaba desestabilizando al país.
Además, destacó que no se había reprimido a los salvadoreños que horas atrás habían manifestado, pero advirtió que si la comunidad internacional los seguía financiando, no podían descartar el uso de gas pimienta.
En fin, los tres primeros septiembres de Bukele han revelado el lado represivo, intolerante y cerrado al diseños del mandatario. Estas conductas y palabras riñen directamente con los valores que este mes pretende despertar y que el gobierno resalta en sus discursos.