Entre las historias de Consuelo Suncín que me contaron Gustavo Guerrero y Reynaldo Galindo Pohl hay dos que no corresponden con las que han contado las fuentes europeas, el motivo de su viaje a Buenos Aires y su encuentro con Saint Exupéry en aquella ciudad. De acuerdo con Gustavo Guerrero, Consuelo se vio obligada a viajar a Argentina para solicitar al presidente Hipólito Yrigoyen que publicara unos escritos inéditos de Gómez Carrillo, entre ellos un libro titulado Consuelo, porque su situación económica era gravísima.
Según Gustavo Guerrero, los últimos meses con Gómez Carrillo fueron muy difíciles para ella porque él, a causa de una enfermedad respiratoria, debía dormir sentado, y ella, “joven y llena de vida se aburría a muerte”. Así, de cierta forma, “la muerte de Gómez Carrillo fue liberadora y ella quería recuperar el tiempo perdido”, pero un amanecer de un verdadero día después de la noche anterior atropelló a un ciclista en un camino de la Costa Azul y la fortuna heredada de Gómez Carrillo se desvaneció en el pago de indemnizaciones y otros gastos. El viaje a Argentina fue posible gracias a una colecta de la comunidad salvadoreña residente en Francia que organizó el Embajador José Gustavo Guerrero, decía su hijo Gustavo.
En relación con Saint Exupéry, Consuelo contó a estos salvadoreños a su regreso de Buenos Aires que cuando bajó del barco en Buenos Aires había enfrentamientos violentos, que las balas volaban y silbaban por todas partes, que en la confusión preguntó qué pasaba y que un joven le dijo que se trataba de un levantamiento contra el presidente Yrigoyen. Su mundo se desmoronó, su esperanza, el presidente Yrigoyen, había sido depuesto, deambulaba por las calles sin rumbo, en medio de balas y bombas, cuando de repente, un hombre con una chaqueta de cuero la empujó dentro del zaguán de un edificio, la protegió con su cuerpo y le dijo: ¡Señora, la van a matar!; era Antoine de Saint Exupéry.
¿Por qué contó esta historia tan romántica y fantasiosa, que Reynaldo Galindo Pohl repite en su libro Recuerdos de Sonsonate, a un puñado de sus compatriotas y se alejó del encuentro en la Alianza Francesa de Buenos Aires gracias a Benjamín Crémieux? Un poco como la historia, mejor dicho, las historias, sobre su primer marido, el mexicano Ricardo Contreras, que un día fue oficial de caballería de su país, pero en realidad trabajaba en una galería de arte en San Francisco, y otro día que murió en combate durante la Revolución mexicana, pero que en verdad fue víctima de un accidente de tren poco después de su divorcio de Consuelo. Para su biógrafa Marie-Hélène Carbonell, ella creó estos “detalles ficticios y mitos alrededor de su persona para lograr ser aceptada”, porque era viuda y divorciada en los años veinte del pasado siglo. Además, “los allegados a Saint- Exupéry nunca tenían tiempo para Consuelo”…”Y también fue despreciada por su cuñada Simone de Saint-Exupéry, quien la describió como una ‘mujerzuela’ y una ‘condesa de película’”.
Consuelo quiso servir a su país de origen como cónsul honorario en la costa mediterránea de Francia, y en los años 70 del pasado siglo viajó a El Salvador para discutir esta idea. De acuerdo con un testigo, el ministro de Relaciones Exteriores la recibió en su despacho sin levantarse para saludarla y sin quitar los ojos del expediente que estaba leyendo. Le preguntó con tono áspero, ácido y despectivo: “¿Qué quiere?”. Ella le explicó que quería servir a su país como cónsul honorario. Después de un silencio en su relato, el ministro le preguntó si había terminado y cuando ella le contestó que sí, el ministro finalmente levantó los ojos, cerró el expediente con un gesto brusco, desdeñoso y ruidoso y le dijo: “No se puede”, y allí terminó la entrevista. Es una lástima que las autoridades de la época no hayan sido receptivas y el país perdió una oportunidad única.
Saint Exupéry escribió el Principito en Nueva York, en The Bevin House, una casa de 22 habitaciones con estilo arquitectural del Segundo Imperio francés, el de Napoleón III, Napoleón el pequeño como lo llamó Víctor Hugo, en Asharoken, en la costa norte de Long Island, y André Maurois fue testigo directo: “Yo estuve en su casa en Long Island. Junto con Consuelo, Antoine había alquilado una casa grande. Justo en ese entonces, Antoine estaba escribiendo El Principito. Después de la cena él se ponía a charlar, a contar cuentos cortos, a cantar, a jugar cartas. Cerca de medianoche, después de ver que los demás se habían ido a dormir, se sentaba frente a su escritorio. Como a las dos de la mañana, unos gritos desde el piso de abajo me despertaban. ‘Consuelo, Consuelo, … ¡tengo hambre! … Ven a prepararme unos huevos revueltos.’ Consuelo bajaba las escaleras. Como estaba totalmente despierto, yo también me unía a ellos. Entonces Saint Exupéry recuperaba su buen humor y se ponía a conversar animadamente. Con el estómago lleno, empezaba nuevamente a trabajar. Nosotros nos esforzábamos para volver a dormir, pero no nos daba tiempo ni para dormitar. Después de dos horas, se oían gritos por toda la casa. ‘¡Consuelo, estoy aburrido! ¡Ven a jugar al ajedrez conmigo!’ Además, Saint-Ex nos leía lo que estaba escribiendo y Consuelo, siendo ella misma una poeta, contaba relatos inspiradores que lo hacían pensar’”.
En todo caso, París es el lienzo en que se pintó su historia de amor con Saint Exupéry. Ernest Hemingway escribió y aseveró que “París era una fiesta”, y un amigo ghanés, Kofi Asomani, agregó “y una vez en la vida”, pero quien mejor lo resumió fue el sobresaliente clavecinista colombiano Rafael Puyana cuando una tarde en París me dijo: “Francisco, con París tengo una relación de amor”. Y es cierto que para muchos las palabras de Sacha Guitry se aplican a la perfección: “Ser parisino no es nacer en París, es renacer en París”.
Es sin duda el caso de Consuelo y de Don Adán Osorio, originario del departamento de Sonsonate, como Consuelo, director de bandas regimentales, francófono y francófilo, que sabía qué avenida de París hacía esquina con qué calle, conocía de memoria los nombres del Estado Mayor de Napoleón I, hablaba con sapiente conocimiento de la movilización general de 2 de agosto de 1914, de Poincaré, Joffre y Clemenceau, del llamado del General de Gaulle de 18 de junio de 1940, de Moulin, de Gaulle, Pétain, de la Francia de Vichy y de la Francia Libre y de la agonía de su enfrentamiento armado en Siria, recitaba a Hugo, Rimbaud, Verlaine y Apollinaire. Adoraba París, era su ciudad, la ciudad que lo hizo renacer, pero fue también su Arlesiana porque nunca apareció en escena para él: Don Adán Osorio nunca salió de El Salvador.
Consuelo y Saint Exupéry son dos seres propios de las historias románticas, que vivieron en prosa y en verso; así es, la vida como obra literaria. Una relación apasionada al punto que incluso después de la desaparición y muerte del prestigioso escritor en 1944, Consuelo siguió escribiéndole una carta todos los domingos hasta el día de su muerte en 1979; estas Cartas del domingo (Lettres du dimanche) se publicaron en Francia en 2001. Está enterrada en el cementerio parisino de Père-Lachaise, en la 89a división, en la sepultura de Gómez Carrillo, cerca de otro insigne de las letras guatemaltecas, el Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias. En 1998, diecinueve años después de la muerte de Consuelo, la esclava (brazalete) de Saint Exupéry con el nombre de Consuelo y el de sus editores Reynal y Hichcok claramente gravados, fue rescatada del fondo del Mediterráneo; la armazón de su avión lo fue unos años después.
Consuelo estuvo casada con dos celebérrimos escritores de la primera mitad del siglo XX, pero hay que decirlo claramente: brillaba con luz propia. Así lo proclamó Saint Exupéry, por ejemplo, cuando le envió un telegrama desde Argel, donde se encontraba su escuadrilla, en respuesta a los primeros capítulos de su libro sobre la experiencia de vida en la comuna de arquitectos, artistas y estudiantes en Oppède, en el sur de Francia: “Felicitaciones entusiastas por su libro. Escribiré para usted el prefacio más bello del mundo”. Este libro, que se publicó en 1945, cuenta la experiencia de vida de ese grupo que lideró Bernard Zehrfuss, que unos años después sería el renombrado arquitecto de la sede de la UNESCO en París, que buscaba crear y construir en medio de un mundo que se desgarraba y se destruía en la guerra mundial. Si bien Saint Exupéry no dedicó El Principito a Consuelo, ella sí le dedicó su libro Oppède: “A mi marido Antoine de Saint Exupéry, desaparecido durante una misión aérea sobre Francia el 31 de julio de 1944”.
Un flechazo en Buenos Aires, lejos de El Salvador y lejos de Francia; un vuelo sobre la ciudad en el avión de Saint Exupéry la tarde misma en que se conocieron y la amenaza de estrellarlo si no le daba el beso que le pedía. Historias construidas alrededor de la petición de un beso, como en la canción de Louis Armstrong “Dame un beso para construir un sueño” (give me a kiss to build a dream on), o como la que el Nobel de literatura colombiano Gabriel García Márquez creó a partir de una frase escrita en el muro frente a su casa en México: “Peggy, dame un beso”. De esa frase en una pared hizo toda una reflexión sobre la vida, llegó a la conclusión de que “el amor salvará de la destrucción al género humano”, y se sumó al ruego contenido en una segunda frase escrita en el mismo muro: “¡Por favor, Peggy, dale un beso!”.
La poeta salvadoreña Claudia Lars, también oriunda de la ciudad de Armenia y amiga de infancia de Consuelo, la describió como “una niña que a los 10 años conversaba como persona mayor, con una emoción cargada de hechizos”, y contó que una vez siendo niñas caminaban por el campo y hablaban de lo que querían ser de adultas. Claudia Lars dijo: “Yo quiero ser poeta”. Consuelo dijo: “Yo quiero ser princesa”.
Ex Embajador de El Salvador en Francia y Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y ex Representante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México.