El periodo más duro de la pandemia comienza a diluirse en la memoria. Fueron los meses en que de un momento a otro muchos comenzaron a trabajar desde la casa para evitar los contagios. Otra porción de la fuerza laboral se quedó sin empleo como consecuencia de la profunda sacudida que la propagación del covid-19 produjo en el mundo laboral.
Apenas queda nada de aquellos largos meses en los que imperaron el teletrabajo y el cúmulo de tareas domésticas, con los padres cuidando de niños en hogares que se convirtieron en salones de clases presididos por docentes virtuales. Gradualmente las oficinas se han vuelto a ocupar, los autos atascan las carreteras, en los colegios hay bullicio y la ilusión de una vida itinerante por medio del teletrabajo se desvanece como un sueño de verano.
Pero en medio de este retorno que cada vez se parece más a la existencia que un día fue hay focos de resistencia, sobre todo entre los más jóvenes, cuyas primeras experiencias laborales surgieron bajo los rigores de la pandemia. Cuando se habla de lo que ya se conoce como la Gran Renuncia, en gran parte se debe a las nuevas generaciones que, lejos de aspirar a trabajar en una misma empresa hasta la jubilación, manifiestan estar dispuestas a una gran movilidad con tal de preservar un amplio grado de libertad.
No hace mucho una joven que nunca ha tenido que acudir a diario a una oficina porque comenzó su trayectoria en pleno estallido del coronavirus me decía: “Mientras pueda seguiré con el teletrabajo”, segura de que puede permitírselo porque las empresas están teniendo dificultades a la hora de hacer nuevas contrataciones. La muchacha, que se dedica al marketing y sólo necesita su ordenador y estar conectada con sus jefes y clientes, tiene planes de pasar unos meses en el extranjero y adaptar su ritmo laboral a la diferencia horaria con Europa.
Por otra parte, y tal vez debido a la creciente presión de las compañías para que se retorne a la actividad presencial en edificios que durante meses tuvieron aspecto fantasmagórico, hay quienes lamentan haber tirado por la borda la estabilidad laboral. De acuerdo con una encuesta de Joblist, una empresa de búsqueda de empleos, el 26% de personas que renunciaron ahora se arrepienten de su decisión y quisieran recuperar su puesto. Uno de los factores que influye en este sentimiento es el de haber sobrestimado las expectativas de una vida mejor con el cambio.
No es infrecuente enfrentarse a la decepción al dar un salto al vacío que parece romper con la vida anterior. Ocurre en el ámbito sentimental y el laboral no está exento de ilusiones que se desinflan. Los largos meses de aislamiento que trajo consigo la pandemia propiciaron una existencia de burbuja que, más allá de los temores y angustias reales por un virus altamente letal, invitó a una suerte de ensueño que nos llevó a imaginar otras maneras de vivir con rutinas menos encorsetadas.
Cuando una joven perteneciente la Generación Z (que ya deja atrás a los más veteranos Millenials) me afirma con gran serenidad que no tiene intención de pasar largas horas en un despacho, lo hace con el convencimiento de quien ha encontrado nuevas avenidas laborales en un mundo cambiante. Sus sueños y ambiciones son muy distintos y no por ello menos dignos. [©FIRMAS PRESS]
Escritora y periodista/*Twitter: ginamontaner