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Exámenes privados en el Instituto Nacional

Con el transcurrir de las décadas desafortunadamente la concepción anterior gradual y progresivamente fue degenerándose y llegar a tales extremos que en la actualidad el título de bachiller dista mucho de lo que significaba hace tres cuartos de siglo.

Por Rodolfo Chang Peña |

En 1951 del siglo pasado un bachiller en Ciencias y Letras era considerado como una persona que había alcanzado un nivel educativo importante, se le tenía por un ciudadano culto, decente, practicante de los valores, que se expresa y utiliza el castellano correctamente, que posee la madurez e intelecto como para iniciar estudios profesionales en la Universidad. Con el transcurrir de las décadas desafortunadamente la concepción anterior gradual y progresivamente fue degenerándose y llegar a tales extremos que en la actualidad el título de bachiller dista mucho de lo que significaba hace tres cuartos de siglo.


A fines de septiembre de 1956 después de haber completado los contenidos de los programas correspondientes me sometí y aprobé los exámenes finales del Quinto Curso en el Instituto Nacional; sin embargo, para graduarse de bachiller era requisito someterse y aprobar los llamados “exámenes privados”. Por esos tiempos no había promociones automáticas, regalos o venta de títulos, arreglos ni componendas, había que ”quemarse las pestañas” y fajarse en los exámenes, de ahí que todos los estudiantes que aprobaban el 5° Curso, tanto de la capital como del interior de la república, estaban obligados a la citada “mega evaluación”. La idea de las autoridades era medir el aprovechamiento escolar de los cinco años anteriores y naturalmente su preparación exigía de tiempo y mucho esfuerzo. Si bien las ciencias y letras demandaban revisar una gran cantidad de material, apuntes y bibliografía, no menos importante era ejercitarse en la solución de problemas de aritmética, álgebra, geometría, física, trigonometría y cosmografía.
El Ministerio de Educación establecía como lugar para realizar los “privados” las instalaciones del Instituto Nacional General Francisco Menéndez en un acto único y simultáneo, además de fijar fecha y hora para su realización. Y tal como lo habíamos calculado y esperado, se fijó para el primer viernes del mes de Noviembre de 1956. La prueba era escrita y se había formulado con preguntas directas, no de selección múltiple ni de complementación y evaluaba las tres grandes áreas de ciencias, letras y matemáticas.

Los “privados” se confeccionaban bajo estrictas medidas de seguridad para evitar cualquier tipo de fraude; los profesores que participaban en la formulación de las preguntas eran seleccionados por sorteo y una vez designados, trabajaban a puerta cerrada y les era prohibido abandonar las instalaciones mientras no se iniciara la prueba. El portero que resguardaba el acceso principal no permitía el ingreso de libros, cuadernos, apuntes o material escolar y si era el caso tenían que depositarlos en la entrada. Los pupitres estaban debidamente separados y los jóvenes de cada institución se ubicaban en forma dispersa para separarlos de sus compañeros. En realidad, aquellos que no se sentían preparados mejor no se presentaban y los que lo hacían se atenían a las consecuencias.


El día de la prueba me presenté de acuerdo a lo acostumbrado, unos quince minutos antes de las 7:00 am debidamente uniformado, al entrar al vestíbulo rápidamente me ubicaron en una aula del costado sur de la planta baja, estaba rodeado solamente por estudiantes de otros centros educativos. A las 7:00 am en punto el maestro que se desempeñaba como vigilante del sector me entregó un pesado legajo de papeletas y me indicó que empezara a trabajar.

Mi plan para entrarle de lleno al legajo fue responder primero las ciencias y letras y dejar por ultimo las matemáticas que según pude ver, eran mayormente problemas a resolver. Después de una revisión final para corregir fallas de última hora, entregué el legajo aproximadamente unos diez minutos antes de la hora de finalización. Pocos días después supe de los resultados, había aprobado los tres “privados” y estaba apto para graduarme. Me invadió una mezcla de satisfacción y liberación y pensé que la doble caminata diaria y mis años de secundaria en el Instituto habían pasado a la historia.


El diploma me fue entregado de manos del Dr. Mauricio Guzmán, abogado que a la sazón era el Ministro de Educación en ceremonia especial en el Teatro Nacional al mediodía del 24 de noviembre de 1956. Después de la ceremonia no pude localizar a ninguno de mis compañeros solamente me rodeaban jóvenes extraños de otros planteles. Una vez recuperado de tantos desvelos y ajetreos de las semanas anteriores, en los pocos días que quedaban de noviembre y en el transcurso del mes siguiente, inicié trámites para ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador pero esa es otra historia.

Médico.

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