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Gestores del odio

El político profesional tiene un proyecto de país y uno sabe hacia dónde se orientan sus planes, acciones y metas. Los profesionales políticos no. Improvisan, consumen el día a día, “gestionan el caos más que construyen futuro” (si no es que crean el caos para construirse su propio futuro)…

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Se echan en falta profesionales de la política y, tal como lo expresa Xavier Domínguez, consultor internacional y autor de varios libros, son ya muchos los países en los que hay demasiados profesionales metidos a políticos.


Gente que, fuera de lo político, carece de practica en otros campos laborales, y que por lo mismo, debido a su inexperiencia en la gestión no piensan ni en los problemas de sus países, ni en cómo los dejarán para las próximas generaciones, sino, sencillamente, se ocupan de las próximas elecciones y en el modo de mantenerse en el poder.


El político profesional tiene un proyecto de país y uno sabe hacia dónde se orientan sus planes, acciones y metas. Los profesionales políticos no. Improvisan, consumen el día a día, “gestionan el caos más que construyen futuro” (si no es que crean el caos para construirse su propio futuro)… Carecen de previsión y protagonizan disputas y peleas sobre el pasado, porque no pueden hablar ni discutir sobre el futuro – y a veces ni siquiera sobre el presente- pues, incapaces de proyectarse tapan el sol con un dedo y “piensan” (ellos y muchos ciudadanos) que eso es gobernar.


Son pescadores en el río revuelto de la pandemia y del ambiente poscrisis. Capitalizan la sensación de miedo e indefensión de los ciudadanos, la tendencia de las personas a creer cualquier cosa que se le presente en los medios de comunicación (pues la pandemia nos habituó a ver “el mundo” a través de las pantallas), el egoísmo de pensar viéndonos el ombligo y haber perdido la solidaridad que se engendra en la normal vida social… etc. Y, todo sumado, lo ponen a favor de su imagen, presentándose como los reconstructores de todas las debilidades institucionales desnudadas por la pandemia.


Esa situación ha hecho que los electores, los ciudadanos, usted y yo, nos hayamos dejado de mover a la hora de tomar decisiones políticas-electorales, por ideas o proyectos, y que el lugar que antes ocupaba la razón política (e incluso el mero sentido común) ahora lo monopolice la dupla contento-descontento.


Es decir: si la gente está contenta, vota por quien entiende es el autor de su “contento”. Y se dejan de lado proyectos de futuro, sin tomar en cuenta la sostenibilidad económica o social de las decisiones del político que pone las condiciones para su “contento”… Dándose por satisfecho con lo que se le da, sin importarle -en realidad porque no se da cuenta- que sea “pan para hoy, hambre para mañana”.

Domínguez, con originalidad, cambia el concepto de populismo político y lo define no como ideología, sino como un “estado de ánimo que prende almas enojadas para llevarlas a las urnas en contra de algo”. Los electores populistas no ponen políticos con su voto, sino que echan políticos del poder. Es, dice,“gente gestionada por la ira, con ánimo de venganza, que sabe que no se van a resolver la mitad de las cosas que necesitan solución, pero que no le importa”.
Así, precisamente por lo que venimos diciendo, a los profesionales metidos a la política no les hace falta ni ideología, ni aparato doctrinal-político, ni siquiera proyectos… les basta convertirse en excelentes gestores del odio para asegurar su permanencia en el poder.


Y esto no es exclusivo de unos pocos países. En bastantes lugares se vive, cada uno con sus matices, un proceso populista-de-gestión-del-odio, que hace que sea imposible vivir o soñar con vivir la democracia como un sistema que acoge todas las tendencias políticas o formas de pensar posibles dentro de una misma sociedad.


La ecuación que representa el modo de hacerse con el poder ha cambiado. Antes se trataba de identificar las distintas tendencias políticas presentes en una sociedad y apostarle a la mayoritaria para ganar las elecciones. Ahora no, ahora la fórmula es gestionar y explotar la recetadescontento+enojo+ira+votos = poder.

Ingeniero/@carlosmayorare

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