Katerine Sensente, de 32 años, rompió los esquemas tradicionales de la mujer en las zonas rurales. Es madre soltera, tiene un hijo de ocho años, a quien procreó de forma planificada. También es feminista y lideresa; y comparte sus conocimientos sobre derechos de la mujer, salud sexual y reproductiva, con niñas y mujeres en su entorno.
Estos temas suelen estar estigmatizados en las comunidades rurales. Katerine, quien vive en el caserío Xochilt Ixtatec, en Nahuizalco, lo sabe. Pero esto no ha sido una razón para detener su lucha para que niñas y mujeres conozcan sus derechos, aprendan a cuidar sus cuerpos y mejoren la autoestima.
Ella junto a otras tres jóvenes integran el colectivo Mujeres de Xochilt, un grupo enfocado en el empoderamiento de niñas y mujeres, que nació de la necesidad de crear espacios para hablar de los derechos y la salud de las niñas, adolescentes y mujeres.
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Al inicio Katerine fue una de las beneficiarias de los talleres impartidos por el colectivo, ahora es una lideresa que lleva ese conocimiento por varias comunidades rurales.
“La primera vez que escuché sobre salud reproductiva fue con el colectivo, me sorprendió mucho porque nunca habíamos escuchado eso. Nos hablaron sobre métodos anticonceptivos, que para la gente y las mujeres de mi comunidad son un tabú, porque se considera un pecado”, relata Katerine.
Para el psicólogo Óscar Vásquez, del departamento de Psicología y Salud Pública de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), históricamente los derechos relacionados al cuerpo son los que más ha costado que la mujer pueda gozar. “Todo lo que tiene que ver con sexualidad, cuestiones de género y, por ende, todo lo relacionado a la educación sexual ha quedado vedado a las mujeres más que por una cuestión legal, una cuestión cultural y religiosa. (Para) mujeres de sectores como los pueblos originarios, que además tienen otros usos y costumbres de características patriarcales, se hace más complicado”, explica.
Ese primer taller con el colectivo, según Katerine, le cambió la vida, porque en ese momento consideró que era importante replicar ese conocimiento a otras niñas de su comunidad para que tuvieran la libertad y el derecho de planificar sus vidas.
“Los niños y las niñas llegan a su adultez sin saber absolutamente nada de su cuerpo, de cómo pueden planificar. Es un tabú, en las escuelas no le dicen a uno, ‘miren tienen que cuidarse, hay un montón de métodos”, agrega Katerine.
Aurora Cruz, fundadora y coordinadora del colectivo, relata que este grupo se formó hace 11 años y que inicialmente eran siete chicas que se organizaron, para conversar sobre las problemáticas que afectan a las niñas y adolescentes, las cuales no eran abordadas en los grupos comunales que se habían formado para llevar proyectos de desarrollo a las comunidades rurales de Nahuizalco.
“Se hizo un sondeo para saber las necesidades que tenían las niñas y una de ellas era el hecho de que no se hable de la sexualidad plena o el desarrollo de una niña, porque vienen de familias muy conservadoras y ellas van creciendo con esos tabúes”, explica Cruz.
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Cruz recuerda que ella en ese momento tenía 22 años y no había recibido ninguna formación en activismo y feminismo, pero al formar el grupo junto a otras chicas de su edad, tuvieron el apoyo de otras organizaciones en el tema de género e igualdad.
El nombre del colectivo no fue seleccionado al azar, pues las primeras integrantes del grupo eran residentes de la comunidad Xochilt Ixtatec, en el cantón El Cerrito, uno de los poblados de origen náhuatl pipil en el municipio de Nahuizalco, que en náhuatl significa “río de flores, piedras y espinas”.
En Xochilt Ixtatec, un caserío rural cercano al río Sensunapán, habitan 1,854 personas. De estas, 545 son niñas y mujeres entre 10 y 49 años. Esas edades son consideradas dentro del rango de edad fértil establecido por el Ministerio de Salud. La comunidad está organizada en dos asociaciones de desarrollo comunal (adescos) una junta directiva de agua y dos iglesias.
Katerine es una de las referentes comunitarias, que en algunos casos siguen siendo mal vistas por algunos sectores conservadores, por compartir con niñas y adolescentes temáticas que deberían ser abordadas desde el Estado, para prevenir abusos y violaciones de sus derechos sexuales y reproductivos.
“Hay personas que no ven bien nuestro trabajo porque dicen que les abrimos la mente a las niñas, que hablamos de cosas que no deben escuchar, pero creo que es al contrario, que es un trabajo que el Estado y otras instituciones nos deben a las comunidades humildes e indígenas”, explica.
Según la información recopilada por el colectivo, entre las principales vulneraciones que las niñas enfrentan en estas comunidades están el castigo físico, abuso sexual, embarazos y en algunos casos la falta de acceso a la educación.
“Le dicen que porque es niña tiene que quedarse en la casa a aprender a hacer los oficios, pero los niños sí tienen el derecho de educarse, de seguir estudiando”, explica Katerine.
Para Cruz, coordinadora del colectivo, trabajar por cambiar esa realidad, no es tarea fácil para las Mujeres de Xochilt, pues se enfrentan a una sociedad salvadoreña que, según ella, no está preparada para que las mujeres se empoderen.
Esa desigualdad está señalada en el informe de ONU Mujeres de 2020, denominado “Perfil de país según la igualdad de género”.
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El estudio afirma: “Aún persisten las brechas y barreras en todas las áreas de autonomía de las mujeres y las niñas solo por el hecho de ser mujeres. En su base subsisten bloqueos estructurales, consecuencia de los arraigos tradicionalistas en las relaciones de género, que impiden a las mujeres y las niñas participar plenamente en las oportunidades sociales, económicas, políticas, culturales, a lo largo de todo su ciclo de vida”.
Las mujeres de Xochilt deben superar algunos de esos bloqueos estructurales de una manera creativa para acercar la educación de género a las comunidades rurales, en las cuales solo el hecho de ser mujer conlleva una carga de estigmatización y discriminación.
El colectivo rompe el hielo en las comunidades a través de talleres de agrocultivos, presentaciones artísticas enfocadas en temáticas de los derechos de los niños y las niñas y charlas de autocuidado para niñas y adolescentes.
En este año, el colectivo se encuentra trabajando en el caserío Xochilt Ixtatec y en el cantón Pushtan, ambos del municipio de Nahuizalco, con un total de 30 beneficiarias, entre niñas y mujeres de 10 a 29 años.
Joel Orlando Pérez es un agricultor que pasa sus días bajo el intenso sol para llevar el sustento diario a su familia, entre ellos su hija Alicia Stefany Pérez, una niña beneficiaria de los talleres del colectivo.
“Es importante que las mujeres y niñas conozcan sus derechos para que sepan defender y entiendan que tienen derechos igual que un hombre, porque el hombre siempre ha sido machista y ha discriminado a la mujer”, reflexiona Joel durante una pausa en su jornada de trabajo.
Para este agricultor el hecho de que niñas como su hija Alicia, de 14 años, conozcan sus derechos sexuales y reproductivos es de suma importancia para evitar errores y que las niñas logren la consecución de sus sueños.
“Ellas deben conocer sus derechos para no caer en errores de embarazos prematuros, sino que deben apuntarle a algo importante, porque en esta vida no solo hemos venido a tener hijos”, asegura.
Sin embargo, esta no es la visión generalizada en los hombres de las comunidades de este municipio de Sonsonate. Joel es un hombre de 36 años, quien ha sido parte de grupos comunitarios y reconoce que eso le permitió cambiar su forma de ver a la mujer y ahora replica la experiencia en la formación de su hija.
Según la unidad de estadística e información del Ministerio de Salud, en los últimos cinco años, 49 niñas residentes en el municipio de Nahuizalco, dentro del rango de 10 a 14 años, han sido inscritas en controles prenatales en la unidad de salud de ese municipio.
Stephani Aguilar, residente en el cantón Pushtan es una de las 15 beneficiarias de los programas de formación impartidos por las Mujeres de Xochilt; ella acude junto a Miriam, una de sus hermanas trillizas.
Para ella, desde que tuvo acceso a educación sexual y reproductiva, se volvió normal hablar del tema con sus padres.
Sin embargo, narra cómo una de sus amigas no pudo tener el mismo acceso a esa información para decidir el momento de su maternidad. “Cuando estaba en noveno grado una compañera de 14 años quedó embarazada. Al principio no quería decirle a sus padres”, relata.
Cruz explica que a diferencia de muchas niñas en la zona rural, ella fue madre a los 25 años, cuando ya era una mujer consciente de sus derechos sexuales y reproductivos. Esa es una de las finalidades que buscan en el colectivo, que las mujeres tengan la información oportuna para decidir el mejor momento de convertirse en madres y evitar embarazos no planificados.
“Cuando estaba embarazada impartía las charlas y era algo muy bonito, porque las niñas captaban rápido el mensaje de decir, ‘bueno, si ella lo decide, yo también puedo hacerlo’”, recuerda.
Esa es la motivación que por 11 años ha llevado a que Cruz viaje un poco más de 60 kilómetros desde San Salvador hacia Nahuizalco y luego recorrer caminos polvorientos y solitarios para llevar educación a las mujeres junto a Katerine, Esmeralda y Vanesa, las integrantes del colectivo.
Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa de Salud reproductiva, derechos reproductivos y justicia en las Américas.