Hay pocas cosas que nos dividen tanto como la política. Y no hablo de a qué candidato apoyamos en alguna elección, sino de las visiones tan distintas que tenemos del mundo. Nos separan marcos ideológicos que no solo son diferentes, sino antagónicos. En este sentido, es complejo pensar que el entendimiento mutuo es plausible, especialmente cuando estas ideologías no son solamente propuestas abstractas de cómo debería conformarse la sociedad, sino una parte transversal de la identidad de las personas y los grupos. Los individuos no solemos limitamos a solo expresar preferencias políticas, sino que nos definimos por esas ideas. ¿O acaso no es muy común encontrar como los usuarios en redes sociales se presentan a sí mismos por sus concepciones políticas y que incluso se definen en función de la enemistad con otro grupo?Probablemente es por eso por lo que las personas suelen tomar como un ataque personal las críticas a postulados ideológicos o propuestas políticas, ya que son una crítica a su identidad. La consecuencia inevitable de este fenómenos que cada vez la polarización será mayor y el diálogo menor, porque casi nadie estará dispuesto a cuestionar su identidad en un debate racional; no vaya a ser que la otra persona realmente tenga algo bueno que decir y se tenga algo que perder.
Y, pese a que nos lleve a la división y la discordia, realmente la mayoría de las personas está proponiendo sus esquemas ideológicos como una forma sincera de buscar lo “bueno y lo justo”. Es difícil encontrar individuos que enarbolen sus argumentos en el nombre del egoísmo, de la injusticia y del odio. Bien podríamos hacer algún tipo de análisis reduccionista donde las motivaciones de todas las personas son frívolas e hipócritas. Sin embargo, es lógico pensar que una gran parte de personas genuinamente creen lo que dicen y que el de izquierda de verdad es de izquierda y el de derecha de derecha. Esta honesta búsqueda del bien a través de lo político tiene un gran riesgo: el llegar a confundir la bondad con el discurso. A veces pareciera que el bien es ante todo una afirmación ideológica y entonces solo bastaría con afirmar discursivamente el bien para ser bueno. Lo único que haría falta sería predicar la tolerancia política, no practicarla en nuestra vida. En este escenario nuestra “bondad” existe nada más en contraposición a la “maldad” del contrario. Solo debemos hablar de los valores en abstracto, y no haría falta vivir las virtudes en concreto. Y lo peor de todo, solo haría falta reclamar la justicia social, no emplearla en nuestro día a día. Y si bien las ideas moldean nuestra conducta, no siempre se ve reflejado en nuestro actuar privado y cotidiano aquello que reclamamos en lo político y social.
Nuestra búsqueda del bien no debe quedarse atrapada en el discurso, sino que debe trascender y manifestarse en nuestros actos. Tal vez la forma correcta y madura de poder proceder en la política es superar esa mera indignación y buenismo, y transformar nuestros valores en una genuina búsqueda de la paz, concordia y progreso. Esto no será posible sino abandonamos la dialéctica maniqueísta de los buenos contra los malos. Las diferencias ideológicas debemos verlas precisamente así, como una separación de algunos esquemas y paradigmas, que, si bien deben ser tomadas en serio, no deberían llevar a nombrar al otro como el enemigo. No digo que abandonemos o relativicemos nuestras convicciones en aras de la paz, sino que logremos separar el bien del discurso y las ideologías de las personas. Solo en la medida que impulsemos este cambio de mentalidad, seremos capaces de perseguir verdadera paz, verdadera justicia y verdadero progreso.
Lic. en Economía y Negocios, Master en Psicología y Comportamiento del Consumidor