Seguimos exponiendo la tesis de Zygmund Bauman, el sociólogo polaco, que desveló el nuevo estilo de vida acelerado en que existimos, donde se nos empuja a disfrutar de todas las oportunidades de felicidad que surjan, con rapidez y sin compromiso, al que él denominó “modernidad líquida”: ya no se puede esperar, pues la vida se nos va de las manos… “La espera…ha sido finalmente eliminada del deseo de consumir…” ya no hay normas que obedecer, se nos dan opciones…pues políticamente es conveniente querer parecer que se es flexible cuando en realidad lo que sucede es que no existe una estructura, una estrategia, un plan de acción definido.
En este mundo donde somos bombardeados por un alud de información (gracias al internet y la conectividad) se nos ha distorsionado la manera de ver las cosas.
Se nos vende la inestabilidad de manera romántica y se nos enseña que la inconsistencia es la estrategia correcta y sensata para abrazar, escondiendo la verdad: la falta de capacidad y aptitud para diseñar el plan necesario, efectos que ya estamos sufriendo.
Para Bauman, en cuanto a la adquisición formal del conocimiento, la educación superior ha enfrentado dos retos principales: uno, que la generalidad es atraída por el conocimiento que garantiza un uso inmediato; y dos, que la gente cree, equivocadamente, que lo que hoy funciona, mañana ya no servirá, pues perciben, en su derredor, cambios erráticos e impredecibles, lo cual es un espejismo.
Estos desafíos propios de la modernidad líquida han arrinconado a las universidades hacia una competencia por responder y adaptarse que no ha permitido detectar la vorágine en que han sido envueltos. Ejemplo de esto es cuando se elimina la materia de derecho romano en la carrera de leyes para incorporar 4 materias de inglés (I; II; III y IV) en un país de habla castellana para una carrera que no se puede ejercer en otro país, pero que los padres de familia quieren el segundo idioma.
Se ha llegado a creer que las universidades deben responder dando gusto al mercado y a los medios, como si fueran corporaciones que deben complacer a sus consumidores.
Bauman refiere además que en esta modernidad líquida se aparta el conocimiento como una verdad útil y duradera para toda la vida por un conocimiento “desechable” válido solo por un corto e inmediato plazo, donde impera el facilismo y la ley del menor esfuerzo, donde la creencia es que se debe “saber hacer” más que “aprender la teoría”.
Bauman demuestra, con esto, que el conocimiento no quedó exento del consumismo de hoy, algo que comenzó a gestarse, según mi propia percepción, alrededor de la década de los 80 en el siglo pasado.
A tal engaño se ha llegado y tal ingenuidad existe que profesionales formados expresan sin pena “es que los niños hoy ya nacen con el chip de la tecnología incorporado”, sin ponerse a pensar que desvirtúan su paso por centros de estudios formales.
Educadores de otros países señalan que confrontar esta situación necesita mucho coraje y que se debe analizar cuáles son las alternativas.
Hay una creciente tendencia a considerar la educación más como un producto, una mercancía, que como un proceso. Esto quiere decir que la educación cada vez más se considera algo que “se consigue”, ejemplo, cuando un padre da un donativo a una universidad donde estudia su hijo o un regalo a un profesor o busca la universidad más fácil para asegurar que recibirá el título sin importarle si su retoño va a aprender lo suficiente para responder a la tenencia del título que está comprando.
Esta perspectiva se contrapone con la visión de la educación como un proceso siempre inacabado y en permanente expansión, cuyo mejor fruto puede ser un deseo de conocimiento imposible de satisfacer.
Como consecuencia, Bauman concluye que nunca había enfrentado la educación un reto tan grande como el que enfrenta en estos tiempos líquidos.
Bauman nos lleva a sopesar una modernidad que nos empuja a evitar las costumbres aprendidas, a evadir los legados del pasado, a despreciar el conocimiento sólido y la experiencia de los años, a evitar el compromiso y los valores tradicionales, conductas que nos están impactando a niveles insospechados.
“Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobre saturado de información. Y también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo”, concluía Bauman.
Médica, Nutrióloga y Abogada
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