Fue un día como hoy, 15 de junio de 1215. En Runnymede, un campo entre el Londres ocupado por los barones rebeldes, y Windsor, donde se refugiaba el rey Juan I de Inglaterra, ambas partes otorgaron un documento que pasaría a la historia: La Magna Carta.
El rey ordeñó excesivamente a sus súbditos para financiar sus juegos en las Cruzadas, su fracasado intento de recuperar los territorios que perdió a manos de Francia (y que le valió el merecido mote de Juan Sin Tierra), y sus joyas, lujos y los cuidados de su león. El impuesto de guerra lo multiplicó por once durante los dieciséis años de su reinado. Y no dudó en expropiar tierras y castillos a discreción.
La presión fiscal y la arbitrariedad con que gobernaba llevó a rebelarse a un grupo de barones liderados por Robert FitzWalter. Cuando los rebeldes tomaron Londres, el rey se vio acorralado. Acordaron un tratado de paz con sesenta y tres cláusulas: La Magna Carta.
Juan Sin Tierra no era un socio confiable (esa fauna nunca lo es). Violó los compromisos del acuerdo y se refugió en la sotana del Papa Inocencio III. Venció a los rebeldes al entrar con cerdos al castillo de Rochester.
Juan se creía vencedor. Un año después huía el cobarde (esa fauna siempre lo es). En medio de la pestilencia de una ciénaga enfermó de disentería y murió. La paz regresó, y la Magna Carta resurgió.
Los barones rebeldes nunca imaginaron el impacto que ese documento causaría. Es una de las partidas de nacimiento de los derechos humanos. Su trascendencia se basa en que reconoció que el rey, aunque hacedor de leyes, está sujeto a cumplirlas. Un gobierno de leyes, y no de hombres, diría siglos después John Adams.
La independencia y Constitución estadounidense le deben mucho a la Magna Carta. No en balde el único monumento conmemorativo en el campo de Runnymede es el que edificó la American Bar Association en agradecimiento a esos caballeros medievales.
El mundo también está en deuda con ellos. Eleanor Roosevelt, al presentar en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la calificó como “la Magna Carta internacional para todos los hombres del mundo”.
Y El Salvador no escapa de su influencia. La cláusula 39 de la Carta Magna es la base de los principios de legalidad y debido proceso. Nosotros heredaríamos su texto casi íntegro en el artículo 11 de nuestra Constitución.
Ese artículo 11 es uno de los que más han servido para defender a los ciudadanos por la Sala de lo Constitucional (la legítima, digo, no ese órgano de facto compuesto por los señores que llegaron el 1M). Y es ese artículo 11, que heredamos de la Magna Carta de 1215, el que hoy se viola masiva y sistemáticamente en este permanente régimen de excepción.
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Hace unos años un tipo entró en la Catedral de Salisbury. Frente a turistas y guardias de seguridad intentó romper a martillazos la urna de cristal que guarda uno de los cuatro ejemplares originales de la Magna Carta. No era un ladrón profesional.
En Rusia, Brasil, Venezuela, México, Nicaragua, y El Salvador avanzan el populismo y sus caudillos entre los balidos de la masa. En un mundo que camina en ese rumbo me gusta imaginar que ese burdo ladrón de Salisbury, lejos de pretender robar el manuscrito medieval, sólo quería custodiar el símbolo de algo que este mundo parece valorar cada vez menos: la sana costumbre de desconfiar de los líderes mesiánicos, y la necesidad de controlar y limitar el poder. ¡Cuánta falta hacen hoy esos valores tan básicos!
Abogado.