La Novena Cumbre de las Américas, que acaba de clausurarse en Los Ángeles, California, puso en relieve las fracturas políticas que prevalecen en el continente americano desde años. Crisis electorales que aceleran las tensiones migratorias y sociales, tanto como económicas, presionaron la fragmentación de la unidad regional.
La covid-19 es parte de un proceso que favorece la alternancia de izquierdas o populismos. Chile ha tenido un cambio drástico y a la vez emblemático de una evolución que impacta la mayoría de los países latinoamericanos; Colombia está por elegir su próximo presidente después de haber eliminado en la primera vuelta, el 29 de mayo pasado, a los candidatos de los partidos tradicionales que gobernaron estos últimos decenios este país estratégico para la relación con Washington. Por cierto, los Estados Unidos declararon a Colombia, el 24 de mayo pasado, “aliado esencial en el exterior de la OTAN”, revelando la fuerza de un enlace de seguridad.
Sin duda, la voluntad de reanudar con los temas económicos fue central en la visión estadounidense. La proposición del presidente, Joe Biden, de favorecer un nuevo “enlace para la prosperidad económica” llega en momentos en que la crisis sanitaria aumentó la pobreza, las desigualdades y la precariedad en América Latina. Son más de 200 millones de personas las que sufren de pobreza sobre 600 millones. La propia CEPALC (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) considera que son más de 32% las personas que viven en condiciones precarias. Tantas realidades sociales que constituyen riesgos inmediatos para las unidades nacionales y regionales. Fragmentación social, aumento del número de migrantes, malestar permanente, violencias, tantos riesgos que pueden fragilizar la coherencia continental, visión que quieren desmontar los Estados Unidos. Entienden el peligro en término global de influencia mientras las tensiones internacionales se reforzaron a raíz de la guerra en Ucrania.
La Cumbre de las Américas ha sido un acelerador de conciencia del nivel del malestar. El propio presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, decidiendo no asistir en solidaridad con los países que no fueron invitados (Cuba, Nicaragua y Venezuela) formaliza la existencia de una visión alternativa que fuese en términos de gobernabilidad tanto como de visión para el desarrollo.
El primer ministro de Belice, Juan Antonio Briceño, ha sido un vínculo de esta apreciación política durante la cumbre. Sin duda, busca distinguir México y volverlo líder de esta posición. Pero reveló una cristalización que se ha vuelto problemática para Washington en estos tiempos de guerra en Europa con el principio de consecuencias económicas: inflación, presión sobre los precios de alimentos primarios, aumento del costo de los créditos, riesgo de crisis alimentaria. Tantas perspectivas negativas que constituyen varias amenazas sobre la estabilidad del Continente.
Más allá del labor de Christopher Dodd, asesor especial norteamericano para la Cumbre tanto como del acción del Departamento de Estado, se trata del papel de América Latina en los próximos años mientras se están reconfigurando las relaciones internacionales.
China logrará consolidar su posición de número 2 mundial, ganando en fuerza en su relación con Rusia y reforzándose en el Pacífico. Busca ampliar su posición en América Latina mientras las alternancias de izquierda pueden ofrecer un pedestal consolidado en términos de relaciones bilaterales.
Frente a la urgencia de la situación, los Estados Unidos hicieron anuncios para demostrar el regreso de un interés para el continente latinoamericano: la Declaración de Los Ángeles sobre la inmigración, apoyo de 1.9 billones de dólares, para la creación de empleo en América central, interés renovado para el compromiso climático y medio ambiental, sin olvidar la administración de la inmigración.
Tantos temas que muestran el nivel del desafío, la relación teniendo que ser inclusiva y participativa sin dar la impresión de ser en un solo bloque monolítico. Muchas veces, y sobre todo en los temas diplomáticos, la imagen y la percepción introducen una realidad matizada por una realidad más sensible que nunca. América Latina ha vuelto, en medio de la guerra en Ucrania, un continente entremezclado en las fricciones internacionales sino-estadounidense. Romper con ese círculo vicioso supone una forma de unidad que hoy en día queda ilusoria . La crisis de la covid rompió con las lógicas de las cooperaciones regionales que tienen que ser reinventadas. Las crisis económicas hacen correr el riesgo de una degradación económica y de atractividad despertador el espectro de los anos 1980, que fueron calificados de “decenio perdido”.
La Cumbre de Los Ángeles reveló la ausencia de consenso sobre los términos calificadores de la democracia tanto como de su promoción. El desarrollo económico depende, en gran parte, de una confianza en una estabilidad que no significa inmovilidad. Planes en materia de salud, medio ambiente se inscriben en esta voluntad de impulsar una nueva dinámica estratégica mientras Washington ha sido monopolizado estos últimos años por su confrontación con Beijing. Es la razón por la cual la Cumbre de Los Ángeles constituyó una forma de regreso a la realidad para los Estados Unidos. Midieron el riesgo de fractura con América Latina, cuya agenda de desarrollo tanto como de transformación no parece coincidir con la propia agenda norteamericana. Entre ilusión de influencia y la realidad socioeconómica post-covid 19, los desafíos para reconstituir una solidaridad y unidad continental como la pudo haber en los años 1990-2000 están a la altura del momento histórico que vivimos.
Politólogo, especialista francés en relaciones internacionales, presidente de la Asociación Francia-América Latina (LATFRAN). www.latfran.fr