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Contravía democrática

La única forma de contrarrestar este auge populista es construyendo una ciudadanía con mayor madurez democrática, emocional y cognitiva. Esto requiere de una enorme y masiva iniciativa educativa

Por Andy Failer
Comunicólogo y político

El Salvador es uno de los ejemplos más claros en América Latina de cómo las democracias van en contravía debido al auge de populismos insensatos.  Ante esto surge una pregunta elemental: ¿qué está pasando con la democracia? Alrededor de esta pregunta hay bastantes argumentos, pero hay uno que se repite constantemente y que me permito parafrasear: “La democracia se está auto-destruyendo”.

El argumento de auto-destrucción no es nuevo; de hecho, muchas personas de la oposición política y de la academia lo han validado señalando las imperfecciones de la democracia misma. Lo curioso es que la imperfección más grande de la democracia somos nosotros mismos, los seres humanos. La democracia requiere de desarrollo constante, disciplina y serenidad; los seres humanos tendemos a ir en contravía por naturaleza, somos destructivos y poseemos aptitudes que riñen con el rigor que nos demanda la democracia para que esta se desarrolle plenamente.

A pesar de que habitamos sociedades modernas, pareciera que nos atrae la idea de mantener rasgos que nos llevan en contravía. Somos seres cargados de innumerables sesgos sociales. Inundamos nuestras sociedades de racismo, homofobia, machismo y xenofobia. Aunque en algunos escenarios de la vida la ciencia nos demuestra con datos que muchos de los prejuicios que tenemos insertados en nuestras mentes están mal, insistimos en abrazarlos con más fuerza. Tendemos a reaccionar agresivamente hacia ideas contrarias a las propias. Somos intolerantes y dueños de la verdad. ¿Podemos ser democráticos con todos estos rasgos?

Durante los últimos siglos la democracia nos permitió diseñar y edificar una institucionalidad que le permitiera crecer a nuestras sociedades. De la democracia nacieron los parlamentos, prensa, órganos de auditoría y justicia, universidades, sistemas de contrapesos. Este marco institucional evitaba que las sociedades cayeran en lo que el individuo tiende a hacer: adoptar soluciones simplistas y cortoplacistas. Lamentablemente, toda esta institucionalidad ha perdido prestigio y, por ende, confianza; es así como, por medio de la voracidad de las redes sociales, el auge de los populismos se impone frente a la democracia a través de acciones autoritarias. Esto último pareciera una obviedad, pero muchas veces olvidamos el origen del problema. En estos tiempos es valioso recordarlo.

Los políticos populistas siguen apelando a la misma falsa promesa de “cambio”. El gran problema es que un alto porcentaje de la ciudadanía no tiene claridad de hacia dónde debe conducir ese cambio. El cambio no se traduce en un poco más de comida en el refri o unas cuantas monedas más en el bolsillo; el cambio no depende de ningún político, sino de la ciudadanía entera, apartándose de sus rasgos sociales dañinos para ser capaces de desarrollar y sostener efectivamente al sistema democrático. Pero lo que tenemos es desconocimiento y opacidad de la realidad democrática y de las responsabilidades sobre esta. Y el problema es que todos estos elementos, en medio de un populista que habla de reelección, han sembrado una peligrosa bomba de tiempo que pronto nos explotará en la cara.

Ahora, la pregunta del millón: ¿hay esperanza al final del túnel? Un estudio sobre psicología social publicado por la Universidad de California arroja una respuesta ante la agonía de la democracia, y aunque el camino parezca poco probable, es la única esperanza que hay. Este estudio revela que la única forma de contrarrestar este auge populista es construyendo una ciudadanía con mayor madurez democrática, emocional y cognitiva. Esto requiere de una enorme y masiva iniciativa educativa. Educación, educación y educación. Ese es el único camino para dejar de ir en contravía. ¿Seremos capaces de ello?

Nuestro obstáculo más grande para hacer de la ciudadanía un colectivo que deje atrás sus rasgos irracionales y pase a adoptar mayor sensatez y educación, es el fanatismo político. Ese fanatismo nos ciega del futuro, nos impide adquirir responsabilidades políticas que apunten hacia la dirección correcta y, lo más triste de todo, es que socava nuestro sentido de humanidad. Esto es un ciclo, aquella esperanza de cambio volverá a convertirse, una vez más, en indignación. Solo no permitamos que la indignación nos siga conduciendo en contravía democrática.

La indignación es muy efectiva para lograr mayorías, pero en el camino nos deshumaniza, gobernando con la vista puesta en el pasado en lugar de enfocarse en el futuro.

Comunicólogo y político

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