Esta historia comienza un viernes de octubre, hace como cinco años. Yo estaba limpiando mi escritorio del trabajo de la semana cuando entró mi secretaria, obviamente molesta.
“Lic, allí están los papás de Julián. Ya les dije que la oficina está cerrada, pero insisten en hablar con usted”.
Julián era de uno aquellos niños brillantes, que le sacaban a uno una sonrisa con su “buenos días”. Sus padres eran gente trabajadora y amable, que tenían un pequeño negocio de granos. Me extrañó la insistencia, así que le dije que los pasara y que ella me hiciera el favor de esperarme un ratito.
Cuando la pareja entró, no los reconocía. El papá tenía ojeras, y se notaba nervioso. La mamá tenía los ojos enrojecidos al punto que cualquiera hubiera pensado que tenía conjuntivitis.
“Licenciada”, me dijo el padre, “necesitamos el diploma de Julián. Salimos del país hoy por la noche”
“¡Pero Julián no ha terminado su año,“ tartamudeé”. Le puedo dar una constancia y...”
La mamá se echó a llorar. No les puedo describir el dolor de ese llanto. “Por favor”, me dijo entre sollozos, “no le puedo decir nada porque NO puedo... pero usted entiende...”.
Entendí. Los dejé en mi oficina y le pedí a mi secretaria que me imprimiera un diploma. Lo firmé y se los entregué. Me dieron las gracias y se fueron. Mi secretaria entendió también, porque nunca preguntó nada. Yo me quedé en mi oficina, llorando, por un largo rato. Espero que si leen esto, sepan que recé para que todo les saliera bien.
Al salir del trabajo, esa tarde de octubre, necesitaba hablar con alguien. A veces, cuando mi Director Espiritual no podía atenderme, buscaba a un sacerdote claretiano a quien quería mucho (pueden buscar su historia en mi artículo “El Poeta”). Después de escuchar mi historia, me dijo: “No puedes cambiar la sociedad, pero si tienes la oportunidad, genera un pequeño cambio cuando la oportunidad se te presente “.
A finales de noviembre, recibí la llamada del director de un Centro Educativo de la zona paracentral. Para los que no conocen mucho del tema, existen centros educativos públicos con administración de la Iglesia Católica o de Juntas de Padres de Familia. Y existe un modelo educativo que se llama Sistema Integrado de Escuelas Inclusivas de Tiempo Pleno (SI-EITP). En laico: los niños y jóvenes pasan el día entero en la escuela. El SI-EITP es un modelo de origen italiano, que busca reducir la violencia a través de la enseñanza de oficios después de la jornada escolar regular,que normalmente es de medio día.
La escuela en cuestión estaba una zona perirural. El director había pensado y arreglado para que sus alumnos aprendieran inglés en lugar de un oficio. “Ganan más aprendiendo inglés”, me dijo cuando lo fuí a visitar, “Que sean maestros, o trabajen en un call center. Es mentira que van a ser carpinteros, Licenciada. La cosa es que no se nos pierdan. Eso sí, tengo poco dinero. Usted sabe...” . Y me dio su presupuesto.
Y yo tengo que justificar armar algo con eso, pensé. Pero, en fin, había que intentar hacer el pequeño cambio en la sociedad.
Así que comenzamos a darle vueltas a propuestas, ver cómo arreglábamos horarios, estructurábamos programas y optimizábamos recursos. Al final, se logró crear un programa que fuera efectivo. Durante dos años, trabajamos dando inglés cuatro días a la semana a los alumnos de primero, y luego segundo, de Bachillerato. A veces el pobre Sr. Director se las veía de a cuadritos para cancelar el mes. Más de una vez, tuve que ir a pedir extensiones de pago. “Usted y sus obras de caridad. De su parte tendría aquí una ONG”, me decía la Jefa de Finanzas, cada vez que firmaba la autorización. Pero, para mi, lograr que esos muchachos se graduaran “y no se perdieran” era mi manera de hacerle justicia a Julián y su familia.
En esos dos años vi la diferencia que la disciplina (no permitían siquiera que las niñas se quitaran las cejas), la fe, los valores y sobre todo, la visión de mejorar la vida de los más necesitados, pueden lograr. Yo asigné los maestros, pero el director hizo que se sumaran a la causa, y ellos se lanzaron a la tarea con entusiasmo. Al final del 2019, justo antes de la pandemia, graduamos a 90 jóvenes con su diplomado en inglés de dos años. Más de la mitad tomó el TOEIC, un examen para medir competencias en el idioma, un mes después, con buenos resultados. Casi todos se matricularon en la universidad. Al menos por dos años, pasaron sus tardes en un ambiente seguro.
Con la pandemia, dejé de trabajar en la institución. Hace poco, me entrevistaron para una consultoría en el área de educación. Fue una gran alegría para mi enterarme que la escuela siguió con su programa de manera independiente, cuando las escuelas regresaron a la modalidad presencial, y que sigue rompiendo ciclos de violencia kilómetros a la redonda gracias a un programa de inglés.
Uno de los mejores antídotos contra la violencia es la educación. Por eso, es importantísimo crear políticas públicas para apoyar programas como los SI-EITP, crear becas, mejorar la tanto en infraestructura como en calidad educativa a nivel urbano y rural y capacitar maestros. Si no se hizo antes, pues ahora es el momento de hacerlo. Todo está en optimizar recursos. Cualquier esfuerzo que se haga en el ámbito de seguridad, debería ir acompañado por una contrapartida en educación, pues es la mejor inversión a largo plazo para el país. La educación rompe el ciclo de violencia.
Durante la guerra, vivimos doce años de Estado de Excepción, pero, por el hecho que se cerraron universidades y se abandonaron las escuelas, el mismo no resolvió nada y se perdieron oportunidades valiosas para corregir la ruta que llevaba el país. La falta de oportunidades, tanto educativas como laborales, fue la semilla que ha generado los problemas que enfrentamos hoy, al olvidar que enseñar valores democráticos era tan necesario como ganar una guerra.
Parte de la solución a los problemas de violencia en El Salvador va a venir cuando dejemos de decidir en las redes sociales quien es o no es qué y, en su lugar, asumamos el rol de educadores de nuestro propio núcleo familiar. Urge que en nuestro país los jóvenes tengan acceso a una formación que cree en ellos un sentido de disciplina y valores, no a influencers y tik tokeros. Si no se considera esto, el ciclo de la violencia podrá detenerse momentáneamente, pero eventualmente volverá, lamentablemente, a azotar el país, pues lo único que genera un cambio permanente es la educación.