El comercio informal callejero y los intentos por reordenarlo y confinarlo en mercados ha sido un dolor de cabeza en las diferentes administraciones en las ciudades del país y por cierto nunca se ha alcanzado una solución. Los reiterados fracasos probablemente se deben a que se insiste en el enfoque fragmentario y las propuestas de solución siempre se dirigen a las causas más visibles o más fáciles de abordar, no al problema de fondo.
Casi siempre las medidas correctivas se dirigen hacia los vendedores y estos existen naturalmente porque hay compradores de ahí que el enfoque primario debe orientarse hacia el binomio vendedor/comprador. En efecto la oferta del comercio informal fijo como ambulante se nutre precisamente de la demanda y dadas las actuales condiciones del país, una y otra son crecientes y evolucionan prácticamente sin límites. Cualquier ciudadano se lanza a las calles a vender cualquier mercancía y tampoco son pocos los que andan tras la “cachada”.
El comprador a menudo se apoya en varias creencias, por ejemplo da por cierto que comprar en la calle es más fácil, barato y se pierde menos tiempo. Estima que no es lo mismo comprar un dólar de tomates a la pasada que entrar a un mercado, recorrer largos pasillos, tal vez subir o bajar gradas y perder más tiempo del que dispone. Podría tener razón en parte pero también debería de sopesar el riesgo de ser atropellado, ser víctima de un atraco, no hay garantía de calidad y no hay a quien reclamar posteriormente.
También cree que la fruta, legumbres y cereales son más frescos y baratos que los que ofrecen los establecimientos formales pero pasa por alto que el comercio informal se alimenta de la reventa, es decir no puede vender más barato que el suministrante principal a menos que haya detrimento de la calidad. En efecto, gran parte de la mercancía que se exhibe en canastos, carretillas, camas de pick ups y en mesas improvisadas, aun en zonas residenciales importantes, es de segunda, inclusive rechazada por el suministrante por la proximidad del vencimiento o caducidad. Por lo demás permanece asoleada, manoseada, expuesta al humo de los vehículos, polvo, moscas y contaminación.
No faltan los “clientes precisos” que por llevar algo de comer al hogar, ya en el interior del autobús, compran a través de la ventanilla plátanos, guineos, mangos, legumbres, etc. También aquel que por carecer de recursos busca irremediablemente la “cachada” para vestirse, y el cliente empedernido del comercio informal que rechaza entrar a un establecimiento comercial limpio y ordenado porque se considera un extraño en un lugar no acostumbrado y que por el contrario, percibe familiaridad y hasta se identifica con un abigarrado velacho callejero.
Aficionados al futbol que acuden a los estadios del país, con las excepciones del caso, rehúyen de los establecimientos formales y algunos se inclinan por la carne asada de dudoso origen y las tortillas sacadas de una caja donde permanecen envueltas en trapos con vocación de trapeadores. A veces se cambian a panes con algo adentro preparados seis horas antes en una urbanización pirata y sin garantía de higiene. La fruta y las bebidas expuestas a la contaminación completan la diversidad de alimentos disponibles.
Contribuyen con el problema la oferta múltiple de alimentos listos para consumir precisamente en la calle que se ofrecen en chalets, champas, carretillas, canastos, huacales, mesas improvisadas y vehículos diversos. El arraigo es de tal naturaleza que al binomio vendedor/comprador no le importa mayor cosa obstruir la circulación vehicular y peatonal, que envoltorios y desechos se lancen al piso o se amontonen en un rincón que luego abandonan, no se cumplan normas higiénicas ni hayan por asomo facilidades para lavarse las manos.
Querer cambiar la mentalidad del vendedor que no desea instalarse dentro del mercado porque argumenta que no vende y del comprador que tampoco desea entrar porque su objetivo es comprar “de volada”, es tarea difícil porque involucra modificar estilos de vida que se practican por décadas. De todas manera es indispensable enfocar el todo y establecer metas para el corto, mediano y largo plazo.
Entre otras medidas se podría empezar implementando acciones destinadas a evitar que más personas engrosen las filas del comercio informal (Mas educación, más empleo, menos pobreza y menos marginación) y por supuesto no esperar resultados inmediatos. Al disminuir gradualmente la oferta informal, obligará también gradualmente a que más compradores entren a los mercados. Siempre son necesarias las campañas educativas continuas para unos y otros. Además ya es hora de abandonar la paleolítica tendencia de construir grandes mercados repletos de recovecos, kilométricos pasillos, escalinatas y elevadores y considerar la posibilidad de montar mercados móviles (Europa) y mercados nocturnos (Asia) de una sola planta mucho más fáciles de visitar y recorrer.